La noche del 1 de abril de 1999 faltaban nueve meses para el fin del mundo. Por cortesía de Catalunya Radio, dos parejas fornicaban en sus respectivas suites del Ritz, en Barcelona, después de haber ganado un concurso que tenía como objetivo último el engendramiento del primer catalán del milenio. A la hora de la verdad, las dos parejas flaquearon más que Ferran Torres rematando a portería vacía, por eso la única cosa que esperaban nueve meses después, el día de Nochevieja, era no morir. En realidad era normal, ya que la noche del 31 de diciembre de 1999 todo el mundo tenía miedo de extinguirse. Según el Telediario, nueve meses atrás había habido parejas con más puntería que la de los fornicadores del Ritz, por eso aquel último día de año ciento cincuenta mujeres, en medio del pavor general, también tenían la esperanza de parir. Para hacerlo como es debido y también por cortesía de la radio pública, todos los que esperaban ser los primeros padres catalanes del milenio habían recibido ya un pan de kilo, un soldadito de plomo y un transistor, aparte de un babero donde se leía "Sóc el primer nadó del 2000?".
Aparte del millonario diseñador Paco Rabanne, una de las personas más convencidas de que todo se iría al garete era el no tan millonario pero igual de genial Xavier Graset. Suya era la culpa de que miles de catalanes llevaran meses follando como conejos con la excusa de que El món s'acaba, título del programa que desde hacía tres años presentaba y nos iba preparando a todos, también a los niños que no teníamos ni diez años entonces, para el apocalipsis. Llegado el día clave, las campanadas de aquel año fueron un homenaje a Orson Welles con Xavier Graset recitando fragmentos de La guerra de los mundos de manera tal que en mi casa, solo de verlo, mi abuela dijo "ay, madre!" y se aferró a un rosario que siempre tenía colgado en la cabecera de la cama. Yo, que era un niño, decidí celebrar el Fin de Año con la camiseta del centenario del Barça, todavía con el 7 de Figo en la espalda. Si tenía que venir el fin del mundo, como mínimo que me pillara vestido con los colores que más amo, pensé, ya que para el resto ya tenía asumido que asistiría al apocalipsis sin haber aprendido a dividir con más de tres cifras, sin descubrir si realmente Doraemon era un sueño de Nobita o sin haber hecho nunca un beso a una chica.
Para un niño felizmente criado en aquel tardopujolismo que tanto gusta manosear a David Trueba, tener un señor en la radio como Graset que cada dos por tres decía "follad, que el mundo se acaba!" es un recuerdo imborrable
Pasadas las doce, sorprendentemente y por alegría de todo el mundo, el mundo no se acabó. Desde la plaza Major d'Igualada, donde alguien de TV3 decidió no irónicamente celebrar las que podían ser las últimas campanadas de la historia, Xavier Graset dio la bienvenida al nuevo milenio e inmediatamente activó una central de datos conectada con todos los paritorios del país con el fin de cazar al primer catalán del siglo XXI. Al día siguiente de toda esta boutade daliniana, el Telenotícies mostró las imágenes de aquellos primeros bebés, llorones pero felices, que además tenían a Jordi Pujol como padrino. Sinceramente, creo que aquella fue la primera vez en la vida que sentí curiosidad por la paternidad; una curiosidad infantil, claro está, lo que pasa es que años más tarde, cuando entré en la edad realista de ser padre, era más o menos la época del segundo tripartito y evidentemente la última cosa que quería en la vida era que mi hijo fuera ahijado de José Montilla. Después de aquello, ni Montilla ha vuelto a ser presidente ni yo, por A o por B, he vuelto a tener nunca la más mínima curiosidad por ser padre. De todo, lo único que conservo de aquel recuerdo infantil que se me desbloquea automáticamente cada diciembre cuando nos acercamos a Nochevieja es que siempre que veo a Xavier Graset, cada noche en el Més 324, pienso en hacer el amor. No de hacerlo con él, eh, sino gracias a él.
