El ministro Jordi Hereu acaba de anunciar que el número de viajeros extranjeros ha alcanzado en 2024 en el Estado español una cifra récord histórica: 94 millones de visitantes, un 10% más que el año anterior. El gasto turístico también ha sido de récord histórico, 126.000 millones de euros, en este caso, con un crecimiento del 16% con respecto a 2023. De esta forma, se pisa los talones al líder turístico mundial, que es Francia. Detrás de este país, figuran Estados Unidos, China e Italia, con más de 60 millones de visitantes anuales cada uno de ellos.

El hecho de que el gasto haya crecido más que el número de visitantes le sirve al ministro para afirmar que, además de crecer cuantitativamente (por el aumento del número de visitantes), también se crece cualitativamente (cada visitante gasta más). La euforia turística no se acaba aquí: la previsión es que en 2025 se supere la cifra mágica de los 100 millones de visitantes extranjeros, que también tendrán su traducción en Catalunya, donde, a falta de datos definitivos, el sector marcará récords. Previsiblemente, se superarán los 20 millones de visitantes y los 20.000 millones de euros de gasto.

Ya hace tiempo que se oyen voces que denuncian que quizás el sector haya ido demasiado lejos, en particular, en sitios como la ciudad de Barcelona, que resulta especialmente perjudicada por el denominado turismo de masas. No lo dicen solo economistas destacados, sino también una parte considerable del sector empresarial, y más todavía de residentes que ven cómo algunos espacios emblemáticos de la ciudad han sido completamente colonizados y ya no pueden considerarse como propios, aparte de otros efectos derivados.

Parece que las administraciones han empezado a tomar conciencia de la necesidad de intentar poner freno a este tipo de turismo, con medidas como los aumentos de la tasa turística, la regulación de las viviendas de uso turístico, por no citar el énfasis reiterado por parte de estamentos patronales y grupos de interés en el sentido de que en la ciudad hacen falta menos turistas y que gasten más, para salir del bucle en el que estamos instalados. Ya forma parte del debate sobre el tema, la posibilidad de restringir el número de cruceros, tal y como han hecho tantas otras ciudades que han muerto de éxito, como por ejemplo Palma.

No sé si las medidas para transformar el modelo turístico vigente son compatibles con algunos puntos que resultan inquietantes de las políticas públicas españolas respecto al sector

También en Barcelona, y en una línea parecida, hay que situar la voluntad política de corregir el problema que suponen los pisos turísticos. El actual alcalde se ha propuesto que en cuatro años no quede ni uno. El proceso de poner orden en este tipo de servicio de alojamiento tuvo su primera etapa con el cierre progresivo de hasta 10.000 pisos turísticos ilegales. El siguiente paso, si hacemos caso a Collboni, será cerrar los 6.000-10.000 que todavía quedan. Ya se verá si lo logra. Si tiene éxito, no hay duda de que la ciudad podría ganar capacidad residencial y enjugar un poco el enorme déficit que sufre en este ámbito.

La patronal del sector no ha tardado en reaccionar para poner el grito en el cielo, afirmando que, en Barcelona, los pisos turísticos generan un impacto económico de casi 2.000 millones de euros (el alquiler que pagan los turistas, los servicios de limpieza y otros, y el gasto de los turistas en la ciudad). No discutiremos la cifra. Solo apuntar que, si los pisos se destinaran a alquiler de residentes, también generarían rentas, también se tendrían que limpiar y los turistas se alojarían en hoteles y similares, y seguirían gastando. Con el añadido de que algunas decenas de miles de vecinos barceloneses agradecerían no tener que soportar las molestias que genera una actividad que se desarrolla en lugares no pensados como alojamientos.

En cualquier caso, en la ciudad de Barcelona hay acciones y síntomas que indican que el turismo ha llegado demasiado lejos y que, finalmente, existe la voluntad política decidida de actuar para tratar de corregir su cantidad. También al ministro Hereu parece que le preocupa impulsar algunas correcciones, como desestacionalizar, diversificar el sol, playa y juerga, incorporar otros ingredientes a la oferta (como la cultura o la gastronomía), deslocalizar la concentración turística que se produce en la costa, etcétera.

Todo esto está muy bien, va en la línea de mejorar la calidad, de transformar el modelo turístico vigente. No se hace de hoy para mañana ni sé si es compatible con algunos puntos que resultan inquietantes de las políticas públicas españolas con respecto al sector. Algunos ejemplos:

  • La previsión de que en 2025 se superen los 100 millones de viajeros extranjeros.
  • El objetivo de Turespaña (organismo adscrito al Ministerio de Industria y Turismo, responsable de la promoción de España como destino turístico) de ampliar sus actuaciones para captar más visitantes de Estados Unidos, Latinoamérica, China o la India.
  • El sector ya da empleo a más de 2,5 millones de trabajadores, un 13% del total, y hacerlo crecer es profundizar en una especialización económica muy dudosa.
  • El sector, al menos en Catalunya, no es lo bastante atractivo para los parados (en un país donde es difícil encontrar personal, a pesar de las altas tasas de paro) y tiene que cubrirse en una proporción muy sustancial con inmigrantes. Se crean puestos de trabajo que los de aquí ni quieren ni pueden cubrir.
  • Y, específicamente en Catalunya, la voluntad de Aena de ampliar el aeropuerto de El Prat, que serviría en bandeja la llegada de algunos millones de turistas adicionales procedentes de mercados enormes, como China y la India.

Para reorientar el sector, hay una cantidad ingente de trabajo por hacer. A pesar de las buenas palabras e incluso la buena voluntad, las inercias pueden ser muy perversas, con el riesgo de seguir alimentando a la bestia, cuando lo que hay que hacer es ponerla a dieta para que pierda grasa.