En el último episodio del pódcast La Sotana, el humorista Joel Díaz improvisó un chiste (malo) con el nombre de la hija de Sílvia Orriols, la juvenil Violant. Confundiendo el nombre de esta conciudadana con el de un chico —Joel, hijo mío, que has ido a las escuelas de pago!—, Díaz jugó con el equívoco de entenderlo como un gerundio en frases como “están violando al Violant”. El chiste en cuestión no hizo reír ni a Dios (de hecho, en La Sotana podrían encontrarse manta de ocurrencias chorras como esta), pero la lideresa de Alianza Catalana ha prometido emprender acciones legales contra Díaz, publicitando el eco mediático de la polémica con enlaces de medios tan prestigiosos y catalanísimos como La Razón o E-noticias. Como era de esperar, los seguidores de la alcaldesa de Ripoll (los mismos que reprobarán este artículo) han exigido la cabeza del humorista y que se lo aparte de cualquier colaboración en los medios públicos.

A servidora la polémica (de tercera, como todo lo que pasa en Catalunya) le hace cierta gracia, sobre todo porque me extraña mucho ver a una defensora de los valores occidentales como Orriols pidiendo que se censure el libre discurso de un humorista. En este aspecto, en casa somos mucho de la Primera enmienda de los yanquis, por la cual estamos muy a favor que Orriols pueda definir la inmigración como una invasión orquestada, que ose afirmar que en Catalunya ya no nacen catalanes, o que se refiera al velo islámico como un “harapo”. De hecho, puedo entender que un recién llegado se ofenda porque lo tilden de extranjero o que una mujer rabie cuando se insulta un símbolo de una trascendencia divina que no comparto. Sin embargo, a mi parecer (y al del Occidente más próspero) el derecho individual al libre discurso, en el caso de Orriols, prevalecería sobre la vasta legión de ofendidos profesionales que pretenden silenciarla.

Los que formen parte de esta secta tan nuestra me responderán que quizás no pensaría lo mismo si un humorista especulara sobre la violación de mi hija (inexistente, por suerte para ella). Justo al contrario, si el caso se me afectara defendería el free speech del humorista todavía con más convicción, pues la libertad discursiva se tiene que promover especialmente cuando hiere las propias convicciones. Si mi aprendiz, por poner un ejemplo fácil de entender, llevara por nombre “Enculando” o “esnifando”, en casa seríamos los primeros en hacer escarnio sobre las potencialidades penetradores/aspiradoras de nuestra descendencia y su origen genético en las habilidades del progenitor. Pero Orriols ha decidido leer el espíritu ancestral de Occidente a la carta y cree que vale la pena viajar a la cueva de la judicatura (española, of course) para enmendar la plana a Joel, como si el pobre ya no hubiera tenido bastante con los censores sociatas.

Con reyertas de tres al cuarto como estas pueden ganar un puñadito de votantes, pero el precio de esta gesta es que el independentismo sea (todavía más) un auténtico patio de escuela

La anécdota es categórica, porque Orriols era una de las escasísimas voces del país que había adquirido cierta dosis de genuinidad a base de evitar el discurso victimista del procesismo y —desde esta perspectiva— me parece indigno que toda una salvadora de la patria busque sacar rédito de la lagrimita causada por una broma tan meliflua. A la hora de sobrevivir a sus ilusos enterradores, esta nación necesita heroínas de verdad, que no se caguen por asuntos tan pavorosos como la invasión de los moros o una bromita sobre la descendencia propia. Resulta una lástima que Orriols trate de sacar la cabeza en las redes como lo hacen las babosas juntaires y republicanas. De hecho, puestos a defender los valores de la civilización y de la catalana genética, yo de ella habría propuesto despedir a Joel por osar sacar la nariz en TV3 sin conocer lo que se escondía en la entrepierna de nuestras princesas reales.

Entiendo que los seguidores de Sílvia Orriols (los mismos que se cagarán en este artículo) protesten apelando al argumento falsario según el cual su lideresa sufre una barra libre de improperios, sobre todo si lo comparamos a los otros líderes del procés. Incluso comprendería que, en una hipótesis lo bastante real, me dijeran que la misma broma urdida por Joel Díaz provocaría un auténtico marasmo en caso de que la hubiera disparado la capataz de Aliança Catalana. Yo les respondería algo tan sencillo como que, en la política, se tiene que venir llorado de casa. A su vez, les recordaría que con reyertas de tres al cuarto como esta pueden ganar un puñadito de votantes, pero el precio de esta gesta es que el independentismo sea (todavía más) un auténtico patio de escuela y que Salvador Illa tenga suficiente con hacer de monitor de criaturas para pasarse unos cuantos lustros en la Generalitat sin despeinarse.

Pero todo eso tanto da, porque aquí lo único que quieren unos y otros es mantener el chiringuito; por pequeño que sea y aunque implique traficar con la descendencia.