Han absuelto al major Trapero, el dulce policía que cantaba Paraules d’amor, senzilles i tendres en casa de Pilar Rahola, en la presidencial presencia del probo Carles Puigdemont. He escrito probo y no pobre, y que la dislexia no me engañe. Y he escrito que la Audiencia Nacional de España ha dejado que Trapero se vaya a casa tranquilamente, a pesar del voto particular de la presidenta del tribunal, Concha Espejel, la misma jueza de los hechos de Alsasua, la amiga del alma de la ministra Cospedal, la misma jueza-mujer del policía, desposada con el coronel de la Guardia Civil, Miguel Urraca Robles, antiguo jefe de la ARS, Agrupación de Reserva y Seguridad, una fuerza de antidisturbios especializada en la represión de grandes multitudes humanas. He escrito que el cónyuge se llama Urraca, Miguel, un apellido que rima perfectamente con Urraca, Pedro, el cazador de exiliados republicanos que detuvo y entregó al presidente Lluís Companys a las autoridades militares que gobernaban España tras el golpe de estado del 18 de julio de 1936. Hay cosas difíciles de olvidar, otras difíciles de obligar.
No pueden obligarnos a olvidar que el mayor Trapero se hizo el loco durante el primero de octubre, que tuvo ceguera temporal y los Mossos de la Esquadra, al menos la policía de la Generalitat, no nos pegó. No sé tampoco si le hubieran obedecido, si todos los hombres y mujeres que llevan las cuatro barras cosidas en el pecho, habrían apaleado a sus conciudadanos confundidos con unos guardias civiles cualesquiera. No sé si se habrían sumado a maltratar a personas indefensas, si habrían contribuido a la represión del pueblo catalán que exigía votar y que votó. Ese día pude ver, a la distancia de seguridad de dos metros, Cayetana Álvarez de Toledo muy excitada por la violencia, íntimamente jugosa. Tampoco sabemos si Trapero quería realmente arrestar a todo el gobierno de la Generalitat, si hubiera obedecido al poder judicial colonial, si se habría mostrado indiferente a la legitimidad democrática del poder ejecutivo y del poder legislativo, ambos realmente elegidos democráticamente. No sabemos si Trapero dijo siempre la verdad o cuando la dijo, en realidad. No conocemos si la absolución del mayor forma parte de una estrategia del gobierno socialista, o de una estrategia del poder judicial que manda en la audiencia. O si es un ejemplo más de la incoherencia, del sálvese quien pueda en un estado que se va desintegrando por momentos, de un estado que es cualquier cosa menos reflexivo, unánime, comprensible o defendible. En esta España arbitraria hace demasiado tiempo que el poder está desvinculado de cualquier tipo de lógica interna. Y lo mismo podemos decir del independentismo político y de sus representantes. Cuesta mucho entender que ayer, Andreu van den Eynde se refiriera a los jueces de la represión españolista como “nuestro sistema judicial”. Nos juzga el enemigo y siempre a partir de las leyes del enemigo. Nuestras son las calles, no los jueces.
La república española, recuerda Heribert Barrera en su monumental biografía política de Francesc Cambó, triunfó porque los republicanos se sublevaron contra la monarquía constitucional de Alfonso XIII y las fuerzas militares no quisieron enfrentarse al pueblo como, por decir algo, acabaron haciendo aquellas mismas fuerzas el 18 de julio de 1936. Hay momentos en que sí y hay momentos en que no. En una cambio de régimen, en una independencia, llega el día en que pesa más la vida de las personas, de los ciudadanos, o el sueldo a fin de mes de los hombres que llevan las pistolas y que sostienen al régimen. Si damos tanta importancia a lo que hacen o piensan las personas armadas, militares o policías como el mayor Trapero, no es extraño que al final España sea un país donde solo se respeta la violencia. Donde la monarquía empieza con las armas de unos y la república comienza con las armas de los otros. Este mismo fue el diagnóstico de la ETA, siempre obsesionada con negociar directamente con el ejército español, y ya sabemos como fracasó aquella estrategia de las pistolas. Después de todo es mucho más sencillo que todo esto: en las pistolas o crees o no crees.