El Molt Honorable Salvador Illa tiene cara de jugador de póquer profesional. Cuando no te sale con un as en la manga, va de farol, como si tuviera un póquer de reyes en las manos. La cuestión es que el Molt Honorable siempre se acaba llevando la apuesta porque, con póquer o sin póquer de reyes, siempre está al amparo del único Rey con ases suizos en la manga: Felipe VI. El Molt Honorable es un experto en la genuflexión.
Buscando información sobre Salvador Illa antes de ser el Molt Honorable, leo que durante dos años fue director general de la productora Cromosoma y, entre muchos proyectos, tuvo entre manos la serie de animación Les tres bessones o, como le gusta llamarla, Las tres mellizas, porque el castellano es el idioma en el que nos entendemos todos. Salvador Illa, antes de ser Molt Honorable, también fue alcalde de La Roca del Vallès y copríncipe de la Roca Village, director general de Infraestructuras de la Generalitat, diputado del Parlament de Catalunya, secretario de Organización de aquello que antiguamente se conocía como PSC y ministro de Sanidad. Yo, que tengo su edad, le envidio que haya llegado tan lejos con 58 años. Como buen socialista catalán del sector "soy catalán, pero buena persona", el Molt Honorable tiene el futuro asegurado en el Senado, lugar reservado a los políticos autonómicos jubilados que han pasado por la política como buenos funcionarios.
Leyendo la biografía de Salvador Illa, veo que hacen especial énfasis en su catolicismo y en su pasión futbolística, el Espanyol. Que el Molt Honorable sea católico me da cierta envidia. Illa tiene nombre de redentor, y como católico cree en la resurrección espiritual y, para más inri, también en la resurrección de una cosa tan poco espiritual como la política, con Pedro Sánchez como modelo, un hombre con cuerpo y alma de bacalao salado. Y que sea del Espanyol tampoco me trastorna, pero no se lo envidio, porque el Español es la casa grande futbolística de los constitucionalistas de toda la vida, los del 155, y de algún equidistante de los Comuns que de tan equidistante, se ha perdido en la irrelevancia.
Y cómo es la vida, que repitiendo y repitiendo el nombre de Salvador, he recordado una vieja estampa familiar. Mi padre conduciendo, y mientras recorremos el Peloponeso en dirección a Olimpia, canta una canción de Manolo Caracol que dice: "quien te puso Salvaora, qué poco té conocía, el que de ti se enamora, se pierde pa toa la vida". Mi padre la canta en tono bromista y no va dirigida a Salvador Illa, sino a otro Salvador, el marido de la dibujante Núria Pompeya, una mujer fantástica y muy amiga, que sufrió lo que no está escrito por un hombre mitad filósofo, mitad encantador de serpientes, que utilizaba su piano de cola como flauta. De eso hace casi 50 años.
Illa tiene más de virrey que de president de una Generalitat que contempla con ojos de gobernador civil
Pero volvamos al otro Salvador.
Desde que el Molt Honorable Salvador Illa tomó el cargo de president de la Generalitat de Catalunya, el 133.º, la Generalitat ha derivado, lentamente, en un virreinato porque, si tenemos que ser equidistantes, Illa tiene más de virrey que de president de una Generalitat que contempla con ojos de gobernador civil. Él es president de la Generalitat en nombre de la Constitución y, como presidente disfuncional de una nación que no se cree, lo primero que ha hecho ha sido rendir homenaje al Rey y a las instituciones que no aspiran, precisamente, a dejar desarrollar los anhelos de una patria sin Estado como la catalana. Y no me sorprende, pero en la radio hay un anuncio de la Generalitat de Catalunya que vende el nuevo gabinete de Illa como El Govern de tothom, El Govern de todos, un lema sesgado como lo fue aquel que cantamos los ingenuos independentistas asegurando que las calles eran siempre nuestras.
En este Govern de todos han colocado a los suyos, como es lógico, y hacen la política para los suyos, como se ha comprobado con la españolización del 112. Y todo con "lealtad hacia Catalunya", repiten como un mantra. Y en este Govern de todos han colocado a los que hicieron el trabajo sucio durante los meses previos y posteriores a la aplicación del 155. En la Generalitat, y también en el Ayuntamiento, donde Collboni tiene instalado a un experiodista, inventor de aquella falsa alerta que publicó El Periódico en la cual la CIA advertía a los Mossos sobre los atentados del 17-A. El Govern de todos; el café para todos. ¿De eso se trata, no?
En tiempos previos al Decreto de Nueva Planta, un virrey era un oficial real que gobernaba en nombre del monarca. Después del decreto, la figura del virrey se vio reemplazada por la del Capitán General, un cargo en el que me cuesta ver a Salvador Illa, a quien figuro jurando bandera, pero no haciendo maniobras nocturnas con la cara pintada de hollín. Es demasiado aseado. A Illa, con su ademán de vendedor de pijamas de El Corte Inglés, le va más la figura del virrey que acompaña como un perro guía al Borbón ciego con la realidad catalana. Porque el Molt Honorable es como aquellos trajes que sirven tanto para una boda, para un bautizo, para un funeral o para un juicio de divorcio, mientras todo esté al servicio de Sánchez, de la monarquía, del Ibex-35 y de la Constitución.
El problema es que la otra mitad del "todos" ya sabemos que el Molt Honorable Salvador Illa va de farol con respecto al catalanismo y pensamos que, quizás, el día que España esté gobernada por el PP y Vox dejará de ser virrey para convertirse, finalmente, en president de la Generalitat.