Vivimos en una sociedad egoísta, en el mal sentido de la palabra —si es que la palabra egoísta tiene alguna acepción (que desconozco) que no sea creerse el centro del Universo. Los psicólogos que no han pasado por ningún diván antes de empezar a ejercer como tales (lo que significa que toda la mierda que llevan dentro la van esparciendo a todos sus pacientes) y todas las publicaciones de Instagram se empeñan en decirnos que tenemos que ser egoístas y pensar en nosotros mismos. Eso sí, en el buen sentido de la palabra. No sé si os habéis fijado, pero en este mundo hay mucha gente y muy pocas personas. La mayoría de la gente vive en un eterno —como dirían desde el psicoanálisis— his majesty the baby (su majestad el bebé); es decir, que vivimos rodeados de adultos que no quieren abandonar la fantasía narcisista de haberlo sido todo para sus padres. Ya os podéis imaginar que con tanto narcisista por metro cuadrado es imposible que esta sociedad viva en armonía.

Ahora bien, si todos estos his majesty the baby estuvieran dispuestos a abandonar su poltrona para cooperar y ayudarse en los momentos difíciles, las cosas serían muy distintas; incluso me atrevería a decir que este mundo sería fascinante. Desgraciadamente, esto es una utopía y la realidad, a grandes rasgos, es y seguirá siendo todo lo contrario al altruismo y a la empatía (no hablo de la empatía de las historias de Instagram). La gente no deja de mirarse el ombligo en todo el día y se pasa la vida compitiendo para ser el más apuesto y rico del mundo. Diría que el camino para encontrar una calma interior y ser medianamente feliz no es exactamente este, pero yo no soy nadie para opinar sobre la vida de los demás. Ya sé que hay más de uno que piensa que el dinero y la belleza ayudan mucho a ser feliz, pero, curiosamente, las personas que tienen más dinero y que, según los cánones sociales, son consideradas más atractivas, muchas veces acaban suicidándose (tema tabú en nuestra sociedad, cabe decir).

Estamos rodeados de gente y estamos más solos que nunca

Recuerdo que antes (cuando el egoísmo aún no había arraigado tanto) pegabas un grito en la calle porque te había sucedido algo y todo el vecindario se asomaba por la ventana para ver qué pasaba y, si hacía falta, salía corriendo a ayudarte. Ahora, gritas en la calle pidiendo ayuda y, si alguien te oye (porque todo el mundo está aislado en su hogar hermético de doble cristal), lo máximo que hace es grabar un vídeo y colgarlo en las redes sociales para conseguir me gustas. Estamos rodeados de gente y estamos más solos que nunca. Vivimos en una sociedad que finge ser quien no es y sentir lo que no siente. Tanta incoherencia, tarde o temprano, nos acabará pasando factura. No tengo tiempo, voy de culo, no tengo ni un minuto para mí…; todas estas frases son el pan de cada día, y lo peor de todo es que se han normalizado. La mayoría de la gente está atrapada en deudas y más deudas. Compran cosas que no necesitan, piden créditos a los bancos para comprarse las cosas que no necesitan, tienen hijos sin tener tiempo para tenerlos, se compran un coche y una casa que no pueden permitirse, pero que es lo que toca, porque todo el mundo lo hace y no quieren ser menos, etc., etc., etc. Buf, solo con escribirlo ya me he estresado. ¿Es posible que se hayan tragado el cuento capitalista, que serán más felices acumulando cosas que no pueden pagar y que los tienen atados a los bancos? Y lo que es más absurdo de todo, la mayoría de personas no tienen tiempo de disfrutar de nada de lo que han comprado porque se pasan el día haciendo horas extras. Bueno, sí, miento, dos semanas al año, porque las otras dos se las gastan para ir de vacaciones a un lugar que no pueden permitirse y que los hará ir con el agua hasta el cuello todo el año. En fin, que diría que la vida tiene que ser algo más sencillo y relajante.

Pero volvamos a la sociedad egoísta en la que vivimos, aquella sociedad que hace me gustas a fotografías donde salen niños esqueléticos con mocos en la nariz o que va hasta los países donde malviven estos pobres niños a hacerse fotos con ellos, pero que cuando encuentran a un hombre en las mismas condiciones en la calle de al lado de su casa, miran hacia otro lado (porque no tienen tiempo, claro). O aquellas personas que, con la excusa de que les falta tiempo, no están al lado de alguien que los necesita, pero que cuando esta persona se muere, hacen un tuit diciendo que era la mejor persona del mundo y que en el mundo debería haber más personas como ella. ¿Existe en este mundo alguna persona que haya preguntado a alguien cómo está y no haya salido corriendo con la excusa que tiene prisa cuando le ha respondido que no pasa por su mejor momento? Hoy en día un ¿Cómo estás? significa ‘tengo prisa y no tengo tiempo para ti’, y un Tenemos que quedar un día para vernos significa ‘ya te estás haciendo pesado y no está el horno para bollos’ (no se sabe de nadie que haya organizado un encuentro después de pronunciar esta frase). Eso sí, no sufráis, si las cosas os van bien, sois atractivos (con o sin cirugía estética) y habéis acumulado mucho dinero, os aparecerán amigos de debajo de las piedras. Nunca se tiene que perder la esperanza, que de esto vive el capitalismo.