El viernes pasado asistimos a una función que el ínclito José Mourinho tildaría de "teatro del bueno", recordando los años que estuvo empadronado en Barcelona. La obra tragicómica que representaron Donald Trump, J.D. Vance y Volodímir Zelenski fue cómica y trágica, y no pude controlar, como espectador, la risa histérica por una escena que me recordó a Harry el Sucio. "Make my day", parecía que quisiera decirle el empático de Donald a Volodímir, mientras J.D. Vance no se había preparado bien el rol de poli bueno. Yo, que escuché la escena mientras caminaba por la calle con los auriculares bien encajados en las orejas, tuve que entrar en un bar y pedir un café para poder ir al baño con la conciencia del cliente que ensucia de mierda pagando. La próxima Navidad el caganer tendría que tener nuestras caras, aunque Zelenski, un hombre que mostró una extraordinaria dignidad, merecería gobernar nuestros pesebres.

Pocas veces he tenido la sensación de asistir a un momento histórico como el que interpretaron los dos matones que tienen en España el apoyo de cuatro de cada diez jóvenes de entre dieciocho y veinticinco años, aunque tengo mis dudas que los otros seis sepan quién es Trump. Las mujeres pro Trump son menores en porcentaje y una de cada diez da apoyo a Donald y a J.D. Ellas, siempre más clarividentes. Me gustaría saber, sin embargo, qué opinan de Meloni, de Weidel y de Le Pen. Y es que el poder no lo es todo, aunque sean mujeres.

España forma parte de una Europa donde América del Sur empieza en Madrid

Por suerte, los que nos gusta un deporte que consiste en veintidós hombres o mujeres corriendo detrás de una pelota, teníamos el fútbol para disparar nuestra balística emocional. Ver perder al Real Madrid es orgásmico, por todo aquello que simboliza un club Estado que ha hecho del madridismo sociológico una cuestión de estado. El Real Madrid tiene una prepotencia trumpista, un trumpismo más castizo, más próximo a la intolerancia ayusista, que es como hablar de la arrogancia etílica de MAR. Ahora que se habla tanto de Europa y de su perdurabilidad como realidad geopolítica, he recordado cuando, de joven, los europeos decían que Europa empezaba en los Pirineos. Ahora que el Viejo Continente vive en una extraña adolescencia que recuerda el proceso de envejecimiento sufrido por Benjamin Button, España forma parte de una Europa donde América del Sur empieza en Madrid. Por cierto, el discurso catalanofóbico de Ayuso es de un teatro del malo, porque Ayuso es una actriz pésima que discursea sobre el texto escrito por MAR con la cadencia de los histriones amateurs que cada año suben al escenario para interpretar a Els pastorets. En Vallvidrera tenemos la versión 2.1, llamada Les pastoretes. Con Ayuso da la sensación que el pinganillo desde el cual le cantan el discurso no funciona. Y, si un día es presidenta, "pongo a Dios por testigo" que pasaremos apuros con este producto político diseñado para expandir nacionalismo madrileño, ergo españolismo casposo en abundancia ahora que la caspa huele a Ruiz de la Prada; y nos faltan huevos u ovarios para pararle los pies, convertidos en títeres de una obra teatral diseñada por ultras como MAR. A Ayuso se la podría denunciar judicialmente por propagar el odio hacia los catalanes, porque creo que la xenofobia es denunciable. Y, por cierto, el sábado fue el cumpleaños de Maria Febrer, para más datos, mi suegra, y celebramos la comida en el local que tiene Quim Marqués en el barrio de Gracia. Con la maestría de este chef, algunos platos tradicionales catalanes que estaban en peligro de extinción podrán sobrevivir a la pandemia de toda esta mierda de cocina desarraigada ecofriendly. Con un buen fricandó asentado en el estómago, es más fácil someter bajo el peso de la dignidad las idioteces dichas por una idiota. Ayuso trumpista, Ayuso desencadenada. Parece que los tuits escritos por Karla Sofía Gascón se hayan convertido en el libro de estilo de la presidenta de la Comunidad de Madrid.

Por suerte, el Barça ganó haciendo todo aquello que no hace al Real Madrid, "teatro del bueno", en un escenario, el de Montjuïc, que es un mal teatro para cultivar los sueños. El estadio es frío, hace frío en él, y los muertos contemplan el fútbol desde un lugar en el cual soy propietario de un nicho que me regaló mi abuelo Evaristo, siempre tan previsor, cuando hice veinte años. Allí están enterrados muchos culés que en la vida eterna están disfrutando del fútbol de un equipo construido por un tipo llamado Hansi, que, dicen, lleva de cabeza a mujeres y hombres enamoradizos. En un feudo, históricamente, de cultura futbolística holandesa, un alemán ha puesto orden y juicio en él con un fútbol que es teatro del bueno.

Un fricandó nos puede salvar el día. Un buen partido de fútbol puede hacer que empecemos la semana más felices y que no tengamos que lamentarnos cantando "I don't like Mondays", una canción generacional de The Boomtown Rats.

Y todo este teatro que empezó con la tragicomedia celebrada en el Despacho Oval de la Casa Blanca, acabó en el Dolby Theatre de Los Angeles con la ceremonia de los Oscars. Grandes películas, grandes interpretaciones, grandes shows musicales, y a pesar del espectáculo, faltó valentía y dignidad. Al lado de la ceremonia de los Oscars, los Goya quedaron como lo que son, teatro de aficionados, pero se esperaba algo más de Hollywood y de un gremio, el del cine, que tiene, en la libertad de expresión, su gran qué. Solo alguna voz valiente, como la de Daryl Hannah o las de Basel Adra y Hamdam Ballal, ganadores del Oscar por el documental No other land, estuvieron a la altura de las expectativas. Pero nada más. Es el silencio del miedo o de los palmeros. De estos, en Catalunya tenemos a carretadas y unos cuantos han ganado Goyas, premios nacionales y sillas en la Real Academia de la Lengua Española.

Y una recomendación. A quien no haya visto The manchurian candidate, la película dirigida por John Frankenheimer, le recomiendo que lo haga. Donald-Volodímir. Volodímir-Donald. Los favores se pagan.