Faltaba todavía más de media hora para que empezara la conferencia, y todo el patio del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) ya estaba ocupado por una multitud que formaba una enorme cola para entrar. Y el gentío no paraba de crecer. A los pocos minutos de abrir puertas, el hall ya estaba lleno a tope, con todas las sillas ocupadas, más de cuatrocientas, y mucha gente de pie en los pocos espacios libres, de forma que tuvieron que abrir el auditorio para que otros pudieran seguir el acto en streaming. Y aun así, todavía se quedó gente fuera, sin poder entrar. Empezaba el Festival de Cine independiente L'Alternativa (¡ya veintitrés años!), y la organización había invitado, para inaugurarlo con una conferencia, a un profesor emérito de la City University of New York (CUNY), autor de más de una veintena de libros que ya son unos clásicos de su disciplina, la geografía, y uno de los ideólogos más competentes y lúcidos de los movimientos que, desde Seattle, se están oponiendo a la globalización que somete la política democrática a las leyes de los mercados y las transformaciones urbanas a la voracidad de la especulación inmobiliaria y financiera. Realmente, viendo el gentío que se había reunido para escuchar a Harvey, aquella fría tarde de noviembre de la primera semana D.T. (Después de Trump), era fácil pensar que, quizás, no todo está perdido.
Aquel hombre de aspecto venerable, cabello y barba blanca, que se sentaba cómodamente en una butaca del CCCB, fue desgranando un discurso de gran densidad y coherencia, durante una hora y media, como siempre sin una sola nota, y contestó muy amablemente, pero con contundencia, a las preguntas que se le hicieron sobre el caso concreto de Barcelona, es el profesor David Harvey. Las redes sociales se hicieron eco enseguida de algunas de sus tesis más destacadas: “Cuando construimos la ciudad, estamos construyendo también la vida de la gente”. Ahora, sin embargo, “no se crean ciudades para vivir, se crean ciudades para invertir”. “Estamos creando ciudades a medida para los inversores”. “Tenemos que crear una ciudad para la gente, no al servicio de los especuladores, con viviendas asequibles, educación, sanidad”. Porque “el entorno nos construye. Así que la pregunta no es qué ciudad queremos, sino qué tipo de gente queremos ser”.
Poco a poco, Harvey fue argumentando los efectos, en las transformaciones urbanas, de las políticas especulativas aplicadas al capital acumulado: “Hoy en día puedes ganar mucho más dinero subiendo los alquileres y especulando con el territorio que produciendo”. “El capitalismo promueve transformaciones urbanísticas para crear entornos de gratificación instantánea”: “experiencias instantáneamente producidas e instantáneamente consumidas como el turismo”. “El problema es que el medio ambiente y los derechos sociales ya estan siendo descartados de las ciudades. Y este es un desafío para la ciudadanía”. No pudo dejar de hacer algunos apuntes de urgencia sobre las expectativas generadas en EE.UU. por la victoria de Trump, que no le sorprendió: Trump, dijo Harvey, pretende crear puestos de trabajo endeudándose para urbanizar y construir grandes infraestructuras, como hizo China entre 2011 y 2014. Los efectos inmediatos, añadió, son previsibles: contribuciones que seguirán siendo devastadoras con el cambio climático y desahucios a mansalva. Y un pronóstico que dibuja un panorama preocupante: “No habrá salida a la gran depresión que vendrá después del estallido de la burbuja que creará Trump”.
Trump, dice Harvey, pretende crear puestos de trabajo endeudándose para urbanizar y construir grandes infraestructuras, como hizo China entre 2011 y 2014
En el aire quedó sin embargo su pregunta, quizás la pregunta que hay que hacerse hoy, y no sólo en EE.UU., sino en todos los lugares que están sucumbiendo a esta última ola del capitalismo global: “¿Como absorber la enorme acumulación de capital que existe para poder sacar provecho de ella?”. Es decir: ¿cómo poner los beneficios del capital que generan las transformaciones urbanas al servicio de la mejora de la vida colectiva, de una mayor igualdad de la ciudadanía y del incremento de los beneficios sociales, y no, como ahora, al servicio de la renta monopolista sobre el territorio, los recursos y los productos?
David Harvey, durante más de cuatro décadas de investigación y reflexión, ha ido articulando su pensamiento profundamente crítico con las dinámicas globalizadoras del capitalismo especulativo. Ha publicado algunos libros que el paso del tiempo ha convertido en textos de culto y que han alimentado el gran impulso transformador del activismo político, como Social Justicy and the City (1973), The Urbanization of Capital (1985), The Urban Experience (1989) y Spaces of Hope (2000) o, entre el más reciente, el tan justamente celebrado Rebel Cities. From de Right tono the City tono the Urban Revolution (2012). Harvey ha recordado a menudo en sus libros lo que llama, sin retóricas, derecho a la ciudad: un derecho que debería ser ejercido, en primera instancia, por aquellos a los que se ha desposeído de su ciudad y de sus espacios y usos públicos, y que, con ello, se les ha privado de la posibilidad de determinar su vida y sus formas de vida urbana de acuerdo con sus propios deseos. Para eso, para recuperar el derecho a la ciudad, que es un derecho inalienable a no ser privado de ella, es esencial la recuperación del control sobre los usos del excedente que la propia ciudad genera.
En los últimos años, Harvey se ha vuelto a confrontarse al potencial crítico, todavía no explotado, de El Capital de Marx, como también ha hecho Fredric Jameson. Y lo ha hecho con unos vídeos que se han convertido en fenómenos virales en las redes. Y no extraña: habla de cuestiones urgentes, que interpelan a nuestro mundo, y lo hace con un rigor metodológico admirable y con una extraordinaria capacidad para estimular el pensamiento crítico y el activismo político. También, a veces, recurriendo incluso a las formas más populares de la cultura visual. Nunca ha caído en las derivas narcisistas y ociosamente provocativas, como Slavoj Zizek, ni ha sucumbido a los artificios retóricos apocalípticos de gente como Baudrillard o Paul Virilio, seguramente vacunado por su formación como geógrafo que le impone una atención extrema a la verificación positivista de sus análisis. Es, sin ningún tipo de duda, uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo.
En la primavera de 1998 David Harvey ya vino a Barcelona, invitado por Manuel Borja-Villel, para hacer un taller, durante una semana, y un seminario final sobre los procesos de homogeneización urbana que el capitalismo global estaba imponiendo prácticamente en todas partes, y también aquí, en plena resaca olímpica. Entonces, asistió al taller un grupo muy reducido que no llegaba a la veintena de personas. Pensando en la multitud que lo esperaba el otro día en el CCCB no pude dejar de pensar que no, que no todo está perdido. ¡Ni mucho menos!