Estos últimos días hemos sido testigos de un baile de cumbres por todo el mundo. El G-7 se ha reunido en la icónica ciudad de Hiroshima, todo un mensaje en respuesta a las amenazas de uso del arma nuclear que regularmente emanan de los entornos del Kremlin. La Liga de los Estados Árabes lo ha hecho en Yeda, la segunda ciudad de Arabia Saudí (y también, casualmente, el principal puerto en la ruta de los refugiados que escapan de Sudán por el conflicto en aquel país) bajo la presidencia del polémico príncipe heredero Salmán. Y finalmente, la cumbre en Xian (al noreste de China) entre Xi Jinping y los presidentes de las cinco repúblicas de Asia Central (Kazajistán, Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán), territorio hasta ahora exclusivamente ruso desde una perspectiva geopolítica.
En dos de estas cumbres, Liga de los Estados Árabes y G-7, el presidente de Ucrania Volodímir Zelenski ha sido una de las estrellas invitadas, y en ninguna de estas ha sido invitado el presidente ruso Vladímir Putin, algo también significativo.
En este sentido, es paradigmático el caso de la cumbre de Xian, en la cual el principal apoyo de Putin en el ámbito internacional, el presidente chino Xi Jinping, se ha empezado a "cobrar" su apoyo actual a Moscú mostrando abiertamente al mundo la voluntad china de tomar el relevo a Rusia como potencia hegemónica en Asia Central. Una estrategia en la que hace años que China trabaja, pero que se ha precipitado aprovechando la dependencia casi vital que el Kremlin, muy debilitado por sus enormes errores estratégicos con respecto a Ucrania, tiene precisamente de Beijing.
En paralelo, por el lado ucraniano es evidente el cambio de guion que representa el reciente tour efectuado por su presidente. Es cierto que de nuevo ha visitado algunas de las principales capitales europeas, con la novedad añadida (respecto del "Grand tour" de Zelenski de febrero pasado) de la reunión con el papa Francisco en el Vaticano, quien, poco después de esta visita, ha anunciado el envío del cardenal Zuppi a Kyiv (presidente de la Conferencia Episcopal Italiana y destacado miembro de la Comunidad de San Egidio, acostumbrado desde hace décadas a todo tipo de negociaciones y procesos de paz), y el arzobispo Gugerotti (responsable del dicasterio —ministerio en terminología de la curia— por las Iglesias Orientales del Vaticano) en Moscú. Algo que casa con lo poco que sabemos de las gestiones, cada vez más intensas, que se están haciendo desde la Santa Sede. Gestiones diplomáticas que en este caso irían mucho más allá de la "facilitación humanitaria" (procurando el intercambio de prisioneros entre los dos bandos, o incidiendo en la cuestión de los millares de niños desaparecidos o trasladados forzosamente desde el inicio del conflicto) que se ha podido hacer hasta ahora.
Ucrania abre el foco y amplía su radio de acción diplomática consciente de que, tanto como los resultados de su tan esperada (y anunciada) contraofensiva, necesita más complicidades de terceros países influyentes si se quiere asegurar una mejor posición de cara a posibles, y futuribles, negociaciones de paz
El cambio de estrategia de Kyiv pasa, pues, por "abrir el foco", es decir, ampliar la base de sus contactos, más allá del entorno más compacto de sus aliados, hasta ahora centrados en los países occidentales. Lo hacen conscientes que a pesar del enorme apoyo recibido de Occidente, este también tiene sus limitaciones, a la vez que se toma conciencia de la necesidad de encontrar complicidades en los países que hasta ahora se han mostrado "neutrales" en el conflicto, sobre todo de cara a ir preparando el terreno de cara a unas posibles primero conversas, ni que sean de carácter exploratorio, de paz.
Es en esta dinámica que se tiene que entender la visita de Zelenski a la cumbre de la Liga de los Estados Árabes, aunque tuviera que estar al lado del mencionado príncipe Salmán, o del presidente Al-Assad de Siria, aliado de Putin, y recientemente readmitido en la mencionada Liga después de una sanguinaria guerra civil de más de diez años en la cual ha conseguido mantenerse en el poder a costa de centenares de miles de muertos y millones de refugiados.
Como también lo ha sido el paso de Zelenski por Hiroshima, donde se desplazó con el avión del presidente francés Macron (no tanto por cuestiones prácticas como de seguridad). Allí, aparte de recibir el apoyo de sus máximos aliados occidentales, el presidente ucraniano pudo mantener un relevante contacto bilateral con Modi —el primer ministro indio— como lo había hecho los días antes en Yeda con representantes de los pequeños pero influyentes Emiratos Árabes Unidos.
Todo eso acompañado de la tarea que, desde hace unos meses, lleva también a cabo el ministro de Asuntos Exteriores ucraniano, Dmitró Kuleba, en las giras que ha hecho por África intentando contrarrestar la creciente influencia rusa en la zona, incluyendo las habituales visitas del ministro ruso Lavrov por aquellas latitudes. Y es que desde el inicio del conflicto, Kyiv ha pagado también un precio por su escasa presencia diplomática en este continente (Ucrania solo tiene 10 embajadas respecto de una presencia diplomática rusa mucho más potente), algo que ha condicionado en parte la frialdad de un número significativo de los países de este continente con respecto a los intereses de Ucrania a pesar de la invasión rusa. Algo que ha sido especialmente visible en las votaciones sobre esta cuestión en la Asamblea General de Naciones Unidas.
Todo eso en el contexto de la anunciada (y desmentida por parte de Ucrania) conquista de Bajmut por parte del grupo mercenario Wagner; una victoria tan pírrica desde el punto de vista estratégico como aterradora en número de víctimas y destrucción material vinculadas. Eso unos días antes de la visita del primer ministro ruso, Mijaíl Mishustin, a Beijing para una reunión con Xi Jinping y la firma de varios acuerdos en el ámbito de las infraestructuras y comercio. Sería muy interesante saber lo que realmente se ha tratado durante estas reuniones y los contactos en torno a las mismas. Porque a pesar de la alianza vigente, existen múltiples opciones para los reproches, sea desde Rusia hacia China por la mencionada "toma de control" sobre Asia Central; como desde China a Rusia, por la reciente firma del acuerdo entre Moscú y Teherán por la apertura de un corredor ferroviario con la voluntad de hacer la competencia al canal de Suez, con la participación de India y Azerbaiyán. Un proyecto que, por su parte, se desmarca de una de las piedras angulares de la estrategia global china y niña de los ojos de Xi Jinping: la Nueva Ruta de la Seda.
En cualquier caso, Ucrania abre el foco y amplía su radio de acción diplomática consciente de que, tanto como los resultados de su tan esperada (y anunciada) contraofensiva, necesita más complicidades de terceros países influyentes si se quiere asegurar una mejor posición de cara a posibles, y futuribles, negociaciones de paz.