Hace semanas que se me pasa por la cabeza hacer un artículo sobre la situación ferroviaria en Catalunya —sobre todo en el Ebro— pero cada vez que me pongo delante de una hoja en blanco, todas las dudas del mundo acuden puntuales a la cita —todo lo contrario que la Renfe— y el bloqueo de escritura no viene porque no sepa qué decir, sino más bien por todo lo contrario: hay tanto alud de desinformación que una no sabe por dónde empezar. Explicar la odisea que supone desplazarse en tren es casi más pesado que el viaje en sí mismo. Y ayer, en Castellbisbal, la enésima incidencia en las vías de nuestro país volvió a generar un día caótico. Uno más.

Si hace unos años la realidad era lamentable, hoy con las obras en el túnel de Roda de Berà la situación se ha vuelto casi insostenible. Dicen que son actuaciones necesarias y que lo notaremos. ¡A fe de dios que lo estamos notando! La credibilidad de Adif está tan por el suelo que ve y fíate, de que eso funcionará. Porque hace pocos años también nos dijeron que con el desdoblamiento del tramo de L’Hospitalet de l’Infant en Tarragona la cosa mejoraría una barbaridad y lo cierto es que, al sur del sur, los trenes tardan más ahora que antes y las frecuencias, lejos de aumentar, son las mismas míseras o incluso han disminuido. Por lo tanto, desde el infierno estante, cuesta mucho creer que allí arriba haya un cielo prometido. Es aquello que el gato escaldado con agua tibia tiene suficiente y se nos acaban las oportunidades porque de las 7 vidas ya nos hemos gastado 6 y media.

El drama del servicio ferroviario va mucho más allá del ámbito de la movilidad. Problemáticas enquistadas en nuestra sociedad se solucionarían más rápida y efectivamente si los Rodalies, Avants y compañía funcionasen como correspondería. El despoblamiento: gente que podría vivir en su municipio e ir y volver cada día a Barcelona a trabajar o estudiar. La vivienda y el precio de los alquileres: no habría que buscar piso a fuera si, al terminar, puedes ir a dormir cada noche en tu casa. El cambio climático y la sequía: menos coches, menos emisiones; menos personas viviendo en el mismo lugar, más repartido el uso del agua. La siniestralidad en las carreteras: si el tren fuera puntual y a un precio razonable dejaríamos el vehículo en el garaje, si el Corredor Mediterráneo corriera de verdad, las mercancías podrían exportarse e importarse en contenedores sobre raíles y no en mil camiones por la autopista.

Para ir de Figueres a Tortosa hacen falta 1 transbordo, 2 convoyes, 3 billetes y 5 horas. El Euromed llega hasta Valencia y Alicante pero pasa de largo del Ebro, hace años que ya no se para y nos obliga a hacer gincanas

Caso práctico: actualmente un trayecto Figueres - Tortosa puede costar 5 horas (la gracia también está en no saber exactamente cuándo llegarás) y hacen falta 1 transbordo, 2 convoyes y 3 billetes (porque un tramo está bonificado y el otro no, un ticket lo puedes comprar por internet y para el otro tienes que ir a la taquilla, etc.) y en Sants —el ombligo de su mundo— tienes que cambiar de tren. Aparte de que en cada lugar te explican una cosa diferente, que también compadezco al personal de Renfe, pues ni ellos saben lo que tienen que decir. Total que, si las cosas se hicieran con juicio y lógica, con el primer tren que cogí en El Empordà habría sido suficiente. Habría podido llegar al Delta porque aquel ya pasa por el Ebro, ya, pero no se para y nos obliga a hacer gincanas.

Es el famoso Euromed que va de Figueres a Valencia y Alicante, y que nos costó 20 años de reivindicaciones que hiciera parada en L'Aldea y que, después de 3 pírricos años funcionando, vuelve a pasar de largo (¿no será porque une los Països Catalans? Llamadme malpensada). Son aquellos añorados Euromeds que en el Ebro nos quitaron una vez acabada la doble vía que supuestamente tenía que mejorar el servicio. Más tarde pusieron algunos Avant, pero en pandemia también desaparecieron (se ve que el virus viajaba en tren; hubiera sido, sin embargo, una transmisión lenta, claro). Ahora, en el Ebro vuelve a haber Avant, solo uno por sentido —no nos vayamos a empachar— y solo temporalmente mientras duran las obras —no vaya a ser que nos acostumbráramos, a eso de ser ciudadanos de lleno derecho—.

Solo faltaba la reciente campañita publicitaria del ministerio de Óscar Puente, con la pregunta final de "¿lo pillas?", hablando de las bondades de buses y trenes, a ritmo musical de un simulacro de rap y animando a la gente a hacer del transporte público la columna vertebral de la nueva movilidad. Miren, gobernantes españoles, ni es nueva —el trato nefasto que nos dispensáis es más viejo que el ir a pie—, ni es movilidad —nos quedamos quietos y atrapados constantemente en el día de la marmota ferroviario—, y la columna vertebral que mencionáis tiene escoliosis. Ya me gustaría ver a los ideólogos de este anuncio usando un Rodalies catalán. Veríais vosotros cómo cambiarían el eslogan y la cara.

El espolio al país se hace también vía catenaria y parece que quieran que dejemos de ir en tren para después poder decir que las estadísticas de uso han bajado tanto que no justifican la continuidad

Tanta miseria no puede ser casual, tiene que ser ineptitud. No son averías, es un abandono deliberado que hace décadas que se arrastra. No son decisiones técnicas, es mala fe política —cosa que para nada quiere ser un oxímoron— y es una constante falta de respeto a la ciudadanía catalana. Nos roban tiempo de vida. El espolio al país se hace también vía catenaria y parece que quieran que dejemos de ir en tren para después poder decir que las estadísticas de uso han bajado tanto que no justifican la continuidad. Y así ir recortando servicios. Volved a llamarme malpensada.

Y de rumor de fondo, el maldito traspaso de incompetencias. Señoras y señores del Govern de la Generalitat, si os queda una brizna de catalanismo o de ética (ilusa de mí), no aceptéis la cesión de una infraestructura oxidada y de una maquinaria caduca. Tendremos el mismo desastre, pero entonces será culpa nuestra porque el Estado se habrá lavado las manos, haciéndonos un obsequio envenenado que ya no puede ir a peor. Un regalo tiene que ser nuevo y lustroso, ofrecer aquello que te sobra y que no quieres ni tú es caridad malentendida y sinvergüenza. Vosotros os haréis un montón de fotos con el presunto hito alcanzado —flash por aquí, entrevista por allí—, os colgaréis una medalla de latón oxidado y a sufrir siempre el pueblo, que es quien realmente usa un servicio que vosotros maltratáis y gestionáis sin conocer.