Es poco conocido que Jon Idígoras, dirigente histórico de la izquierda abertzale, era uno de los apóstoles de la paz. Anhelaba erradicar la violencia, emprender un nuevo camino. La imagen de tipo duro no ayudaba. Aquel bigote de western de mexicano desgarbado, de aspecto olvidado, rostro castigado y peinado a la irlandesa confundían. Pero nunca necesitó Idígoras parecer un galán del cine para erigirse como el hombre más respetado por las bases. Amado y admirado. Lo adoraban como a ningún otro.
¿Era por el carácter, por la humildad y la autenticidad que transmitía? ¿Por la honestidad? ¿Por el coraje? En una ocasión —una de muchas— el juez Garzón lo hizo detener. Lo envió a la prisión eludible con fianza de 300 millones de pesetas. Idígoras se negó a que la izquierda abertzale hiciera ninguna provisión para conseguir aquella cantidad desorbitada. Al saberse, por las calles Jarauta y otros del Barrio Viejo de Iruña por el Aberri Eguna, grupos de jóvenes repartían aquellos días pegatinas que rezaban '300 y más millones valen Jon tus cojones'. El juez Garzón debe recordar cuando Idígoras lo miró en el juzgado con una sonrisa y preguntó a su abogada si llevaba 'calderilla'. Garzón se enfadó. Idígoras era un gran bromista, un cachondo, afrontaba los peores momentos con ironía, una serenidad contagiosa y firmeza.
Aquel acoso a la dirección abertzale —Garzón los hizo detener a todos— propició la llegada y consolidación de nuevos dirigentes. Entre estos, Arnaldo Otegi, que precisamente tuvo como gran valedor Jon Idígoras que llamaba Ronaldinho a Otegi. Era un crac poniendo motes a todo el mundo. Idígoras le veía madera de líder a Otegi, desde el primer momento. Y le profesaba simpatía indisimulada porque le tenía inmensa confianza para pilotar la nueva fase que se estaba gestando. Si alguien podía sostener aquel cambio estratégico era precisamente Otegi ante las resistencias que se tenían que producir. O eso debió pensar el irrepetible hijo de Juanita Gerrikabeitia, así intituló su biografía.
Idígoras murió de un enfisema pulmonar, con la mano literalmente aferrada a Otegi que lo veló en el último tramo de la enfermedad. Confiándole siempre, en las últimas conversas, la necesidad de trabajar por una nueva era que superara el conflicto armado para dar paso a vías estrictamente políticas y democráticas. Este fue el compromiso que mantuvo hasta el último aliento aquel que un día fue 'Chiquito de Amorebieta' en las plazas de toros. A Otegi, en privado, le decía que sirve de bien poco tener razón si no se traduce en una hegemonía que permita cambios. 'Ronaldinho, tenemos que cambiar... Esto de creernos los más altos y los más guapos pero sin salir del ghetto de Varsovia no es el mejor camino'. Eran confesiones en privado que por disciplina no hizo nunca en público.
La persistencia de la violencia solo generaba odio y dolor. Tantas vidas segadas. También en las propias filas. Para acabar de arreglarlo, la épica revolucionaria, el romanticismo, tenían un techo bajo. Los grandes cambios piden mayorías. Cuanto más grandes, mejor
Es en este contexto que se materializa la inequívoca apuesta para dejar atrás una terrible espiral de violencia que causaba mucho sufrimiento y que de rebote no llevaba a ningún sitio que no fuera a la prisión o a la muerte. La persistencia de la violencia solo generaba odio y dolor. Tantas vidas segadas. También en las propias filas. Para acabarlo de arreglar, la épica revolucionaria, el romanticismo, tenían un techo bajo. Los grandes cambios piden mayorías. Cuanto más grandes, mejor.
Jon Idígoras murió en 2005. Aquel año la izquierda abertzale contribuyó a los comicios vascos amparados en las siglas del Partido Comunista de las Tierras Vascas para sortear la ley de partidos. Sumaron poco más del 12% de los votos. Cuarta fuerza tras el PP.
EH Bildu ha empatado ahora en escaños, 19 años después de la muerte de Idígoras, con el todopoderoso PNV. Con más del 32% de los votos. Primera fuerza en Álava y Guipúzcoa. Segunda en Vizcaya, baluarte del PNV. El camino recorrido desde entonces, pilotado por un Arnaldo Otegi que se ha pasado la mitad de estos años en la prisión, no solo los ha sacado del 'guetto de Varsovia', es que los ha llevado a disputar la victoria.
¿Cómo? Saliendo del córner, transitando por el camino de la centralidad, disputando votos a la izquierda española y a la derecha nacionalista. Haciéndose grandes, ampliando la base, una terminología que en Catalunya ha sido estigmatizada y combatida ferozmente. Otegi no ha pretendido ser ningún mesías, ni se ha victimizado nunca. Y ha entendido siempre que como decía el poeta un hombre puede morir por un pueblo, pero un pueblo no debe morir nunca por un hombre.
De noche, ha llegado a la sede electoral acompañando a Pello Otxandiano, el candidato de Bildu que ha empatado en escaños con el PNV. Siempre en segundo término, Otegi, discreto, cediendo todo el protagonismo del gran resultado al joven Otxandiano. ¡Algunos deberían tomar nota! El mundo no se acaba nunca en uno mismo. No cuando la causa es de país. También es digno de mención la actitud propositiva, estratégica y sin contar cuentos cerca del fuego para engatusar a la parroquia prometiendo el oro y el moro en un cesto.