Viqui Molins se llamaba Victoria, pero le pegaría más un nombre como Empar o Alegría. Ha muerto a los 88 años, la misma edad que el papa Francisco, y compartía la tenacidad, el espíritu sagaz, la alegría de vivir. Lo había expresado mil veces: “Soy feliz porque hago cosas”.
Los e-mails de las personas que han desaparecido nos revelan tanto, de cómo eran. Uno de los que conservo de Viqui contiene tres frases, solamente. Era una respuesta a una demanda mía. Le requería el DNI para poder darlo a la prisión donde ella se había ofrecido a presentar una película de la Muestra de Cine Espiritual de Catalunya, que en aquel momento gestionábamos desde la Universitat. Sus palabras: “Míriam, no es necesario. Yo soy voluntaria de Cuatre Camins. Y tengo entrada allí”. Por supuesto que tenía entrada, allí y a tantos lugares oscuros, feos, desagradables. Donde nadie quería estar, ella no solo estaba, sino que se trasladaba ahí. Había escogido estar al lado de toda aquella gente que crea rechazo, y hablaba de ellos: la pobreza no huele bien. Cofundadora del Hospital de Campanya, la obra que acoge desde hace años a personas sin techo en la iglesia de santa Anna, al lado de la plaza Catalunya de Barcelona, era querida y conocida en el barrio del Raval, donde decidió instalarse para ser más ella. Se sentía encorsetada en aquella zona acomodada donde había nacido y donde había vivido como teresiana y bajó, consciente de que el camino cristiano debe ir más de bajar que de subir.
Donde nadie quería estar, ella no solo estaba, sino que se trasladaba ahí. Había escogido estar al lado de toda aquella gente que crea rechazo, y hablaba de ellos
Maria Victòria Molins i Gomila tenía la Cruz de Sant Jordi y el Premio Internacional Alfonso Comín y tantos reconocimientos, pero el mayor es cada gramo de estima, que son toneladas, de las personas a quienes miró a los ojos, porque para ella la mezquindad de nuestra sociedad era la incapacidad de mirar directamente a la indigencia. Justo hace diez años fue investida doctora honoris causa por la Universidad Ramon Llull a propuesta de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés, como reconocimiento a su trayectoria profesional y personal en el mundo de la educación y la religión. Vivía como vivía por su enorme fe en Dios, y no se arrodillaba ante los potentes de la tierra. Es gracioso ahora ver como todo el mundo la loa, incluso aquellos que le negaban permisos o ayudas para hacer lo que pedía.
Formaba parte del clan de las monjas mediáticas, aquellas mujeres fuertes que también hacen cosas y, por lo tanto, son incómodas porque remueven sistemas que tienden a ser más estables y calmados. Quedan las miradas bondadosas de Viqui, pero también una fundación que lleva su nombre, porque el pesar de no haber podido casarse y formar una familia (lo había explicitado, alguna vez) ha sido compensado por la tribu que ha creado, por la familia de los “molinaires” que se sienten vinculados a su manera de hacer, a su manera de ser. Y esta sí que es una victoria, morir dando fruto.