Este jueves murió Joan Vila-Grau, el vidriero de la Sagrada Familia. Los catalanes somos una nación afortunada, a pesar de todo, porque tenemos la experiencia de Dios explicada en el centro de la capital del país. La Sagrada Familia es valiosa por muchas cosas, pero sobre todo porque acerca el misterio al hombre con las herramientas del hombre. Somos nosotros narrándonos la fe entre nosotros a través de los talentos que Dios mismo nos ha concedido. Es el producto material de una suma de dones ligados a la vocación, la pericia y la dedicación. Es el resultado de la receta perfecta: Gracia y voluntad. "Nos dicen que ha sido la fe la que construyó las catedrales en la Edad Media; de acuerdo… pero también la geometría", decía Étienne Gilson. Es así cómo Dios trabaja sobre la naturaleza humana.

"Yo estaba aquí sentado. Y al lado veo a una mujer con un vestido hindú llorando. Le pregunté si estaba bien… Y me respondió que los colores de la luz de los vitrales la habían emocionado. ¿Te das cuenta, Jordi, de lo que hicimos?". Es Joan Vila-Grau hablando con Jordi Bonet, el antiguo arquitecto director de la Sagrada Familia, en una pieza que firma Mireia Bonet en La Mira. Yo misma no me puedo dar plenamente cuenta porque hay un punto de incomprensible en el hecho de que el hombre pueda representar arquitectónicamente incluso aquello de Dios que no podemos abarcar, precisamente por su condición humana. Pero Él inspira a los artistas y también se manifiesta en sus obras.

La Sagrada Familia no somos nosotros yendo hacia Dios, es Dios que se nos presenta a través de la belleza

La luz importa en el diálogo que es la plegaria porque es desde los sentidos que creamos el escenario de intimidad que la hace posible. No es casualidad que muchas capillas y sagrarios tengan una luz tenue centrada en el altar y el Santísimo —quiero pensar que no lo es. La luz te hace el camino. Tampoco lo es que la plegaria de Taizé más larga sea la del atardecer o que cada vez que entras a la iglesia los ojos necesiten unos segundos para adaptarse. La oscuridad favorece la sensación de recogimiento que, en el fondo, es la sensación de saberse sostenido por Dios. Pero la Sagrada Familia no es eso. "El sol es el mejor pintor", decía Gaudí. Así, la luz de la basílica se explica desde la eclosión de colores, desde el espectáculo y la irradiación. No somos nosotros yendo hacia Dios como en la oración rutinaria, es Dios que se nos presenta a través de la belleza. En la Sagrada Familia, Él te viene a buscar más de lo que tú lo vas a buscar a Él, incluso cuando no quieres o no puedes comprenderlo. Esta es su fuerza, su gran virtud.

Cuando estás dentro y ves los colores batallando para ocupar el espacio, el esfuerzo no es el de creer en Dios sino el de pensar que no existe

Creo en Dios y, por lo tanto, no creo en las casualidades. Este martes fui a Misa a Montalegre, en el Raval, y cuando salía vi en una mesilla unos panfletos para coger. Gaudí: arquitecto de Dios, decía un título. Hojeándolo de vuelta en casa, me detuve en la página donde habla de su influencia y su impacto, todavía hoy, en la vida de la gente: "Después de visitar y estudiar sus obras en 1926, el famoso arquitecto japonés Kenji Imai se convirtió al catolicismo. En 1991, el escultor también japonés Etsuro Sotoo, que trabaja a la Sagrada Familia, se convirtió del sintoísmo y fue bautizado. En 1996, el empresario norteamericano Charles Teetor, entusiasta de la obra de Gaudí, recibió en Nueva York el bautismo de la Iglesia católica. En 1998, Jun Young-Joo, budista devoto, debido al impacto que le causó la preparación de una exposición sobre Gaudí en su ciudad, se convirtió al catolicismo".

La obra de Gaudí y de todos los que han hecho y hacen posible la Sagrada Familia no son ladrillos, vidrios y esculturas. La basílica es el medio para ligar la experiencia de Dios a la experiencia humana a través de los sentidos, para acercar el cielo a la tierra, para plantar a Jesús en medio de Barcelona y para hacer posible que Dios salga a buscar incluso a los que van como quien va al museo. Cuando estás dentro, levantas la cabeza y ves las columnas que hacen de bosque y los colores batallando por ocupar el espacio, el esfuerzo no es el de creer en Dios, sino el de pensar que no existe. Es así como todavía hoy la Sagrada Familia sigue elevando a quien la visita, es así como Gaudí trabaja cien años más tarde y es así como Joan Villa-Grau nos ha regalado toda la belleza que su cabeza ha sido capaz de imaginar. En su arte, nuestra Vida.