George Orwell escribió, acertadamente, que "en estos tiempos de impostura universal, decir la verdad es un acto revolucionario". Y es bien cierto que es así. Si se quiere pensar por su cuenta y no formar parte del rebaño que toca en aquel momento preciso, hay que asimilar que decir la verdad se ha convertido en un acto revolucionario.
Los rebaños tienen vocación de control. Cuidado aquel que ose salir del rebaño, abandonar el gregarismo y decidir por sí mismo. Que vaya con cuidado, porque los nuevos guardianes de esencias, autodefinidas como las correctas, no permitirán que pueda expresar su verdad libremente. Se quiere negar el derecho a la disidencia, respecto del rebaño, por la fuerza de los bramidos, y, si no es suficiente, por la elaboración de un decreto de muerte civil, intelectual o social, por parte de los nuevos clérigos del políticamente correcto y del pensamiento único.
Todo esto se hace muy evidente en el análisis del conflicto entre el Estado de Israel y la organización terrorista Hamás. Los hechos son claros, por mucho que se quieran retorcer. El 7 de octubre del 2023, miembros proclamados de esta organización terrorista y otros grupos palestinos lanzaron un ataque contra Israel, que provocó aproximadamente 1.200 muertos (el pogromo mayor desde el Holocausto). La mayoría de los asesinatos eran civiles, y también capturaron a más de 240 rehenes (101 todavía en manos de Hamás). Por lo tanto, hay unos agresores y unos agredidos, y se trata de una agresión que costó la vida a muchos de ellos. Evidentemente, no hubo aviso previo ni se respetó ninguno de los derechos humanos de estas víctimas. Hasta el punto que se hizo escarnio de su detención y muerte, exhibiendo unas imágenes que repugnan, o que deberían repugnar, a cualquier ser humano. Algunos llegaron a celebrar esta salvajada, porque hay partidarios del totalitarismo que siguen creyendo que el fin justifica los medios.
Ciertamente, en estos tiempos de impostura universal, de gregarismo irreflexivo, de consigna y alaridos, decir la verdad es un acto revolucionario
Este es un debate permanente de nuestra civilización. Los hay, como Albert Camus, que consideran que la libertad y la integridad de la persona humana no tiene que ser ofrecida en holocausto en el altar de una hipotética y futura redención de la Humanidad, mientras que otros, como Jean-Paul Sartre, consideran que el brillante futuro de la Humanidad libre, bajo la égida del comunismo, merece que la libertad y la dignidad individuales sean ofrecidas como prenda de un futuro comunitario esplendoroso. Esta manera de entender el progreso y el futuro acabará dando lugar al apoyo de Sartre a autócratas sanguinarios como Jomeini o Pol Pot, por el simple hecho de que se oponían a Occidente.
Estamos ahora en la misma tesitura. Los hay, que para hacer avanzar sus ideas de dominio, querrían que Israel no se defendiera, y que son capaces de llegar, en su permanente fuga hacia adelante, a invertir la carga de los hechos, de manera que el agresor es la víctima y el agredido el verdugo. ¿Si se tiene que ir a favor del sentido de la Historia y del progreso de la Humanidad, qué importa la verdad? ¿Qué importan unas pocas vidas? ¿Qué vale la vida de un chivo expiatorio? Esta inversión de la carga de la prueba encuentra un terreno fértil de expresión en los rebaños humanos que, creyendo ser muchos, consideran que a fuerza de gritos y de intimidaciones (verbales o físicas), se acaba teniendo la razón. Ni los gritos, ni las intimidaciones, ni la vocación de rebaño, dan o quitan razones. La razón la buscan aquellos que analizan los hechos, los sitúan en su contexto, describen las consecuencias de determinadas acciones y tienen nociones de geopolítica, de historia y de derecho. Es demasiado fácil dirimir las situaciones complejas jugando a buenos y malos, con la condición de que los que lanzan las fetuas son siempre los buenos. O, cuando menos, así se consideran.
Pero todo empeora cuando quien juega a buenos y malos, como si fuera un espagueti western, son los "periodistas", los medios de comunicación, públicos o privados. Unos medios de comunicación que, demasiado a menudo, tienen vocación de rebaño o que no quieren apartarse de los clamores del rebaño, sea cual sea la verdad entendida como acto revolucionario. Cuando medios de comunicación, sean públicos o privados, titulan incorrectamente una noticia, hasta el punto que merece que los lectores tengan que añadir contexto (que quiere decir que se ha cometido una falta profesionalmente grave), representa hasta qué punto no han estado al servicio de la verdad objetiva, sino que han trabajado a favor del subjetivismo que da la espalda a la realidad. Quiere decir que no se ha ejercido ningún tipo de espíritu crítico, que tiene que estar en la base de cualquier información veraz y contrastada.
Ciertamente, en estos tiempos de impostura universal, de gregarismo irreflexivo, de consigna y alaridos, decir la verdad es un acto revolucionario. Contra la vocación de rebaño, estoy a favor de la libertad individual de reflexionar sobre la realidad de los hechos y a favor de la búsqueda de la verdad.