Jordi Turull consiguió ayer con su discurso aburrido y radiactivo que, en el limitado mundo catalán, Puigdemont pareciera Nelson Mandela y Jordi Graupera el rey Arturo en el momento de desafiar a los sajones. Dentro de unos años costará muchísimo de explicar cómo fue posible que toda una clase política llegara a desintegrarse de una forma tan grotesca.
Realmente es increíble lo que el miedo, bien alimentado durante años, puede llegar a hacer. Dicen que, a diferencia de las bestias, que luchan hasta el último momento, los hombres se ofrecen como terneros a sus verdugos, cuando pierden la esperanza y se sienten perdidos. El aspirante a presidente, que es un patriota y mañana quizás estará en una prisión española, pronunció un discurso que, sin querer, intentaba arrastrar a todo el país a su angustia y desesperación personal.
Las risotadas de hiena de los diputados unionistas eran un complemento perfecto para acabar de dar un aire de ficción psicodramática a la sesión dantesca que vivió el Parlamento catalán. El autonomismo se encuentra en una fase terminal y poca gente parece consciente del nivel de destrucción que los precedentes que se están estableciendo en Catalunya llegarán a provocar al conjunto de España. Igual que los procesistas, los unionistas se creen que la degradación moral no tiene consecuencias, pero ya se enterarán.
Turull llevó la cultura convergente hasta un extremo tan caricaturesco, que era difícil que ningún independentista que no tenga intereses en la administración autonómica pudiera seguirlo. Un exmilitante de PDeCAT, me lo ilustró con una metáfora insuperable, mientras el aspirante a presidente hablaba, leyendo el papel cabizbajo: "Es como si te encuentras a tu mujer follando con otro tipo en tu propia cama y te pones a hablar de la factura del gas, como si no pasara nada".
Cuando se vea que los catalanes no siguen a los viejos flautistas del autonomismo como si fueran las ratas de Hamelin, la situación política se complicará todavía más. La misma abstención de la CUP ya puso de manifiesto que la estrategia de Madrid no acaba de ir bien. El independentismo no sólo no se suicidará dócilmente, como sus políticos, aceptando presidentes que no ha votado. Por más dinero que invierta el Ibex 35, antes que tarde, los independentistas sustituirán a sus líderes por otros que hablen como hombres libres.
Con la gestión que los políticos del procés han hecho del 1 de octubre, cada vez se ve más claro que, para decirlo al revés de Churchill, nunca tan pocos habían perjudicado a tanta gente. La CUP está haciendo un papel parecido al que jugaron las bases de ERC durante la farsa del Estatuto. Entonces, las bases del partido de Puigcercós salvaron el país de sus políticos y su prensa con su no rotundo a Zapatero. Todo apunta que la CUP hará lo mismo y que, finalmente, esta vez tampoco habrá chantaje emocional que valga.
Si España quiere volver a visitar el infierno, se encuentra en el camino correcto.