Las miserias íntimas de los partidos políticos suelen estallar públicamente cuando existe una guerra por el poder. En general, no son las investigaciones externas, sino las fugas internas las que abren los melones podridos y los ofrecen como espectáculo, haciendo efectivo el famoso dicho de Giulio Andreotti, según el cual hay amigos, enemigos y compañeros de partido. Aunque no se puede desmerecer el trabajo periodístico, los escándalos más jugosos necesitan gargantas profundas que den las pistas necesarias. Y no hay momento más adecuado para el escape de información, que la explosión de un Vietnam en el interior de un partido.

Desconozco si estas gargantas profundas han sido pocas o muchas a la hora de construir el trabajo de investigación del diario Ara sobre el escándalo que sacude a ERC, y es posible que solo haya sido la pericia periodística la que ha conseguido la información. Pero incluso en este caso, la guerra interna de los republicanos ha desatado la ira de los enemigos íntimos, ha liberado sus lenguas y ha completado, con todo lujo de detalles, la magnitud de la tragedia. De hecho, se espera con palomitas la declaración de este lunes del director de comunicación Tolo Moya a la comisión de ética del partido, señalado como el responsable de la vergonzosa campaña del Alzhéimer contra Ernest Maragall, y que ha amenazado con levantar alfombras, señalar ideólogos y destapar una estructura paralela dedicada al juego sucio.

Pero a la espera de la cita de Tolo Moya, las declaraciones con dimisión incluida del hasta ahora viceconseller de Estratègia i Comuncació del Govern, Sergi Sabrià, ya han sido un carro de excrementos de enormes proporciones. Sabrià ha puesto luz y taquígrafos a la existencia de una trama de contrapropaganda pensada para ensuciar partidos y líderes opositores, con la única intención de destruirlos. No sé si lo más grave es todo lo que ha hecho evidente —consciente o inconscientemente—, o la naturalidad con la que lo ha explicado, pero en ambos casos sus declaraciones son pura dinamita para la credibilidad de ERC. Es cierto que estas prácticas de cloacas son más habituales de lo que sería deseable, como bien conoce el independentismo, que las ha sufrido desde todos los estamentos y partidos del sistema español. Sin embargo, que la suciedad esté extendida, no disminuye la gravedad de las acciones de ERC, reconocidas y alegremente minimizadas por el mismo Sabrià.

El activismo se hace desde la sociedad civil, y en general se presenta como un ejercicio de defensa de unos derechos colectivos, y no como una maniobra pestilente para destruir adversarios políticos

Según sus palabras, no serían prácticas sucias, sino “campañas próximas al activismo”, y el listado que ha ofrecido es bastante jugoso: “hacer tweets, hacer un vídeo de una intervención desafortunada de un rival, empapelar media Catalunya con el Free Junqueras, inventarse La Fàbrica de Rufian, que aparezcan sardinas a los trenes en medio de una campaña, o unos mariachis más o menos desafortunados en un mal día de tu rival”. Recordamos que los mariachis fueron a la sede nacional de Junts a cantar La Cucaracha en pleno debate interno de la ejecutiva después de la destitución del conseller Puigneró. El hecho de que toda esta trama sea considerada por Sabrià una simple organización de “campañas próximas al activismo”, dicho desde un alto cargo de la Generalitat, es decir, amparado por el poder que le otorga el ejercicio del gobierno, denota hasta qué punto han perdido el norte. El activismo se hace desde la sociedad civil, y en general se presenta como un ejercicio de defensa de unos derechos colectivos, y no como una maniobra pestilente para destruir adversarios políticos. Y por su naturaleza cívica, el activismo no se hace desde el poder público, sino del voluntarismo ciudadano. Intentar justificar como activismo una estructura paralela para la guerra sucia, organizada desde resortes de poder, es inaceptable, indefendible y sencillamente impresentable. Y, sobre todo, es el síntoma de la sensación de impunidad que produce la borrachera del poder.

En este punto, hace falta añadir algo en formato de pregunta: ¿esta misma estructura B del partido que consideraba normal hacer semejantes campañas sucias, sería la misma que utilizaba los mecanismos de poder para hacer listas negras, vetar voces incómodas, controlar determinados micrófonos, utilizar las subvenciones como forma de presión a los medios, etcétera? Puesto que sé de qué hablo y lo he sufrido en propia carne, la pregunta es pertinente. Tanto como la respuesta será inexistente…

Sea como sea, el escándalo es enorme. Veremos cómo continúa y qué dimensiones toma, ahora que la guerra entre facciones dentro de ERC —un clásico histórico— se ha desatado con esplendorosa pestilencia. Los dardos envenenados del mismo Sabrià contra Junqueres dan pistas contundentes. Pero más allá de la lucha de barro que se está produciendo, sería bueno que el partido que siempre da lecciones de ética entone un mea culpa público, asuma la responsabilidad de un espectáculo tan deplorable. No se trata de cambio de caras, sino de regeneración profunda, no en vano, si algo resulta inapelable, es que las prácticas sucias eran asumidas como legítimas, y no eran cosa de cuatro voluntarios despechados. Es en la dirección del partido, donde se habían implantado estas prácticas sin demasiados escrúpulos, y es en la cara de la dirección donde ahora explotan. Por eso mismo, y en favor de todo el movimiento independentista, será bueno que la catarsis dentro del partido sea completa. Al fin y al cabo, el manual estalinista nunca será una buena guía para implementar una república.