A 48 horas de la celebración del referéndum del 1 de octubre, legítimamente amparado en una ley del Parlament de Catalunya  y un decreto del Govern de la Generalitat, más de un centenar y medio intelectuales y académicos de todo el mundo de prestigio global indiscutible han presentado una declaración insólita por su contundencia y por la claridad de su formulación.
 
Entre los firmantes, muchos de los referentes del pensamiento crítico internacional, desde Toni Negri en Sheyla Benhabib, de Ivan Segré a Enzo Traverso, de Catherine Malabou a Dominic Keown. La lista, realmente, impresiona. Y viene a añadirse a los nombres que ya firmaron el documento hecho público por The Guardian el pasado día 21.

El Nacional ya se ha hecho eco de la declaración, inmediatamente que se ha hecho pública, y ha destacado los elementos más relevantes. Ahora, sin embargo, interesa destacar algunos elementos que son realmente relevantes de este pronunciamiento público por parte de algunas de las voces con las cuales se ha nutrido el pensamiento crítico de todo el mundo durante las, como mínimo, dos últimas décadas.

Lo que está en juego no es un nacionalismo romántico ni etnicista, sino la oposición a la violencia por parte del Estado Español en contra de las libertades y derechos fundamentales y en contra de la democracia

Por una parte, el manifiesto se pronuncia, de forma clara y muy explícita, en contra de cualquier posibilidad de abordar al problema con criterios etnicistas o nacionalistas: en contra de lo que acostumbra a ser el reproche más generalizado en Catalunya y en el Estado español, desde posiciones contrarias al referéndum, declara, y de aquí la importancia del pronunciamiento internacional, que la demanda de referéndum no surge del viejo paradigma “nacionalista”, “ligado al pasado más funesto de la historia de Europa del siglo XX”, sino de un conflicto contra “las tendencias autoritarias de una determinada configuración del poder estatal” que pretende impedir la posibilidad “de construir estrategias políticas orientadas al horizonte normativo de nuestras democracias”. De golpe, todos los reproches de acusar la celebración del referéndum como una operación intelectualmente y políticamente retrógrada y reaccionaria quedan desenmascarados: lo que está en juego no es un nacionalismo romántico ni etnicista, sino la oposición a la violencia por parte del Estado español en contra de las libertades y derechos fundamentales y en contra de la democracia.

Por otra parte, reconoce el esfuerzo de los últimos años de la sociedad catalana por “decidir democráticamente su estatuto político” y reclama abiertamente el referéndum “como un medio concreto por superar la lógica autoritaria que ha destruido tan a menudo la vida de las sociedades políticas modernas y para avanzar hacia una cultura política post-nacional en clave europea”.

Apuntan a una concepción de la democracia que se sustenta, no en el cumplimiento de las leyes, sino en la democracia deliberativa, interactiva y dialogal

No es inoportuno recordar aquí, por concentrarnos sólo en una de las aportaciones más significativas, el esfuerzo de décadas de una pensadora de referencia en el ámbito de la teoría social y política contemporánea como Sheyla Benhabib, firmante del manifiesto, cuando ha recordado que lo que caracteriza “la mayoría de las más altas culturas de la historia humana” es, precisamente, la diferencia entre el mundo social y el mundo natural como legitimadora de la necesidad de impugnar “las normas generales que gobiernan su existencia mutua”. Benhabib ha defendido siempre el paso de la racionalidad legislativa a la que denomina racionalidad interactiva, y es precisamente en esta situación, que a su entender debería definir las sociedades maduras, cuando hay que abordar, sin miedos pero de manera decidida, la “validez social de las normas y de los arreglos institucionales normativos” cuando su validez es cuestionada “desde el punto de vista de los criterios de justicia, equidad o imparcialidad”.

Toda la reflexión de Benhabib, como la de buena parte de los firmantes del documentos, apuntan a una concepción de la democracia que se sustenta, no en el cumplimiento de las leyes, y menos todavía cuando las leyes tienen bloqueada su propia posibilidad de ser modificadas, sino en la democracia deliberativa, interactiva y dialogal.

Y, efectivamente, traducido en el horizonte de lo que está en juego este 1 de octubre, de lo que se trata aquí, simplemente, es de la democracia y sus reglas, tal como han acabado determinándose, en las sociedades maduras, cuando no han tenido miedo de revisar “el horizonte normativo” de acuerdo con el cual las sociedades democráticas tienen que autorregularse.