Empecemos con algunas verdades mayoritariamente compartidas. Primera: Ucrania es la víctima de una agresión bélica por parte de una Rusia comandada por un Putin con vocación de zar. Segunda: Trump es un político alfa, alejado de cualquier tentación de finezza y decidido a practicar la "diplomacia" de la fuerza. Tercera: Europa tiene razón cuando reclama su papel en el momentum ucraniano. Sin embargo, aunque las tres cosas son ciertas, la cuestión no es ni tan simple, ni tan evidente.

Tal vez, para entender la complejidad de la situación hay que hacer una deconstrucción de estas "verdades comunes" que habría que observar sin axiomas inapelables y consignas ideológicas. El primer axioma: Ucrania es la víctima. Obviamente, pero una vez somos conscientes de ello, ¿qué hacemos más allá de mostrar solidaridad y, al mismo tiempo, practicar eterno voluntarismo naif? Porque es un hecho que el conflicto se ha cronificado, que no hay ningún supuesto realista donde Rusia pierda la guerra y que, tres años después, no ha habido ni un solo plan que permita avistar su final. Por el camino, un conflicto cruento en el corazón de Europa, centenares de miles de muertos y un territorio de combate que se ha internacionalizado con la presencia de soldados norcoreanos, material bélico iraní y el capital chino que lo sostiene. Si abandonamos el numantismo que impregna el relato público, lo que queda es una guerra en la rueda del hámster que se podría alargar ad infinitum, sin ninguna salida sostenible. Es necesario, pues, analizar con el hiperrealismo que exige la situación: Ucrania no tiene posibilidades de ganar, Rusia no perderá, y la negociación para detener la guerra exigirá concesiones dolorosas para Ucrania. De hecho, Rusia ya ha ganado desde el primer día: ha invadido un país en el corazón de Europa y no la hemos podido detener; ha demostrado que la OTAN no sirve de nada, cuando no se puede mover un tanque en Polonia que no signifique una guerra nuclear; ha mostrado, pues, las debilidades de Occidente; además, con el conflicto ha reforzado sus alianzas internacionales, con China e Irán como aliados estratégicos; y de esta guerra saldrá probablemente con el Dombás en el bolsillo, si un milagro no lo impide.

El orden mundial vuelve a ser bipolar y China hace tiempo que juega muy fuerte para imponer sus intereses económicos, reforzar sus alianzas, debilitar Occidente y para marcar la geopolítica. Y Trump está dispuesto a cambiar el signo de la hegemonía

El segundo axioma también es indiscutible: Trump no es Biden, y sus maneras no emanan de la diplomacia, sino de la fuerza, consciente del poder que tienen los EE. UU. cuando lo muestran sin complejos. Huelga decir que es un personaje histriónico, abusivo y dotado de malas maneras. Es así y, sin embargo... con el tema de Ucrania tiene razón. Hacía falta que alguien situara en el escenario internacional la idea de que hay que acabar la guerra, rompiera el estancamiento, y forzara la negociación para finalizarla. Y gracias al puñetazo de Trump, la maquinaria de negociación ha empezado a moverse. Será difícil, habrá subidas y bajadas y las concesiones no gustarán, pero es la primera vez, después de tres años, donde podemos imaginar el final de este conflicto sangrante. ¿Será justo que Rusia no pague por lo que ha hecho? No, pero la justicia casi nunca tiene nada que ver con la política internacional y menos cuando la realpolitik se contabiliza con miles de muertos. En todo caso, Trump ha ocupado el lugar de liderazgo para acabar la guerra que estaba vacante, porque ni Biden, ni Europa lo habían asumido, ambos de ineficacia demostrada.

Cosa la cual nos lleva a Europa, este ente indefinido que ha hecho la siesta durante los tres años de guerra, sin propuestas, ni alternativas, ni nada más que encamarse en el cómodo lecho de las decisiones americanas. Y ahora que Trump lanza el envite y los despierta, los prohombres de la vieja Europa se ponen nerviosos y protagonizan un delicioso espectáculo de orgullo herido. De momento, la única gran idea es gastar más dinero en defensa. Muy bien. ¿Y qué haremos? ¿Fabricar más armas y más letales? Pero si ya las tenemos. Si no hemos podido intervenir para ayudar a los ucranianos sin riesgo de una guerra directa contra Rusia y aliados. ¿Y queremos armarnos más? Además, ¿tenemos alguna posibilidad en el futuro sin la ayuda del poder militar americano? Porque hay que recordar que es EE. UU. quien siempre nos ha salvado cuando íbamos por mal camino. Sinceramente, la reacción europea también ha sido muy histriónica, ampulosa y pretenciosa, pero solo ha servido para mostrar que el rey está desnudo. Al final, toda esta espuma acabará con negociaciones a varias bandas —Europa incluida— para poner fin a la guerra de Ucrania con las concesiones mínimas. Es la única cosa que tiene sentido en esta cruenta confusión.

El orden mundial vuelve a ser bipolar y China hace tiempo que juega muy fuerte para imponer sus intereses económicos, reforzar sus alianzas, debilitar Occidente y para marcar la geopolítica. Y Trump está dispuesto a cambiar el signo de la hegemonía. A su manera y con las peores formas, pero con el objetivo de frenar el poder creciente chino y conseguir el papel predominante de Occidente. Esta es la partida que se juega en el tablero del mundo, y habrá que saber dónde queremos estar situados.