Donald Trump se iba a comer el mundo. Acusaba a su antecesor, Barack Obama, de débil y perdedor, y a él le ha tomado el pelo un estrafalario dictador de 35 años. El encuentro del presidente de Estados Unidos con el dictador de Corea del Norte ha sido histórico por varios motivos, pero lo más trascendente es el aval de Washington al régimen de Pyongyang a cambio de una foto que no tiene precedentes porque ningún otro presidente de Estados Unidos estuvo dispuesto a venderse tan barato. Y esto no es un hecho que afecta sólo a los dos países, sino que confirma la renuncia de la primera potencia a defender la libertad y el respeto a los derechos humanos como valores universales. La democracia ha dejado de ser un bien deseado, considerado y necesario.
Con todas sus contradicciones, Estados Unidos ejercía un liderazgo moral en el mundo y ahora el mundo se ha quedado sin líder. Europa no es lo suficiente solida para desempeñar ese papel, así que ahora mismo nadie tiene autoridad para interpelar a los mandatarios de China y de Rusia, que son tan demócratas como lo fue Millán Astray, el autor de la famosa frase “¡Viva la muerte!”.
Donald Trump es burlaba del acuerdo nuclear con Irán denunciándolo como "el peor negocio de la historia". Sin embargo aquel pacto multilateral, avalado por Naciones Unidas, tenía cláusulas precisas, comportaba la destrucción de instalaciones y de material, y expertos internacionales, también estadounidenses, han verificado en los plazos previstos el cumplimiento de los compromisos. El acuerdo de Trump con Kim Jong-un no pasa de ser una declaración de buenas intenciones que plantea ir "hacia" la desnuclearización "de la península de Corea". Esto es mucho menos que el acuerdo establecido con la administración Clinton en 1994 para detener la producción de plutonio y el acuerdo con la administración Bush en 2005 con el que Pyongyang se comprometía a "abandonar todas las armas y los programas nucleares y asumir el tratado de no proliferación". El mismo Trump ha reconocido, con la frivolidad que le caracteriza, que ha optado por confiar en el sátrapa coreano y que "puedo estar equivocado y si es así no sé si alguna vez lo admitiré, supongo que encontraré alguna excusa" .
Cuentan los cronistas washingtonianos de la cumbre que el dictador coreano aprovechó el lunes para disfrutar de la marcha nocturna de Singapur y que eso es lo que utilizó Trump como argumento para convencer a Kim de que no ha de sufrir por la pervivencia de su régimen, que, sin armas nucleares, Estados Unidos apoyaría que Corea del Norte hiciera como Singapur y como la propia China y, centrándose en el desarrollo económico, se convertiría en un país rico y divertido.
Esto significa que el presidente de Estados Unidos pasa por alto las "atrocidades inmencionables" que, según informes de Naciones Unidas, practica sistemáticamente el régimen de Pyongyang: Torturas, ejecuciones sin juicio, cientos de miles de presos políticos y abusos sexuales de los represaliados. Y hay que añadir que, además del arsenal nuclear, Corea del Norte desarrolla armas biológicas prohibidas por la ONU, y cuenta con reservas de VX, un potente agente nervioso considerado arma de destrucción masiva. Trump ha avalado y homologado la impunidad.
Habrá quien considere que todo esto queda demasiado lejos, pero nos afecta de lleno, porque cuando los valores no cuentan, las conquistas democráticas que pensábamos irreversibles caen en picado. El aval a Kim Jong-un, es también un triunfo del régimen chino, y humaniza las barbaridades de Erdogan en Turquía, y convierte en anécdota la regresión democrática en Hungría, en Polonia y por supuesto en España, un país que tiene un rey como jefe de Estado que la semana que viene irá a la Casa Blanca a proclamar, como hace a menudo últimamente, que España es una democracia con todos los atributos (Excusatio non petita accusatio manifesta), pero quizá el monarca no se sienta tan obligado teniendo en cuenta que a Donald Trump le importa un comino.