Basta ver las portadas de los diarios para darse cuenta de que la justicia española empieza a proyectar sobre nuestra vida la misma sombra esperpéntica que proyectó el ejército durante los siglos XIX y XX. Igual que hasta la Guerra Civil los partidos y las ideologías necesitaron el favor de los militares para poder prosperar, ahora cada vez se hace más evidente que los políticos no pueden mover un dedo sin el permiso de los jueces. El Leviatán español ha perdido su último barniz y, curiosamente, lo que se ve no es un brazo armado o una cabeza decorada con una corona. Lo que se ve es, simplemente, una idea del mundo en la cual Catalunya no puede existir, ni como enemigo ni como problema.
Toda la histeria, y toda la desmoralización que provoca la situación de la lengua, o el impacto de las oleadas migratorias, tiene más que ver con este descubrimiento que con la realidad que se denuncia o que se intenta tapar de forma grosera. Lo que desmoraliza y da pánico al catalán medio es tener que admitir que la existencia de Catalunya es incompatible con la esencia misma del derecho español. Puede parecer que exagero. Pero todavía recuerdo la confianza que la justicia impartida por Madrid transmitía a los catalanes independentistas en la época del caso Pretoria o de la confesión de Jordi Pujol. Ahora, ni siquiera tener pocos hijos o escribir en castellano, o preocuparse de los pobres del mundo, ayudará a disimular el problema.
Ahora se empezará a ver con toda la crudeza, y con toda la crueldad, que Catalunya no tiene salvación técnica, y que las coartadas moralistas de la izquierda no ofrecen ningún refugio, ni colectivo ni individual. De momento la idea del conflicto da más miedo que la misma idea de la extinción, aunque a veces parezca lo contrario. La fragmentación del espacio político convergente en tres o cuatro facciones lideradas por títeres del antiguo régimen es un intento desesperado de contener el pánico que producen las actitudes del mundo de la justicia. El llamado imperio de la ley es el alma codificada del poder y su actuación no nos había recordado nunca tan claramente que, en último término, lo único que cuenta son los atavismos sobre los cuales se montó el Estado.
Ahora se verá que el lenguaje jurídico es la última trinchera del Estado y que la justicia española está abocada, por su propia naturaleza, a liquidar la nación catalana
Catalanes y castellanos hemos llegado agotados al último estadio de la lucha nacional. En el siglo XIX, los militares cogieron las riendas de la política con el pretexto de dar estabilidad a la Corona y la acabaron enviando al purgatorio durante 40 años. Esta vez los cuerpos del Estado no tendrán suficiente con prescindir del rey para dominar Catalunya. El 1 de octubre dejó demasiado claros los límites democráticos de la violencia física, y también las limitaciones literarias de la Escuela de Barcelona. Ahora se verá, pues, que el lenguaje jurídico es la última trinchera del Estado y que la justicia española está abocada, por su propia naturaleza, a liquidar la nación catalana, aunque sea a expensas de perder el prestigio y la independencia en favor de un poder superior, como le pasó al ejército, después del franquismo.
En este sentido, me ha llamado la atención que Xavier Pla haya invitado a Ignacio Peyró y a los jóvenes seguidores de Clara Ponsatí a hablar sobre el yo político, en la literatura, en su simposio de Olot. La idea que el amigo de Javier Cercas escenifique un diálogo de letraheridos entre el escritor que hacía los discursos de Rajoy y los monaguillos de Ponsatí es como ver a un grupo de momias egipcias fuera de sus sarcófagos haciendo ver que la época de los faraones no ha pasado. Los gestores de la cultura, igual que los de la política, cada día hacen pensar más en los cortesanos descreídos de aquel cuento de Poe que se titula la Máscara de la muerte roja. Solo se tiene que ver qué sorpresa han dado los jueces españoles a los dirigentes del PSC, cuando ya se veían gestionando la paz de la amnistía.
En los círculos institucionales todo el mundo sabe cuál es la situación, pero no parece que nadie la quiera mirar de cara porque nadie cree que se pueda hacer nada para intentar resolverla. Así pues, pasarán años, o décadas, o incluso algún siglo hasta que haya un vencedor, pero, como los personajes del cuento de Poe, no tenemos escapatoria. El pleito entre Catalunya y España ha llegado a su último asalto y me parece que uno de los dos bandos morirá de un susto, ni siquiera de un disparo, cuando se vea reflejado en el espejo de la historia. “Y cada cual murió en la desesperada postura de su caída —escribió Poe—, y la tiniebla, la ruina y la muerte roja impusieron sobre el reino del príncipe Prosperus su dominio ilimitado”.