Pedro Sánchez ha subido el Salario Mínimo Interprofesional una auténtica barbaridad, lo cual está muy bien para aquellos trabajadores que más lo necesitan y la salud de la economía en general. Si el gobierno del popular Mariano Rajoy lo dejó en 735 euros, la sexta subida de los ejecutivos sanchistas lo ha acercado a los 1.200, en concreto, 1.184 euros en 14 pagas. Estamos lejos, todavía, de los 2.230 euros del Reino Unido, los 2.161 de Alemania o los 1.801 de Francia; pero muy cerca de los 1.209 de los Estados Unidos o los 1.386 de Andorra. Y, sin embargo, ¿dónde está la bolita? De nuevo, el presidente español, fiel a sus principios, ha hecho trampa: por primera vez, los perceptores del SMI tendrán que pagar IRPF, lo cual significa que perderán unos 21 euros de los 50 de incremento mensual. La decisión ha derivado en un duelo de damas entre la vicepresidenta, ministra de Hacienda y flamante lideresa del PSOE de Andalucía, María Jesús Montero, que defiende la medida, y la otra vicepresidenta y líder de Sumar, Yolanda Díaz, contraria a ella. Contraria como casi todo el resto del arco parlamentario, de la extrema derecha a la izquierda extrema, de Vox a Podemos, pasando por todas las estaciones intermedias, que incluyen la totalidad de los socios de Sánchez, Junts, ERC, el PNV y Bildu, y el principal partido de la oposición, el PP. La última jugada maestra del gran trilero de la política española ha dejado a Sánchez más solo que la una y todo indica que será revertida cuando pase por el Congreso. Pero eso no es lo más importante.

Lo más importante es que el trapicheo del incremento del SMI antes de impuestos es un ejemplo de manual de cómo la izquierda a menudo pone la alfombra roja para que desfile la extrema derecha, la demagogia ultra. Cuando Sánchez engaña a millones de modestos empleados con la zanahoria de los 50 euros de incremento del salario mensual y el palo de Hacienda, que les restará 21, aplauden con las orejas todos aquellos que presentan el estado del bienestar como un vampiro transilvano que chupa la sangre a los contribuyentes, no como un redistribuidor de la riqueza que todos generamos. De aquí a hacer un axioma de que pagar impuestos solo sirve para sufragar las corruptelas de los partidos del establishment, y subvencionar inmigrantes que no dejarán de venir porque aquí todo será gratis para ellos, a diferencia de los sufridos nacionales, hay un tuit de diferencia. El siguiente tuit dirá que las izquierdas y los liberales que les hacen el juego han podrido la democracia, que hace falta despedir funcionarios a discreción para reducir el gasto público y emprender deportaciones masivas de inmigrantes y, seguro que el lector perspicaz ya lo ha adivinado, que hay que votar a Donald Trump. En Europa, a sus candidatos y candidatas, como el español Santiago Abascal (la catalana Sílvia Orriols de momento hace cola para acceder al club trumpista) o la alemana Alice Weidel, líder del partido ultra AfD que en las elecciones federales del próximo domingo aspira a convertirse en la segunda fuerza del Bundestag, naturalmente al grito de "Alemania primero" y "Hagamos Europa grande otra vez".

Sí, pasa que Sánchez juega con la nómina de los que menos cobran en plena tormenta desatada por la amenaza trumpista en la Europa todavía libre, solemnizada el viernes en la cumbre de seguridad de Múnich por el siniestro J.D. Vance con una terrorífica enmienda a la totalidad de la democracia europea (o lo que queda de ella). Sucede cuando estamos cerca del pacto entre Donald Trump y Vladímir Putin para poner Ucrania sobre una especie de condominio rusoestadounidense de espaldas a la UE. Y cuando los atentados de signo yihadista perpetrados por un refugiado afgano en Múnich, que mató a una mujer y su hija de dos años e hirió a 39 personas más con un atropello masivo; y en Villach (Austria), en el que un residente sirio mató a un niño a navajazos e hirió a 5 personas más, han añadido aún más leña al fuego en vísperas de unas elecciones transcendentales. El negocio electoral del odio no puede recibir mejor impulso. Que la mujer asesinada en Múnich hubiera nacido en Argelia y que otro sirio detuviera al agresor de Villach no serán eximentes para parar la oleada de odio al inmigrante, y especialmente el de países musulmanes, que resucita la peor versión de Europa.

Las trampas de Sánchez con los trabajadores peor pagados son gasolina en el fuego de la antipolítica que mueve el voto hacia la extrema derecha

Por eso sobra el trilerismo de Sánchez, a quien Emmanuel Macron ha convocado a la cumbre de París para plantar cara a las maniobras de Trump y Putin sobre Ucrania. Las trampas de Sánchez con las clases trabajadoras más precarizadas, los trabajadores peor pagados, son gasolina en el fuego de la antipolítica que mueve el voto hacia la extrema derecha. Cada vez que la izquierda se desliza hacia el populismo, le hace el caldo gordo a la extrema derecha. No se explica el auge de Vox en España sin la guerra cultural desatada por las movilizaciones de los indignados que dieron forma política a Podemos después de la crisis global de 2008. Pablo Iglesias apostó entonces por polarizar el campo de juego señalando al PSOE como principal enemigo a batir dentro de la "casta" —"la izquierda, al fondo a la derecha"—, lo cual sirvió para reforzar a los ultras de Vox durante los años del desgobierno y en pleno procés independentista catalán. A su vez, Sánchez se adapta ahora a la polarización fabricándose un rival electoral y político a medida para continuar en el poder al precio que sea: la extrema derecha y la "tecnocasta", término de inequívoco aire podemita, a la que él mismo alimenta con contratos como el de Palantir. El rival es real, pero no es el rival de Sánchez y sus intereses, sino de cualquier ciudadano decente en esta Europa que se nos va por el fregadero. No es la silla de Sánchez ni el problema de Sánchez lo que importa. Es que nos estamos jugando la democracia en Europa, en parte, también, por las políticas irresponsables de gobernantes como Sánchez. Hay que empezar a decirlo. En una Europa que algunos han decidido enviar a la papelera de la historia sobran los listillos, vengan de Washington, de la Moncloa o de Ripoll.