Entre 1985 y 1987, TV3 emitió el programa Vostè jutja, dirigido y presentado por Joaquim Maria Puyal. Aquel en el que Rafeques, interpretado por Carles Canut, decía la frase “li garanteixo un judici com cal”. Porque sí, el programa mezclaba concurso, ficción de actualidad, ejercicio de lengua catalana y un simulacro de juicio y servía para saber que pensaba la opinión pública sobre temas sociales controvertidos. El caso es que se enfrentaban dos concursantes en torno a un caso ficticio que planteaba un dilema ético y uno de ellos era defensor y el otro el acusador. El interés, para lo que nos ocupa, es que creo recordar que a los concursantes les tocaba, en ocasiones, defender posturas en las que no creían. Que, imagino, será lo que les ocurre a muchos abogados. Y lo que le ocurre a mucha gente en la vida, por ejemplo en los partidos políticos, a veces en función del contexto que toca. Algo que no me parece mal porque demuestra que la razón absoluta no existe. Y está bien cambiar de opinión.
El mensaje de Carles Puigdemont era el de la restitución para regresar triunfante a Catalunya y ser investido president, pero ante esta circunstancia histórica no ha sido el más votado
Ahora bien, una cosa es ser capaz de defender una postura y la contraria, como un buen tertuliano, y otra la falta de coherencia, rumbo y previsibilidad. Lo del viento y Séneca y ya tal. Lo digo por los dos casos que nos han ocupado esta semana y que merecerían una especie de Vostè jutja. En Can Barça hemos visto cómo un entrenador decía que se marchaba a final de temporada. Como después el entrenador y el presidente decían que se quedaba, lo que ya ponía en entredicho la seriedad de la palabra dada una rueda de prensa tras otra. Y, pocos días después, como el propio presidente, que decía que lo mejor era que el entrenador siguiera, volvía a cambiar de criterio. La coherencia diría que Xavi debería haber cumplido su palabra. Ahora les ha caído un chaparrón difícil de soportar, más allá de que todavía persiste una especie de manía del guardiolismo hacia el de Terrassa, que a los que no somos entorno, nos cuesta entender. Pero, en fin, esto es otra cosa.
El otro es el de las elecciones catalanas. Claro que lo que se vota es la composición de un parlamento y no un presidente, y que quien más votos o escaños tiene no gana la presidencia. De eso tuvimos una lección práctica con los tripartitos. Y, después, de forma más estrambótica, en el ayuntamiento de Barcelona. Pero, a veces, como en Can Barça, está bien tener algo de previsibilidad. Y saber leer los resultados también. Si el PSC ha ganado las elecciones holgadamente y los independentistas han perdido la mayoría que llevaban una década sumando, eso es un mensaje. Si, precisamente, el mensaje de Carles Puigdemont era el de la restitución para volver triunfante a Catalunya para ser investido presidente, pero ante esta circunstancia histórica no ha sido el más votado: buscar ahora una suma que no tiene ni mayoría absoluta sería para él un retorno como presidente puramente autonómico, que no cuadra con la promesa —aunque no fuera real— de volver para terminar no sé qué.
Están muy bien las curvas, la creatividad, las astucias y todo lo que se quiera. Son legales, legítimas e incluso, a veces, necesarias. Y divertidas. Pero diría que tanto en Can Barça como en el Parlament, les conviene un poco, solo un poco, de previsibilidad, vista la navegación complicada y cercana al naufragio que han vivido en los últimos años. Pero, al fin y al cabo, no todo vale, ¿verdad?