Cierto es que hay a quienes gusta resaltar si este año o el último hay dos o tres o una mujer muerta menos que el anterior —demasiado supuestos expertos hablan en estos términos—, buscando constatar una disminución del fenómeno, pero lo cierto es que en 20 años de datos recogidos, lo único que se evidencia es que las violencias machistas contra las mujeres están en boga y al alza. Incluso cuando el número de feminicidios recogido a finales de año es un poco inferior al del año pasado. Este 2023, sin haberlo terminado, 97. De momento no hemos alcanzado, todavía, al 2022.
En este mismo diario, y en general en los medios, ayer se publicaban varias noticias que muestran las muchas caras que tiene la violencia machista, universal, contra las mujeres en nuestro Estado. Entre ellas, dos casos en Madrid, tres mujeres muertas en total, una de ellas una niña de cinco años a la que el padre —separado de la madre— no tuvo ningún problema en degollar. En el otro caso, casados, él militar, y con una hija de tres años. La primera de las víctimas, 25 años; la segunda, 37 y enfermera de profesión. Aquí, en Catalunya, se detenía al tercer menor imputable en una de las violaciones múltiples de Badalona, y en Mallorca, el vicepresidente del gobierno no dimitía a pesar de haber nombrado para un cargo público a un amigo acusado de una agresión sexual en un restaurante.
Las mujeres estamos en riesgo constante y, de muchas maneras y en situaciones diversas, expuestas a la violencia machista
No era un día excepcional; aunque el sábado fue 25 de noviembre, el día señalado para visibilizar el problema y la lucha, el día para la erradicación de las violencias contra las mujeres. Ayer era, pues, solamente, uno más, uno de tantos, uno más de los días de cada día que no deja de mostrarnos que las mujeres —todas, porque da igual clase social o condición, de todas las edades y de todas las procedencias— estamos en riesgo constante y, de muchas maneras y en situaciones diversas, expuestas a la violencia machista. No sabemos cuándo, cómo ni dónde un hombre, como nosotros, de nuestro círculo, seguramente, del pequeño al el grande —más probablemente conocido o muy conocido que desconocido— decidirá ejercer su poder sobre nosotros, de muchas formas posibles, algunas de ellas que pueden acabar con nuestra vida o, en todo caso, estropearla gravemente. Y no hablo solo de lesiones físicas.
A pesar de estos datos y muchos más, este no es para la ciudadanía un problema principal, y así lo muestran también las encuestas, aunque lo que más presente tenemos son las manifestaciones y las concentraciones de rechazo a las muertes publicadas, vivimos en una sociedad acostumbrada a esta realidad. Y hemos pasado de invisibilizarla o negarla —todavía hay quien lo hace o lo intenta hacer— a mirarla de lejos o como hecho aislado y no como problema social. Es decir, como realidad que requiere nuestra implicación ciudadana, nuestra acción colectiva cotidiana de vigilancia, alerta y ayuda.