Hace muchos años, cuando seguía con intensidad la actualidad de las naciones sin Estado de Europa, descubrí una palabra que desconocía: la balearización. Era un concepto empleado por el nacionalismo corso para advertir, gráficamente, del riesgo de que la isla de Córcega acabara convertida en un templo del turismo masivo, tal y como ya estaba ocurriendo en las illes Balears, y muy concretamente en Mallorca y Eivissa. La destrucción del litoral, la masificación turística, la gentrificación, el monocultivo económico y la pérdida de la identidad eran elementos que los corsos, gente de mirada larga y temperamento, ya anticipaban y no pensaban tolerar en su casa. Para luchar contra la balearización, a veces hacían estallar masivamente y en una sola noche decenas de residencias estivales de franceses continentales; eran las famosas "noches azules". En una sola noche de agosto de 1982 hicieron estallar 99 bombas.
Hoy la balearización ha tocado fondo y se ha vuelto insostenible. En Eivissa hay trabajadores, públicos y privados, que viven en el coche o en la camioneta, a pesar de tener trabajo. Hay maestros que cogen cada día un vuelo de Palma a Eivissa para dar clase y después vuelven a casa, porque es más barato volar cada día que alquilar un piso. En Mallorca una legión de jóvenes ya no pueden vivir en el pueblo de sus padres y deben irse porque no pueden pagarse una casa, porque siempre habrá un extranjero con más dinero dispuesto a pagar más. En Barcelona no estamos aquí, todavía, pero ya le vemos las orejas al lobo. Por eso la preocupación ha dado paso a la inquietud, que es el paso previo a la indignación y la ira.
El otro día hubo sendas manifestaciones en Barcelona y Girona contra la masificación turística. Me parece significativo que se refirieran a la masificación, y no al turismo en general. Porque todo el mundo es capaz de ver las bondades del turismo, así como sus maldades. No es un debate de buenos y malos, porque también existe una vertiente ética: ¿cuántos de los manifestantes del otro día, o cuántas de las personas que hoy abominan del turismo, irán este verano de viaje al extranjero? ¿Irán a Roma, a Londres, a las Canarias, a las islas griegas o más lejos todavía, a México o a Bali? Claro que sí. Más aún: ¿cuántos de los que están en contra de los apartamentos turísticos han utilizado un Airbnb en algún viaje? También hay que decir que la reducción del turismo no va a resolver algunos de los gravísimos problemas que tenemos en Catalunya, y en Barcelona en particular, empezando por la falta de vivienda.
Mi país no está en venta ni se alquila barato
El problema del turismo no es solo catalán. Japón tiene 125 millones de habitantes y el año pasado recibió 25 millones de turistas extranjeros. Este año las cifras del primer semestre indican que en este 2024 se superará esta cifra, y se ha generado un consenso nacional acerca de que el número de visitantes ha tocado techo. Ya se han tomado algunas medidas para reducir su volumen, como limitar a 4.000 las personas diarias que pueden subir al monte Fuji y hacer pagar 10 euros para acceder a él. Adicionalmente, se plantean una doble tarificación en monumentos y museos, de modo que los turistas paguen un recargo, puesto que los japoneses ya ayudan a mantenerlos con sus impuestos. Para hacernos una idea de las cifras, Catalunya tiene 8 millones de habitantes y en 2023 recibió 18 millones de turistas extranjeros. En Japón equivaldrían a 280 millones de turistas al año. Si ya se han puesto nerviosos con 25 millones de turistas, si recibieran 280 millones estallaría una revuelta.
Como en el turismo también funciona la ley de la oferta y la demanda, se pueden hacer cosas que ayuden a contener el turismo y lograr uno de mayor calidad. Y sí; un turismo de mayor calidad es un turismo con mayor poder adquisitivo, que suele ser más respetuoso, gasta más dinero y tiene más interés por conocer nuestro país más allá del sol y la playa. Por ejemplo, en Barcelona, con el incremento al máximo del recargo de la tasa turística, lo máximo que pagará un turista que duerma en la capital es de 7,50 euros por noche (los que se alojen en un hotel de lujo). Quienes se alojen en hoteles de tres o menos estrellas, pagarán 5 euros por noche. Me parece una cifra que, en ningún caso, desincentiva a nadie de venir. La tasa turística se podría doblar o triplicar, y destinar los ingresos a hacer guarderías, vivienda pública o carreteras. Quizás entonces veríamos más ventajas.
Hay medidas a tomar y deberían tomarse este mismo año. Si tenemos algo único en el mundo (un país y una capital de clima amable, con buena gastronomía, buena oferta cultural y de ocio, paisajes increíbles de mar y montaña y distancias razonables) no puede ser barato venir. Mi país no está en venta ni se alquila barato. Aquí no necesitamos ser hospitalarios de nada, ni tenemos vocación de recibir a todo el mundo con alegría. Esto es un negocio como cualquier otro y, por lo tanto, queremos sacarle el máximo rendimiento con el mínimo impacto.