Antes de regresar de Gressan, pequeña localidad del valle de Aosta, para integrarme de nuevo en la reserva india de los catalanohablantes de Barcelona, celebré una comida con Marcello, Patrick, Enrica y Enrico, todos ellos amigos de vida y, este último, maderero nativo del Valle que perdió tres dedos en un accidente con una serradora, pero que trata la madera como si tuviera setenta. De niño, Enrico era pastor, y ahora saca de la madera todo lo que le piden o imagina. Antes de subir al coche, Enrico me pidió que le enviara fotografías de los objetos curiosos de los lugares que visitara para viajar mentalmente y extraer de la madera los misterios que se esconden tras las cortezas de los árboles.

El túnel del Mont Blanc estaba cerrado por obras y tuve que volver por el Col du Petit-Saint-Benard, una ruta lenta y pesada si, como fue el caso, debe sortearse bajo una lluvia de aguanieve. Y, a pesar de las diez horas de conducción que tenía por delante, me sentí un privilegiado. Con la radio enchufada, podría dar la vuelta al mundo.

Este amor por la radio es heredado. En casa de la abuela Rosa escuchábamos El Consultorio de la Señora Francis mientras jugábamos a los Juegos reunidos Geyper, y en casa del abuelo Joan sufríamos escuchando las transmisiones futbolísticas de Puyal. Y con mis padres, recuerdo volver los domingos por la noche desde La Fosca escuchando radioteatro en RNE. A mi padre siempre lo asocio a Luis del Olmo y a Arribas Castro. Y si viajo a la infancia, me recuerdo a mí mismo escondiendo el transistor bajo la almohada para escuchar furtivamente a José María García o Gomaespuma. Y esta pasión la he seguido mimando escuchando la radio desde que me levanto hasta que me vence el sueño. No soporto el silencio cuando quiero dormir. Necesito conservar la mente ocupada mientras caigo en la inconsciencia para poder mantener los recuerdos en estado letárgico, y siempre utilizo las voces radiofónicas, porque la música me hace entrar en el bucle del insomnio.

Y en las diez horas de conducción, viajé por las dos emisoras de las que me nutro habitualmente. Antes de que apareciera internet y se me permitiera escuchar RAC1 o Catalunya Ràdio mientras estaba en Madrid, escuché muchas emisoras nacionales, y considero que la mejor radio se hace en Catalunya y en catalán, con la excepción de algún pódcast que escucho cuando tengo necesidad de una dosis de Romero-Buenafuente, o de cocina, con una especial predilección por las entrevistas realizadas por mi querida Cristina Jolonch en su pódcast Quédate a comer. Los buenos entrevistadores son capaces de sacar petróleo de un invitado con el depósito vacío.

Cuando llegué a Nimes ya estaba inmerso en el 'No ho sé' de la Vallonesta, y pasada la salida de Perpinyà, la planté para irme al 'Catalunya nit' de Manel Alías

La tertulia de Catalunya migdia, dirigida por Óscar Fernández, tenía como invitados a cuatro contertulios a los que ya había escuchado en otras tertulias a lo largo de la semana. Admiro el oficio de contertulio, porque deja en pelotas mis carencias de persona que sabe poco de algunas cosas y nada de muchas. Y hablaban de un tema, la idoneidad o no de los zoológicos, que me incomodaba por la retahíla de banalidades que intercambiaban, frases de una corrección política bastante ecoimpostada. Tengo que aclarar que, conceptualmente, el actual Zoo de Barcelona me parece una inutilidad, pero los contertulios hablaban de los niños y de la repulsa que la infancia del siglo XXI siente por los animales enjaulados. A los niños actuales se les supone una ética muy desarrollada que yo, francamente, no la veo en ningún sitio, a no ser que esté escondida en la inconsciencia despistada de algunos padres y madres. Creo, sinceramente, que ser un padre o una madre 10 es altamente perjudicial para la salud del niño.

Fui cambiando de emisora según soplaba el viento. El Festival de Cine Fantástico de Sitges ocupó un papel primordial a lo largo de la tarde, y algunos participantes hablaron de las novedades y otros, de sus películas de miedo favoritas. Como conductor solitario, también hice mi lista de preferencias. Adoro el género de terror, y si tengo que escoger unas cuantas, me quedo con Alien, La invasión de los ultracuerpos (versión 1978), Vampiros de John Carpenter, Funny Games, The Ring y Halloween. Y sin terror, pero con una sensación de ridículo constante, escuché los últimos audios de Bárbara Rey y el Borbón de guante blanco, como si estuviera asistiendo a un vodevil de aquellos que gustan tanto en Madrid. Una comedia de enredos donde solo faltaba la voz de pito de Gracita Morales diciendo “¡Cómo está el servicio!”. Y también toqué pelota en una tertulia futbolística. Viva Hans Flick y la mentalidad teutona. Como culé de los de  antes, sigo el fútbol con el ay, ay, ay, aunque ganemos por 5 a 0 en el minuto 85. Y un deseo: Víctor Font tendría que dejarnos descansar un poco. Su catastrofismo me acelera el pulso. Y ya sé que estamos arruinados, y que la nostalgia ya no es la que era, pero tengo ganas de disfrutar del fútbol sin pensar en el apocalipsis.

Cuando llegué a Nimes ya estaba inmerso en el No ho sé de la Vallonesta, y pasada la salida de Perpinyà, la planté para irme al Catalunya nit de Manel Alías. Hablaban de García-Page, el Emiliano Zapata de los manchegos en su lucha contra los burgueses catalanes. Esperaba que el presidente Illa hubiera contestado, como muy honorable, las bellas palabras del presidente manchego cuando dijo que “la riqueza de Catalunya no es de los catalanes, es de todos”, pero a Illa todavía le cuesta creerse el cargo. Dudo que García-Page, un cateto que lleva chupando el dinero público desde los 19 años, sepa hablar arameo, pero escuchando su voz de señorito con derecho de pernada pensé, ya en plena AP-7, que me daba mucha pereza regresar a la reserva india de catalanohablantes de Barcelona como un piel roja rodeado por el séptimo de caballería celtibérica. García-Page me transportó a aquella radio de la señora Francis y la del Porompompero.