A veces, te encuentras pequeñas joyas, píldoras de conocimiento, de forma totalmente inesperada. He asistido a un congreso en la Facultad de Medicina de la Universitat de Barcelona, y mientras esperaba la hora de inicio de la reunión, me entretuve en una exposición sobre la medicina durante el Imperio Romano. No es una exposición grande, pero es detallada, y la exposición de material quirúrgico de la época —en buen estado de conservación, presentado en expositores antiguos de madera— más los paneles explicativos en la pared, ayudan a la visión calmada, la introspección y la reflexión. Solo me sabe mal que se acabara el 6 de junio, porque mi agenda no me permitió volver, pero si tenéis oportunidad, os la recomiendo, ya que tiene suficiente material para hacerse una buena idea de cómo debía ser la práctica médica y, sobre todo, la cirugía hace 2.000 años, en la plenitud de Roma y su Imperio.
Algunos de los libros de ficción histórica más populares explican las aventuras y desventuras de chamanes y médicos en diferentes épocas de civilizaciones humanas. A los humanos nos preocupa nuestra salud y el acceso al tratamiento médico y sanitario de buena calidad es una señal también de la buena salud de nuestra sociedad. Es muy discutible decir cuál sería el médico más importante de la antigüedad desde que tenemos escritos históricos, entre otras cosas, porque todos los médicos de los cuales tenemos obra escrita recogieron el conocimiento común adquirido por otros médicos durante siglos antes. El médico griego Hipócrates (de aproximadamente cuatro siglos antes de la nuestra era) sigue presente dentro de la cultura médica actual, ya que el juramento hipocrático todavía forma parte del ritual de convertirse en médico reconocido por los compañeros y compañeras. Sin embargo, el nombre genérico con el que durante muchos años se ha llamado a los médicos y el conocimiento para elaborar medicamentos es, respectivamente, el de galenos y farmacia galénica. Galeno fue un médico nacido en Pérgamo, una ciudad griega que, en aquel momento, ya había sido conquistada e incorporada al Imperio Romano. Galeno estudió medicina en varias ciudades del amplio Imperio Romano del Mediterráneo, incluyendo la reconocida Escuela de medicina de Alejandría —donde se aprendía anatomía mediante autopsias y vivisección de condenados a muerte— y se volvió famoso, primero por ser médico de gladiadores en Pérgamo, y más tarde por ser el médico personal de Marco Aurelio en la gran capital, Roma. En la corte se dedicó a poner por escrito su gran conocimiento. Su obra, de la cual solo se han recuperado unos dos tercios, cubre todos los ámbitos de la medicina y está recogida en más de 22 volúmenes, pero contiene 9 libros de Anatomía, 17 de Fisiología, 6 de Patología, 14 de Terapéutica, 30 de Farmácia...
2.000 años después, hemos mejorado en tecnología sanitaria, en medicamentos más efectivos, en cirugía, en higiene y en prevención, pero muchas de las costumbres médico-sanitarias del Imperio Romano para nada nos son ajenas
Aunque la medicina de Roma y su Imperio se alimentara directamente de fuentes griegas, hay que reconocer la implementación de método y sistemática a la medicina, poniendo orden donde había una cierta desorganización (como hicieron en otras disciplinas, sin necesidad de ser originales). Podemos decir que las grandes aportaciones a la práctica médica del Imperio Romano han sido: 1) la creación de hospitales militares, los valetudinaria (recordemos que Roma estaba en plena expansión y las heridas de guerra causaban bajas importantes dentro del todopoderoso ejército romano), 2) la salubridad pública de las aguas comunales, con la creación de la cloaca maxima que sacaba las aguas sucias y sobrantes de Roma hasta el río Tíber, la construcción de acueductos para llevar agua limpia a la población, la instauración de baños públicos y la prohibición de enterrar a los muertos dentro de las murallas de la ciudad (Ley de las 12 Tablas, 450 años a.C.) y 3) la legislación y el reconocimiento de la práctica y enseñanza médica, de forma que los médicos tenían un salario más alto que muchos otros cargos e, incluso, las ciudades contrataban a un médico público que recibía un sueldo público por atender de forma gratuita a los ciudadanos que lo consultaban. Si lo miráis en perspectiva de 2.000 años de diferencia, son actitudes bien modernas.
Con respecto al valetudinarium, es decir, el hospital de campaña, hay que tener en cuenta que acompañaba a los soldados en sus incursiones militares, pero la edificación quedaba en un sitio fijo. La construcción, bien racional y equiparable a los hospitales hasta hace muy poco, se distribuye en un pasillo central dividido en salas a cada lado, en las cuales caben unas cinco camas. En estos edificios hay cirujanos y personal médico cualificado, además de ayudantes, y contaban con una zona central para que los ingresados pudieran pasear y un quirófano para realizar intervenciones quirúrgicas. En la exposición se pueden ver una multitud de utensilios médicos, desde sierras de diferentes tamaños, cinceles para trepanar cráneos, tijeras, pinzas y cucharas de varios tamaños, herramientas para extraer flechas (de forma que la extracción no dañara más el tejido adyacente a la herida de entrada), cauterizadores de hierro, escalpelos y bisturíes de todos los tamaños. Tenemos que pensar que en un hospital de campaña la mayoría de los ingresados eran por heridas de flechas y lanzas, heridas abiertas y traumatismos varios. En muchos casos, había que seccionar la extremidad o parte de la extremidad para evitar la gangrena. Y si las heridas eran poco importantes, los pacientes pasaban de nuevo al campo de batalla.
Los recién llegados al ejército romano pasaban una revisión médica, denominada probatio, en que los médicos tomaban medidas físicas (altura, peso) y apuntaban características físicas concretas, manchas de nacimiento, tatuajes o cicatrices de heridas previas. También es interesante saber que tenían ambulancias, denominadas arcera, carros del ejército romano tirados por caballos que servían para transportar todo tipo de material antes de las campañas militares, pero que durante la batalla podían transportar a los legionarios heridos hasta el valetudinarium, estaban cubiertas de toldos de cuero para evitar la lluvia, viento y proteger de flechas, tenían un sistema de amortiguación (con bandas de cuero que permitían una mejor suspensión del arca central) y contaban con repisas y cajas llenas de material sanitario, para hacer torniquetes, apósitos e intervenciones rápidas. Muy parecido a lo que tenemos actualmente, salvando las distancias. De hecho, a los médicos se les llamaba capsarii, porque llevaban su maletín (o capsa, en latín) con el material médico de primeros auxilios e intervenciones.
Con respecto a los medicamentos, se basaban en plantas medicinales y extractos medicinales vegetales. Por ejemplo, la centaura para la cicatrización de heridas; el beleño negro como sedante; el llantén o el vinagre para parar hemorragias; para las quemaduras, asfódelo; para dormir, leche con adormidera; y la panacea, lo que vendría a ser la aspirina o el ibuprofeno de la época, que servía para todo, era la resina laserpicium —derivado de una planta denominada sílfium— importada directamente por el Estado romano. Es muy probable que en cada zona geográfica también se añadiera al repertorio de medicamentos el conocimiento ancestral de las plantas del lugar.
Después de ver esta exposición y leyendo, empujada por la curiosidad, me he dado cuenta de que, 2.000 años después, hemos mejorado en tecnología sanitaria, en medicamentos más efectivos, en cirugía, en higiene y en prevención (como las vacunas), pero muchas de las costumbres médico-sanitarias del Imperio Romano para nada nos son ajenas.