El evidente fracaso de lo que se ha dado en denominar, hasta ahora, desjudicialización del conflicto entre España y Catalunya por vía de una serie de indultos y, sobre todo, de una reforma exprés del Código Penal, parece ser ya una realidad a partir de la cual resulta necesario un análisis más profundo que permita buscar soluciones a una confrontación que dista mucho de estar resuelta, más bien parecería estarse cronificando con las consecuencias que ello tendría. Por tanto, necesitada de adentrarse por alguna vía real que permita superar esta situación de forma aceptable para todas las partes.
Vivir en el conflicto no es bueno para nadie.
La fórmula buscada, indultos y reformulación del Código Penal, ha sido lo que podríamos denominar la vía española no de resolución, pero sí de apaciguamiento que, por su propio nombre, se ha demostrado ineficaz, al menos si el objetivo era terminar con el conflicto y no solo desinflamarlo.
Resolución y apaciguamiento son conceptos muy distintos.
Apaciguar no equivale a solucionar y en la semántica es donde algunos se han perdido, pero, en cualquier caso, no era necesario esperar a los resultados para saber que por ese camino no se conseguiría nada. No podía pasar porque el error era de origen, al pensarse que España se adentraría en un proceso de solución de un conflicto en el que ni tan siquiera le reconocen legitimidad de ningún tipo a una de las partes, la independentista.
Para España, los planteamientos del independentismo catalán son inaceptables; al solo ser los propios de una minoría nacional —la catalana— no tienen lo que ellos entienden por legitimidad para ser tenidos en consideración y, sobre esa base, buscar una salida asumible por todos.
En resumidas cuentas, y desde una perspectiva española, no hay un auténtico conflicto porque los independentistas no tienen derecho a exigir nada de lo que están reclamando y, a partir de ahí, la cosa se centró en, primero, reprimir y, luego, apaciguar.
Solo desde dentro de Europa, y combinándolo con su fortalecimiento, podrá existir una vía posible de superar la actual situación
Sin legitimación del adversario no se resuelve ningún conflicto.
Además, y esto sí se podría saber desde el comienzo, ningún problema de estas características se resolverá bajo el marco mental y político de una sola de las partes enfrentadas, eso es de primero de resolución de conflictos.
En cualquier caso, y no nos confundamos, la postura española no difiere de la que inicialmente tendría cualquier otro estado ante una situación como la que se viene viviendo en Catalunya desde hace ya demasiado tiempo —basta acudir a los libros de historia—. No conozco estado que graciosa y generosamente esté dispuesto a ceder un territorio que considera propio ni, mucho menos, dar margen a reconocer ningún tipo de soberanía a nadie más que al propio estado.
Las independencias nunca se han concedido… siempre se han ganado.
La gran diferencia entre cómo está actuando España y cómo lo harían otros estados, ante un sentimiento tan amplio como el existente entre la mayoría de la población catalana, surge a partir de una trayectoria histórica que les impide asumir que las reclamaciones son legítimas y, también, de una falta de cultura democrática que les permita asumir que existen otras vías para solucionar el conflicto más allá de la represiva.
El fracaso de la vía española, en cualquier caso, y además de por todo lo expuesto, proviene de haberse equivocado de interlocutor y, si realmente lo que se pretende es superar el conflicto en lugar de cronificarlo, será necesario acudir a otras vías o mecanismos, también a otros interlocutores, pero, sin duda, lo que no se puede hacer es volver a equivocarse de camino.
Todo conflicto entre naciones es complejo, pero en pleno siglo XXI no solo es complicado, sino que, además, caben pocos caminos por los cuales se puedan solucionar de una forma que sea aceptable para todos, no solo los afectados directos, y, por ello, ha de afinarse mucho a la hora de elegir la forma usada para la auténtica superación de la disputa.
Acudir a los clásicos mecanismos del derecho internacional, aplicados en diversos procesos de descolonización vividos durante el siglo pasado, no parece que sea el mejor de los caminos y, mucho menos, cuando estaríamos hablando de una propuesta, dicho en términos muy simples, de descolonización intraeuropea con lo que ello representa a nivel de aceptación no solo de la realidad, sino, también, de su resultado más allá de las actuales fronteras españolas.
Contrastar el conflicto y encajarlo en términos de derecho internacional, es decir, y explicado de manera muy sencilla, basándose en el derecho aplicable a las contiendas entre los distintos estados es un error, porque esa vía no tiene recorrido alguno dentro de la Unión Europea y no contará con ningún tipo de apoyo.