Dicen que a los niños hay cosas que se nos quedan gravadas en la cabeza, y para un niño felizmente criado en aquel tardopujolismo que tanto gusta manosear a David Trueba, tener un señor en la radio que cada dos por tres decía "follad, que el mundo se acaba!" es un recuerdo imborrable. La otra cosa que me pasa es que, como no tengo hijos, el único verso de Navidad del cual disfruto cada año es el del Graset. Si aquellas campanadas en Igualada fueron la performance televisiva más surrealista que se ha visto nunca en Catalunya, el versito de Navidad en el 3/24 es el momento televisivo más adorable que puede verse en nuestro país, sobre todo este año, ya que entre tanto concierto de Serrat y tanto monólogo de Buenafuente, es el único momento mágico de la tele pública que no parece patrocinado por el PSC. Es adorable, ya que hacer en público y dignamente aquello que la mayoría solo nos atrevemos a hacer en privado, medio en secreto, no es nada fácil. Yo mismo, por ejemplo, hace días que leo la tragicomedia Amor, firmesa i porfia, de Francesc Fontanella, y me muero de ganas de ponerme a recitar fragmentos encima de la silla mientras mi madre y mi mujer mojan algún barquillo dentro de la copa de cava, pero por suerte o por desgracia, todo el mundo sabe que Xavier Graset es la única persona mayor de 12 años en Catalunya capaz de subir a un taburete y decir un poema el día de Navidad sin parecer que se haya pasado de frenazo con el vino dulce.
Tengo la tradición de enviar siempre a quien más amo un poema de Joan Vinyoli, Primer d'any, que tiene aquel verso final donde afirma que "beberemos alguna cosa juntos", ideal para felicitar el año nuevo, sobre todo teniendo en cuenta que mis contactos de WhatsApp lo reciben mientras están haciéndose algun cubata
No sé si es por culpa también de Graset, ya lo consultaré con mi terapeuta, pero el caso es que yo también cada año tengo algunas tradiciones cuando se acercan estos días, por ejemplo ir a dar un paseo por Igualada la última tarde laborable antes de las campanadas y palpar en el ambiente si la humanidad, como el año 1999, tiene o no tiene miedo de extinguirse. Este año, la única especie en extinción que ha desaparecido en la Anoia es el querido cantautor intergaláctico Red Pèrill, mito de la Nova Cansoul, pero incluso en eso, igual que el año 2000, ha sobrevivido mutando en White Pèrill. También el día de Navidad, sin subir a ningún taburete, envío a todo el mundo un fragmentito de El poema de Nadal de Sagarra, aquel que dice "Però tens el record d'altres dies,/ que els teus ulls eren nets, transparents,/ i tot ple de misteris dormies/ ab el somni enganxat a les dents". Después, el día de Nochevieja envío un segundo poema, esta vez de Joan Vinyoli, que habla de que "He pensat que faríem/ alguna cosa junts:/ inventarem un núvol/ de foc?/ Desviarem un riu?/ Abaixarem muntanyes? Aturarem el mar?". Del de Sagarra me pone especialmente tontorrón aquella conjunción 'ab' a la manera medieval, y del de Vinyoli me gusta el verso final, donde afirma que "beberemos alguna cosa juntos", sobre todo teniendo en cuenta que mis contactos de WhatsApp reciben el poema mientras están haciéndose algún cubata.
La última nueva tradición es hacer una cena de Navidad con los compañeros y excompañeros de trabajo que más quiero, mi segunda familia. Este año, de hecho, el día en cuestión fue viernes 23 y allí mismo, en medio de un restaurante de fondues en el Born, mi buen amigo Joan propuso poner el 3/24 en directo con el móvil solo para ver cómo Graset hacía aquello de acercarse a la silla, poner un pañuelito encima, subir sin quitarse los zapatos y recitar un verset, conectándonos a todos con aquel niño a quien Sagarra dice "agáchate hasta el tiempo que eras niño". Así de simple y de importante. Tan sencillo y tan bonito. Tan antiguo y tan moderno. Tan absurdo y tan necesario. Como hacer el amor. Como leer poesía. Como valorar el presente como si el futuro no existiera y el pasado no importara. Como ver a un adulto encima de una silla y volver a ser un chiquillo por unos instantes. Como ser niño y recordar que El món s'acaba fue una lección sobre el carpe diem mucho antes de saber la existencia oficial de él gracias a Horacio, Garcilaso o Goethe. Como regalar a quien amas unos versos de Vinyoli que hablan de la ilusión por comerse el mundo y por abrazar la utopía, ya que seguramente este es el mejor propósito de año nuevo: encarar el año como si fuera el último y comprender cada día como si el mundo se acabara al día siguiente.