Las dos operaciones de Pedro Sánchez en materia de política internacional (el aprovisionamiento de Ucrania con material bélico de fabricación española y el reconocimiento de Palestina como estado) han conseguido el objetivo fundamental perseguido por el presidente en un momento que en el ámbito interno afrontaba situaciones complicadas a nivel personal y como líder del partido de gobierno. Ha aprovechado dos tragedias para desviar, de nuevo, el foco. En el mismo paquete Sánchez consigue, además de visibilizarse en el plano internacional, hacer un guiño a un sector estratégico industrial (quizá no el óptimo, pero económicamente muy importante) al tiempo que adopta una posición adelantada en la Unión Europea en los dos recientes enfrentamientos asumidos por esta frente a dos potencias internacionales, Rusia e Israel, que ponen de manifiesto además los problemas de la identidad europea: ¿por qué Rusia no es Europa y Turquía puede llegar a serlo? Y ¿cómo se defiende a la Palestina que atenaza Hamás frente a un Israel que es la última frontera democrática antes de la barbarie trituradora de derechos y libertades civiles que existe en su entorno?

Quizás la respuesta está en que el momento actual desdibuja contornos que creíamos nítidos. La posición de Benjamín Netanyahu es de negación radical a la supuesta solución de los dos Estados (negación a cualquier alternativa a la ocupación del pueblo judío de todos los territorios que en la Biblia fueron suyos) y su respuesta al infame ataque de Hamás ha sido de tal envergadura que va restando amigos por momentos. Por su parte, la Unión Europea, ya dividida en el tema israelí-palestino, se ve abocada, por oponerse a Rusia, a hacer la vista gorda ante los incumplimientos flagrantes por parte de Ucrania en materia de transparencia institucional y solvencia económica, por no entrar en su inmoral consolidación como incubadora mundial para la mal llamada maternidad subrogada y sus pingües beneficios para quienes viven del tráfico de los niños resultantes y la explotación de mujeres necesitadas que se prestan a dicha explotación.

Pedro Sánchez ha aprovechado dos tragedias para desviar, de nuevo, el foco

Al margen de la dificultad de Europa para liderar en materias sobre las que no ha conseguido tener competencias (la defensa es una de ellas), el presente añade una frustración de la ciudadanía en torno a quién y cómo debe afrontar dos retos mayúsculos en los que hasta ahora solo parece dar palos de ciego o, cuanto menos, tener escasa efectividad en las medidas adoptadas: de una parte, la inmigración, tan necesaria y comprensible como polémica y utilizada políticamente; de otra y está directamente relacionada con la anterior, la amenaza generada por la desinformación que la IA es tan capaz de paliar como de acrecentar, alejando de nosotros la capacidad para discernir y encontrar la verdad que, aunque existe, el algoritmo y la ambición humana se encargan día a día de alejar de nuestro alcance. Y ahí está ahora Europa. Pregúntense si está nuestro presidente de gobierno actual capacitado para sacarnos del pozo, y si, en todo caso, esa responsabilidad es de gobernantes o de gobernados.