La defensa del exilio es la defensa de los derechos inalienables de la minoría nacional catalana con las miras puestas a construir una mejor Europa
Por el contrario, si lo que realmente se pretende es alcanzar una solución aceptable para ambos pueblos —y que resulte asumible por parte de la Unión Europea— en lugar de limitarse a grandilocuentes declaraciones vacías de cualquier sentido y resultado, lo que ha de implementarse, teniendo claras muchas de las claves que rodearán a un proceso de estas características, es una respuesta europea y que se sustente, netamente, en instrumentos europeos, que use un lenguaje europeo y pase por más y mejor Europa. Solo desde dentro de Europa, y combinándolo con su fortalecimiento, podrá existir una vía posible de superar la actual situación. Me explicaré.
Ningún estado de la Unión Europea, tampoco sus instituciones, quieren oír hablar, ni están dispuestas a trabajar, sobre la base del derecho de autodeterminación, porque eso es tanto como admitir una realidad que entienden superada desde hace décadas y que, en su visión, solo afectaba a territorios más allá del continente europeo. Cosa distinta es que efectivamente se trate de un derecho inherente a todos los pueblos, tema que no estoy discutiendo.
En Europa, y si lo que se pretende es una salida europea, solo se puede hablar del inalienable derecho de todos los pueblos, especialmente de las minorías nacionales, a disfrutar plenamente de todos los derechos de los que somos titulares todos los ciudadanos de la Unión en un plano de igualdad, sin discriminación alguna; este y no otro ha de ser el planteamiento que ha de guiar cualquier tipo de solución que se predique como viable y definitiva.
El horizonte ha de estar puesto en el reconocimiento al pueblo catalán de sus derechos como minoría nacional atrapada en el marco del estado español, en la correcta identificación de los interlocutores y en el reconocimiento de la legitimidad de estos y, a partir de ese punto, todos los derechos que ello conlleva serán ejercitables, incluido el de separación de España dentro del marco de la Unión Europea.
En Europa caben más estados, pero no menos territorios, lenguas ni pueblos.
Hablar de independencia no implica hablar de una secesión de Europa, sino de la incorporación como socio de pleno derecho y en un claro plano de igualdad.
Desde que se me encargó la defensa del exilio tuve claro que todos los esfuerzos defensivos debían enmarcarse en el derecho de la Unión y con la vista puesta en una aplicación democrática de lo establecido en el Tratado de Lisboa, esa suerte de constitución europea que, de aplicarse al caso catalán, representaría el auténtico fin del conflicto.
El exilio representa la antítesis de la vía española y es, para muchos, el objetivo a derrotar
La defensa del exilio, desde mi perspectiva, es la defensa de los derechos inalienables de la minoría nacional catalana con las miras puestas a construir una mejor Europa, desde dentro, y en la que todos nos sintamos cómodos y seguros dentro de un espacio de libertad en el cual se garanticen, entre otras cosas, la igualdad, la libre circulación de las personas y también la de los bienes.
Por esto tanto molesta el exilio y por lo que tantos esfuerzos se han realizado para aislarlo o encapsularlo, estigmatizarlo, criminalizarlo y, finalmente, destruirlo. El exilio representa la antítesis de la vía española y es, para muchos, el objetivo a derrotar.
Esto, y solo para dejarlo muy claro, ni va de prejudiciales ni de inmunidades, va del reconocimiento de unos derechos muy concretos a partir de los cuales se puede superar un conflicto que si se cronifica, como parecen querer algunos, será un desastre para todos, no solo los directamente afectados; por el contrario, si se soluciona, permitirá que ambos pueblos puedan desarrollar sus respectivos proyectos de país sin otras cortapisas que la pertenencia a un club en el cual hay sitio tanto para España como para Catalunya y donde lo único que no debe tener cabida es la imposición de unos sobre otros.
En cualquier caso, la respuesta, la única respuesta a la actual situación está ya escrita y, como digo, no es la que se ha pretendido imponer hasta ahora —la vía española—, sino la que venimos señalando desde hace ya más de un lustro: la vía europea y, por ello, no es bueno confundir ser independentista con ser nacionalista… independentismo equivale a europeísmo.
Soy consciente de que no serán pocos los que dirán que Europa está ciega, sorda y muda —vamos, que ni siente ni padece— respecto a la situación que se vive en Catalunya; en cierta medida tienen razón, pero despertarla de su letargo, hacerla ver, oír y pronunciarse sobre este conflicto es algo que no solo ha de buscarse en los tribunales y en las tribunas políticas, también ha de exigírsele y forzársele desde la propia ciudadanía.
Insisto: el error padecido y el tiempo perdido radica en que el auténtico ensanchamiento de la base no pasaba ni pasa por la búsqueda de un control hegemónico del proyecto independentista, sino por la adecuada elección de la vía para solucionarlo así como el reconocimiento de la legitimidad de quien debe dirigirlo y, sin lugar a duda, veremos cómo, si la vía europea se explica bien, serán muchos más los que se sumen no solo a un proyecto de reconocimiento de los derechos de la minoría nacional catalana, sino, también y antes, a la búsqueda de una solución democrática y definitiva al conflicto.