El relevo o destitución del mayor Josep Lluís Trapero como mando principal de los Mossos d'Esquadra no ha sido decidido ahora por razones políticas o ideológicas en el sentido más estricto, sino por necesidades meramente funcionales.Ningún conseller ni ministro se puede permitir tener al frente de la policía un agente que mande más que él. A Trapero se lo podía haber hecho conseller, pero nunca conseller-bis. Si lo que se pretende es que los Mossos respondan disciplinadamente tanto a la autoridad judicial como a la gubernativa, hay que dejar claro a los agentes que quien manda y a quien hace falta obedecer es al político nombrado conseller.
Con más o menos razón, desde los atentados del 17 de agosto del 2017, Trapero se había convertido en líder indiscutible de la policía catalana, hasta el punto de que el Gobierno de Carles Puigdemont ya se lo tuvo que tragar cuando habría preferido a otra persona al frente de los Mossos. La actuación de Trapero el 1 de octubre todavía le supuso un aumento de su prestigio entre el cuerpo y también entre la ciudadanía, pero durante el juicio del procés quedó claro que los políticos iban por un lado y los policías por otro y este divorcio todavía se arrastra hoy, con los sindicatos policiales y no pocos cuadros quejándose de que el Gobierno no les da apoyo. En estas circunstancias, el conseller de Interior no tenía más remedio que el de hacer una demostración de autoridad.
A Trapero se lo podía haber hecho conseller, pero nunca conseller-bis
Por otra parte la cuestión Trapero pone de relieve más que ninguna otra la gran contradicción del independentismo que quiere gobernar y ganar la independencia todo al mismo tiempo. Trapero dijo en el juicio del Procés que estaba bien decidido a detener al president y a los consellers que pretendían declarar la independencia, dejando claro que para no tener estructuras de Estado preparadas, ni siquiera los mossos controlaba el Gobierno, a pesar de todas las mentiras de Pérez de los Cobos. Trapero lo volvió a decir en el juicio contra él y lo repitió en un programa especial y solemne que le dedicó TV3 cuando fue absuelto. El Gobierno presidido por Quim Torra lo restituyó en el cargo, considerando no sin razón que era de justicia después de haberle aplicado el 155. Lo que no liga tanto es prometer que se trabaja para conseguir la independencia, que es tanto como gritar a la revuelta y nombrar al frente de la policía a alguien tan capaz de garantizar el mantenimiento del orden público.
La revolución generalmente estalla contra la gobernanza, contra la estabilidad, contra el orden público y contra las instituciones. Las revoluciones no se hacen nunca desde el Gobierno. Sin ir más lejos, el referéndum del 1 de octubre se pudo hacer porque el Gobierno no estaba involucrado. Lo organizó la sociedad civil por su cuenta y por eso no se encontraron las urnas y por eso se sumó tanta gente. En Catalunya se da la paradoja de que los mismos revolucionarios aman más que nadie las instituciones.
Y, aparte del amor por la poltrona, tiene su lógica. Catalunya necesita las instituciones de autogobierno por poco poder que tengan porque el día que deje de tenerlas se quedará sin los pocos instrumentos que tiene para contrarrestar la hostilidad castellana hacia la singularidad catalana. La Generalitat es necesaria como dique de contención no solo en aspectos culturales. El conseller de Economía se tendrá que sentar a negociar una nueva financiación autonómica sabiendo que no conseguirá la soberanía fiscal que tienen los vascos, pero si no va, el resultado será peor. Y lo mismo pasa con las infraestructuras, con la sanidad, con el reparto de los fondos next-generation... Y en la mesa de en Bernat quien no está no es contado. Y no es buena estrategia adoptar la actitud fachendosa de sentarse en la mesa para decir que tú lo que quieres es marcharte porque no soportas los que tienes en frente. Eso solo sirve para que te manden a hacer puñetas.
Muchos de los convencidos de que Catalunya no triunfará mientras no disponga de Estado propio critican al Govern de la Generalitat porque hace más por la estabilidad y por la gobernanza que por la independencia, cuando lo tendrían que criticar por lo contrario, para insistir en la independencia cuando es obvio que su objetivo es y tiene que ser otro. El Gobierno tiene que gobernar, que quiere decir defender el país, que no es poca cosa. De la independencia que se encarguen los ciudadanos. Como el 1 de octubre. Al fin y al cabo la independencia solo llegará cuando la sociedad esté preparada. Nadie de los que reclaman coraje y determinación (al Gobierno!) para marcharse de España no aclaran como se tendría que hacer. Incluso cuando se les pregunta con qué ejército piensan conquistar la independencia enseguida se refugian en la vocación pacífica y democrática del movimiento soberanista catalán eso que tan asustado tiene al Estado español...
Catalunya necesita las instituciones de autogobierno por poco poder que tengan porque el día que deje de tenerlas se quedará sin los pocos instrumentos que tiene para contrarrestar la hostilidad castellana
Mi primer regalo de Navidad ha sido un libro precioso que acaba de publicar Norma Editorial, una joya del cómic y una obra maestra de Carles Santamaria y Cesc F. Dalmases. Es la adaptación de otra obra maestra, el Victus de Albert Sánchez Piñol, una novela que narra las memorias de Martín de Zubiría, presentado como lugarteniente de Antonio de Villarroel durante la guerra de sucesión y el asedio de Barcelona de 1714. El guión, el dibujo y el color de esta versión integral te atrapan inmediatamente por más que recuerdes exactamente de qué va y cómo acaba la historia. Sin embargo, lo más interesante ha sido que repasando diez años más tarde la novela propiamente dicha, publicada en el 2012, es decir muy al inicio del procés, impone la reflexión sobre la obstinación catalana tan recurrente a lo largo de la historia para presentar batallas en inferioridad de condiciones para acabar perdiendo hasta la camisa.
Victus aparece en el 2012, escrita originalmente en castellano, y fue muy celebrada y aplaudida en los círculos soberanistas, cuando, de hecho, podía interpretarse como una advertencia de lo que les venía encima, recordando la superioridad militar castellana y el desinterés europeo por la causa catalana. Lo comentaba Carles Santamaria en la presentación del cómic también de una manera gráfica: "Tanto hace 300 años como ahora los catalanes confiaron demasiado en Europa y se ha planteado como un choque de trenes la confrontación ante un adversario que circula a toda máquina en un convoy blindado contra nosotros los catalanes subidos al Tranvía Azul".
Los argumentos catalanes para marcharse de España siguen siendo los mismos de siempre, pero con el Tranvía Azul ya no se llega al Tibidabo ni siquiera al pie del funicular.