Una cosa que he heredado de mi madre es no procrastinar las cosas y buscarles solución. Cuando estoy mal, tengo tantas ganas de sentirme bien que busco desesperadamente muchas cosas para hacer una guerra corta y efectiva. Como, por ejemplo, para paliar el estrés he hecho homeopatía, terapia de luces, flores de Bach, reflexoterapia... Un largo etcétera de cosas, hasta que noto que cuadrar un masaje en la agenda —que debería relajarme— me está causando más estrés que otra cosa.
El tema de mi voz ha sido un drama. He hecho muchos tratamientos de logopedia, he tomado hierbas y medicación, he visitado a médicos... Estuve una temporada que nada me servía y seguramente lo que tenía era miedo. Ese miedo que te paraliza y que te deja sin palabras. "La fuerza del miedo es la suma de cada pequeño sueño reducido a polvo" dice Eva Baltasar en Permagel.
Pensaba que dormía poco y soñaba mucho. Y es que para hacer realidad estos sueños no se trata de trabajar más horas, sino de rendir las que haces estando bien despierta. Tras probarlo todo, he descubierto que lo que debía hacer no costaba dinero y que solo estaba en mis manos: dormir y dejar de levantarme a las 4.30 de la madrugada, como llevaba haciendo nueve años. El Club de las cinco de la mañana ha hecho mucho daño a las redes neuronales. Desde que tuve a Vita, la suma de no poder dormir por la lactancia y para aprovechar el día para criar a mi hija sin olvidar mi profesión, me obligaba a acortar la noche. Podría añadir más cosas, pero creo que el secreto estaba en la falta de amor propio. Pensaba que eso de levantarme tan pronto había sido mi I+D+D. Pero el resultado era que a media mañana ya llevaba una jornada completa de trabajo y que a las 20 horas estaba en el mundo de los agotados vitales. Por una parte, me iba bien hacer vida de madre soltera para ir a dormir a la misma hora que mis hijos, pero, por la otra, mataba cualquier relación de pareja.
Me parece genial que se hagan controles de alcoholemia, pero me parece que también se deberían hacer de sueño. Una persona que no duerme es tan peligrosa como un borracho. Ese punto de estar fuera de la realidad se puede convertir en una adición. Las cosas, cuando estás atontada, parece que duelan un poco menos. Hubo un periodo, no muy lejano, en el que me tuve que medicar para dormir, como hace gran parte de la sociedad. Muchas veces, a las tres de la madrugada, ya estaba escribiendo delante del ordenador con el ansia de no llegar a todo. La verdad es que mi workaholismo podía con la pastillita e, incluso, cuando me recetaron el doble. Increíble el viaje de saber que por magia tu cerebro hará una desconexión total. Pensaba que después de utilizarla durante meses no sería capaz de volver a dormir por mí sola, pero no ha sido así. Mi cuerpo ha vuelto a sintonizarse con mis ganas de vivir y estar bien. Y es que en el pensamiento no hay nada tan urgente que no pueda hacerse al día siguiente, si tienes la energía renovada y llena de luz.
Un gran antidepresivo y el mejor filtro en Instagram es dormir las horas que necesitas
Es importante dormir ocho horas para realizar todas las fases del sueño. También para los músculos, porque no incrementas masa muscular al entrenar, sino mientras descansas. Podríamos decir que dormir es el entrenamiento invisible. Me ha costado entender por qué me sentía tan mal: lo que necesitaba era dormir las horas que quería mi cuerpo y también mi corazón, que se ha ido curando como mi mente cuando han dejado de ver la vida como si fuera una película. All you need is love, decían The Beatles. Todo lo que necesitas es dormir, dice la Falgueras. Porque no dormir no te hace mejor persona. Ir a todo trapo y no tener tiempo para cargar batería es y te convierte en un ser patético. Dormir para que tu subconsciente haga su trabajo, para estar, después, más conscientes y más fuertes en la vida diaria. Y si no, que le pregunten a Estivill cuánta gente va zombi por la vida.
Dormir también ayuda a tener más memoria, aunque —creo— ser feliz consiste en tener poca y selectiva. Aprender a olvidar significa perdonar. Pero a partir de cierta edad, y después de haber visto la película Siempre Alice de Julianne Moore tienes todavía más miedo de sufrir Alzheimer. A partir de los 40 (por decir una cifra), empiezas a decir cosas como: lo tengo en la punta de la lengua. A no recordar los nombres de los conocidos, y desearías tener —como en El diablo viste de Prada— a alguien que te lo chive al oído. ¡Ya no recuerdo el día en el que no se me olvidaba nada! He dicho a partir de los 40, aunque mi peor etapa memorística fue durante el embarazo de Vita, en 2015. Supongo que toda la atención se te va a la barriga. Eres capaz de no recordar nada, pero sí la última vez que el bebé se ha movido. Tras haber asistido al funeral de la abuela de mi mejor amiga, al cabo de tres semanas le pregunté cómo estaba su abuela. Y es que el baile hormonal es tan loco como ir colocada.
Yo no tenía Alzheimer; tenía el cortisol por las nubes. Lo que necesitaba era dormir, y es que descansar lo necesario te ayuda a la flexibilidad cognitiva. Es decir, a cambiar de perspectiva y a mejorar la salud mental mediante un cambio en la estructura cerebral. Lo que he aprendido en los últimos meses es que un gran antidepresivo y el mejor filtro en Instagram es dormir las horas que necesitas. Un tratamiento a coste cero que me ha hecho recuperar todas las voces de mi cuerpo.