Según un estudio de alguna universidad americana (que son las únicas que infunden confianza a la mayoría de la gente), la gente vive estresada. No sabemos hacer nada sin estresarnos. Somos la generación que vive más estresada de toda la historia de la humanidad: estamos en la era del estrés. El siglo pasado, la gente trabajaba más horas que un reloj y, si era necesario, todos los días del año; pero no se estresaba. Actualmente, aunque nos redujeran la jornada laboral a dos horas al día y trabajáramos dos días a la semana, seguiríamos viviendo estresados. ¿Por qué? Pues porque nos gusta sentirnos así, es nuestro modus operandi, nuestra forma de estar en el mundo y de relacionarnos con él; no conocemos otra forma de vivir. La diferencia entre el siglo pasado y este es que antes la gente tenía un propósito en la vida y hacía todo lo posible por conseguirlo (mantener a la familia, tener algo que comer, ir de viaje al pueblo de al lado...), y esto los hacía estar entretenidos toda su existencia. Ahora, lo tenemos todo y lo hemos hecho todo en la primera etapa de la vida y vivimos más años que nunca; es lógico que no nos quitemos la angustia de encima. Pensad que un adolescente, con solo dieciocho años, ya lo ha probado todo (sexo, drogas y rock and roll y ha viajado por todo el mundo). ¿Qué tiene que hacer el resto de su vida para sentirse realizado?
Pensar es agotador y hacerlo a menudo se hace pesado. Es mejor dejar que los demás piensen por ti.
¿Qué solución hemos encontrado los humanos posmodernos para ir tirando y esquivar la angustia? Pues el estrés; ¿qué, si no? Llenar el día de todo tipo de actividades para no tener ni un minuto libre para pensar y darnos cuenta de que nuestra vida es más triste que una tortilla de patata envasada del supermercado. La cuestión es rellenar nuestro tiempo de tantas actividades como sean posibles: hacer un curso de macramé, de cómo ser influencer, de cómo vivir sin estrés, de cómo hacer cerveza artesana en casa; viajar cada semana a un sitio diferente; comprar una bicicleta de veinte mil euros para realizar doscientos kilómetros diarios; pedir hipotecas; tener hijos y apuntarlos también a muchas actividades..., y combinar todo esto con las redes sociales para que no nos quede ni un segundo libre. Si aun así nos queda tiempo, no pasa nada, los ayuntamientos de todos los pueblos organizan actividades gratuitas a diario. Lo que debemos evitar a toda costa, si queremos conservar el estrés que tanto nos ha costado acumular a lo largo del día, es socializar. Pensad que, con una sola socialización, las pulsaciones por minuto podrían llegar a bajar en un abrir y cerrar de ojos de 3.000 a 100 y tardaríamos horas en recuperar el estado de agitación. En caso de que no podáis estar sin socializar, es mejor entrar en Twitter, empezar a seguir veinte personas nuevas e insultarlas sin que venga a cuento. Y tema resuelto.
Aunque aparentemente puede parecer que el estrés es nocivo para la salud, la realidad es que nos ha salvado la vida en muchas ocasiones, y esto compensa su parte dañina. Por ejemplo: ¿os ha parado alguna vez alguien en la calle con una sonrisa de oreja a oreja con ganas de entablar una conversación unidireccional? Sí, ¿no? (Hay gente muy pesada en el mundo que le gusta socializar, qué le vamos a hacer.) Pues, a mí, el estrés me salvó de esta situación. Le dije: «Perdona, me encantaría estarme dos horas escuchándote, pero voy de culo; todavía tengo que hacer la compra de la semana, lavar los platos, pasar el aspirador, lavar la ropa, ir a yoga, preparar la cena y, si tengo tiempo, saludar a mi familia que estarán haciendo otras actividades.». Otra ventaja del estrés, que ya he mencionado más arriba, es que va muy bien para no pensar; tu corazón tendrá que trabajar más que nunca, pero tu mente podrá descansar y darse un baño de agua caliente con burbujas de colores. Pensar es agotador y hacerlo a menudo se hace pesado. Es mejor dejar que los demás piensen por ti, así matas dos pájaros de un solo disparo: por un lado, ahorras hacerte preguntas existenciales y, por el otro, te quitas de encima cualquier responsabilidad porque quien decide es otro. Por todos estos motivos que he expuesto hasta aquí, creo que el estrés ha llegado para quedarse para siempre con nosotros.