Un virus es un agente infeccioso submicroscópico que solo se puede replicar en el interior de las células de un organismo huésped. Los virus infectan todo tipo de seres vivos, desde los animales y las plantas hasta los microorganismos, y solo se han descrito unas 6.000 especies de los millones que existen. Los virus se encuentran en casi todos los ecosistemas del planeta y son la entidad biológica más numerosa de la Tierra.
Ahora hace algo más de cuatro años que un virus (el SARS-CoV-2, causante de la covid-19) nos obligó a quedarnos encerrados en casa, a cumplir un confinamiento que cada uno pasó de la mejor manera posible, pero que ha dejado trazas en problemas de salud mental, entre otros. Sin llegar a este extremo, también son virus los que causan los resfriados, las gripes, la varicela o el herpes simple, para poner algunos ejemplos que todos conocemos y que hemos sufrido alguna vez. Quizás con el final del invierno y el inicio de la primavera, algún lector leerá este artículo con alguna de estas dolencias. Menos mal que hay medicamentos (vacunas y antivíricos) que ayudan a pasarlo y/o a curarlo.
Pero también hay virus individuales y colectivos que infectan el tejido social, a veces más difíciles de diagnosticar, pero que también tienen tratamiento, de uso individual o colectivo, aunque alguna vez no se sigue o no se quiere seguir.
Entre estos virus que infectan nuestro tejido social, tenemos la envidia, para mí, y de lejos, el problema de salud colectiva más grave de los catalanes. Tenemos una sociedad que mal si haces, mal si sobresales del conjunto, en el ámbito que sea. Cualquiera que tire una piedra en un estanque empantanado, a veces de aguas sucias, puede ser tildado de cualquier cosa. Porque si nadie hace nada, no se nota la mediocridad ni la molicie de una persona o de los integrantes de un determinado grupo. Ahora bien, si alguien hace algo, que obviamente alguien más habría podido hacer antes pero no lo ha hecho, que se prepare, porque, a menudo de forma indirecta, será sometido a escrutinio condenatorio.
Para reforzar nuestro sistema inmunitario, individual y social, tendremos que aplicar grandes dosis de confianza, honradez, justicia, templanza y solidaridad
Otro virus que infecta nuestro hábitat social es la corrupción, que no deja de ser el adversario más feroz del bien común. Se habla mucho de la corrupción económica en el mundo político (y es necesario), pero hay muchos otros tipos de corrupción que dañan el principio del bien común. Cuando, por ejemplo, alguien se lucra, aprovechando su proximidad a los poderes o conociendo los resquicios del sistema, en asuntos que afectan a la salud de los ciudadanos; o cuando un funcionario público hace con desgana o no esmeradamente su trabajo; o cuando un ciudadano se aprovecha de una oportunidad para obtener prebendas no reguladas y contrarias a los derechos que le han sido reconocidos, etc., etc.
También podríamos hablar del sarcasmo, que es aquel artefacto que aparece cuando queriendo utilizar la ironía lo hacemos con el objetivo de herir a alguien. La ironía es una especie de sabiduría que nos permite vivir en sociedad, diciendo que aquello que queremos decir, pero sin querer herir. Pero, individual y colectivamente, caemos demasiado fácilmente en el sarcasmo, en la descalificación global y sin paliativos, utilizando grandes palabras. Para no caer en ello hace falta una cierta finezza, que ya hace demasiado tiempo que cotiza a la baja.
Y todavía mencionaría un último virus que sería la displicencia, aquella actitud de quien no encuentra gusto en nada, de quien no pone interés en nada. Nos hemos encerrado tanto en nosotros mismos, nos hemos vuelto tan individualistas, que nos hacemos muy a menudo el desganado ante oportunidades reales de mejora o de progreso. Estamos tan imbuidos de la modernez, que nada nos ilusiona ni nos conmueve, y cuanto más ejercitamos la displicencia, más lejos estamos de la afirmación positiva y del trabajo constante. Un individuo, o una sociedad, sin ilusión, sin objetivos, es carne de sofá, de simplismos y de retroceso, y eso en cualquier ámbito en que proyecte su dimensión personal, profesional o colectiva.
Evidentemente, cada uno puede identificar los virus que le preocupan más, por su virulencia o por la eventual extensión de la pandemia, pero para mí estos cuatro son, hoy por hoy, los más potentes, y contra los cuales quizás estamos menos inmunizados.
Para reforzar nuestro sistema inmunitario, individual y social, tendremos que aplicar grandes dosis de confianza, honradez, justicia, templanza y solidaridad. Los tratamientos existen, y de nosotros depende su uso, pero de cara a la epidemia vírica individual y colectiva de hoy en día, tendríamos que empezar a producirlos masivamente e inocularlos, inoculárnoslos con urgencia.