No hace tanto, la gran preocupación era decidir si al paseito de después de cenar para digerir la tortillita y las dos rebanadas de pan con tomate íbamos con jersei o con rebequita.
Era cuando, allí abajo, por debajo de Queralbs, el país sudaba por culpa del bochorno, pero creía que era feliz. Y todo estaba tranquilo. Controladamente tranquilo. Y en agosto más. Eran aquellos días en que todos éramos de los nuestros. Era cuando las cosas tocaban cuando tocaban y cuando no, no tocaban.
La fórmula secreta era ir tirando y soltando cuerda. La cosa funcionaba porque imperaba el juicio y el orden. La casita, el huertecillo y el "tortellet" de toda la vida y, por supuesto, la mayoría absoluta cada cuatro años. Los catalanes, la "rauxa" la guardaban para el momento del eructito de aromas de Montserrat de los domingos después de comer. Era poco después de haber gritado "¡Visca Catalunya!". Pero flojito, no fuera que se escuchara por el patio de luces
Funcionaba la máquina de crear putas y Ramonetes, pero entonces no usabamos este lenguaje porque en los diarios no quedaba bien escribir la palabra puta. Y menos en plural. Para no usarla, ni en las páginas aquellas del "relax". El día en que, como país, estuvimos más cerca de decir una palabrota fue cuando en el Dallas, la serie aquella que veíamos siempre en casa, salió un "pendó":
Eran aquellos días felices, cuando todavía no habían subido los periodistas a hacer el cuervo. Paseábamos por Queralbs con las manos entrelazadas en la espalda y saludábamos a los conocidos de toda la vida, que también habían salido a tomar el fresco. Y en medio de aquella paz sólo rota por algún grillo fastidiante, teníamos una obsesión: ¿cuál sería la última frase la biografía? La publicada en la Enciclopedia Catalana, claro. La nuestra. Sí, porque, a veces, una trayectoria inmaculada se puede torcer por un tropiezo imprevisto.
Y después vino todo. Por culpa de la "rauxa". Fue cuando me hice mío aquel "mecagoencony" que dejaba ir de vez en cuando el abuelo Soley. Y de aquel catalanismo moderado que iba a Madrit (concepto) con el muestrario en la maletita, pasamos a ser indepes. Pim y pam. ¡Yo indepe! ¿Quién nos lo iba decir, verdad? Y, claro, Roma (digale Madrit) no paga traidores. Lo explicó perfectamente José Antonio Zarzalejos en un artículo que algún día se estudiará en las facultades como ejemplo del como actúa un Estado cuando se ve amenazado...
Total, que los veranos en Queralbs nunca más serán iguales. Cuando vamos, que vamos muy poco, seguimos cenando una tortillita. Pero ahora tenemos las ventanas cerradas y las cortinas corridas. Y después, ya no salimos a estirar las piernas. Porque hay un montón de periodistas de estas cadenas españolas que se piensan que somos la Pantoja. Aquellos a quién mandamos a la mierda, ¿sabe?. Bien, y tampoco salimos porque muchos de los conocidos de toda la vida nos giran la cara. Y tienen razón. No merezco su compasión porque les he mentido. Pero, sobre todo, los he decepcionado. Fui un símbolo moral para ellos y he traicionado su confianza. Es cierto que en mi interior pienso que hice cosas muy buenas, y las hice, y eso algún día pesará más, estoy convencido, al menos yo, pero me puede la culpa. La maldita culpa.
La misma culpa mortificadora de no haber estado en casa cuando los hijos me necesitaban. De aquí llora la criatura. Para expiar aquel pecado, dejé hacer. Hice ver que no veía lo que pasaba. Y pasaban cosas muy gordas. Tanto, que al final la gestión la tuvimos que dejar al pequeño, que parecía el más sensato de todos. Pero ya era demasiado tarde. Y fue así como lo que habría sido sólo el pequeño pecado de una herencia que no encontramos nunca el momento de explicar, se convirtió en un pecado que llegó de la mano de medio código penal.
La última línea de mi biografía no será como esperaba, no. Aunque en el fondo todavía tengo la esperanza de que la indulgencia de la conmiseración humana acabe suavizando el texto. Por si acaso, aprovecharé el fesquito de Queralbs para ir recuperando antiguos papeles olvidados. Aquellos documentos que demuestran haber hecho también cosas buenas. Porque los grandes pecadores, más allá del arrepentimiento, también tienen derecho a recibir compasión. Sobre todo todo cuando no has pecado por mala fe sino para superar la tu propia culpa.