A mí Biden en ningún caso me ha parecido un buen presidente para los Estados Unidos y con eso no quiero hacer pasar por bueno a Trump, pero no acabo de entender que en Europa la comparación entre los dos se resuelva en una regla tan simple del bueno y el malo en la política americana. Tendríamos que poder hacer un análisis más complejo de la situación, aunque por la parte de Trump sea difícil encontrar nada que defender, dado que no abre la boca sin pisar derechos humanos que han pasado a ser fundamentales para nosotros.
Reitero que ciertamente es muy difícil defender a Trump en nada, menos todavía de mi parte, que soy una mujer y no solo él, sino también alguno más de su equipo se ha visto implicado en casos de acoso sexual —conocidos y reconocidos, pero completamente menospreciados—, que no me llevan a esperar nada de positivo en la lucha contra la discriminación de las mujeres y nuestros derechos, sino al contrario. ¡Ni en ningún otro tipo de discriminación anuncia nada bueno!
Ahora bien, tampoco soy partidaria de no ver y señalar que en la época Biden se han tomado decisiones y se han adoptado políticas tan trumpistas como el mismo Trump y que nos es más fácil, si el discurso nos viene de cara, pasar por alto los hechos concretos y las evidencias que pueden complicar el panorama complaciente en el que nos gusta vivir y defender nuestras grandes ideas y las ideologías etiquetadas de progresistas. Yo no me quito de la cabeza los indultos que acaba de decretar el presidente saliente, pero especialmente las justificaciones de estos, porque dinamitan directamente los principios democráticos americanos. Parece que si no decimos nada, es como si no hubiera pasado; pero es todo lo contrario, las consecuencias son peores.
Tendríamos que juzgar a los dirigentes de cualquier país no solo por lo que dicen sino por lo que acaban haciendo, y este ejercicio no nos apetece hacerlo porque torres muy grandes caerían
Por lo tanto, me acaba pareciendo siempre, no solo en el caso americano, que el problema no es qué se hace, sino quién lo hace y si se acaba teniendo patente de corso para hacerlo. Y no hay nada más antidemocrático que eso. Sin ningún tipo de duda, la mirada desde el otro lado del atlántico le ha dado a Biden esta patente, a pesar de las diversas evidencias de sus carencias y limitaciones personales —ya no digo nada de su política—, que solo por sentido común, nos tendrían que haber aterrado.
Tendríamos que juzgar a los dirigentes de cualquier país no solo por lo que dicen, sino por lo que acaban haciendo, y este ejercicio no nos apetece hacerlo porque torres muy grandes caerían y demasiados mitos tendrían pies de barro. A mí, sin embargo, no me sirve el autoengaño, necesito saber en cada caso, e incluso en los de mis “amigos y amigas”, si lo que hacen aumenta o no desigualdades, genera o perpetúa discriminaciones y respeta completamente los valores democráticos y los derechos fundamentales de las personas; pero de todas las personas, no solo de las que conviene según el caso o lo que se puede ganar o perder.