Somos millones los ciudadanos del Estado que no nos sentimos españoles y que, quizás, en algún momento de nuestras vidas, se nos pudo ganar para una convivencia plurinacional. Pero lo cierto es que el estado español, a lo largo de los 43-45 años transcurridos desde la Transición, solo ha demostrado una única manera de concebir España: la uninacional castellana, que es, además, la que conviene a sus élites extractivas, presentes en la monarquía borbónica desde primeros del siglo XVIII, presentes ―omnipresentes― desde Felipe V a Felipe VI, pasando por Franco y Juan Carlos I.

El mensaje habitual del 12-O

Un año más, hemos asistido a una “fiesta nacional española” construida en torno a una fecha que conmemora una historia de conquista, sometimiento y colonización, por la que en numerosas ocasiones tanto los pueblos indígenas americanos, como sus dirigentes políticos y sociales, desde López Obrador hasta Evo Morales, pasando por el papa Francisco y por muchos de los mejores autores literarios en lengua castellana del siglo XX, han exigido unas disculpas nunca comunicadas por la monarquía borbónica o por los sucesivos gobiernos del Estado. Claro es que España nunca ha pedido tampoco disculpas por la atroz represión sufrida por el País Valencià, Aragón, Catalunya y les Illes (respectivamente desde 1707, 1711, 1714 y 1716) ni tampoco por la doma e castración do reino de Galicia (desde 1480) o por la represión vasca posterior a las guerras de 1833-1840 y 1872-1876.

Una vez más, el Estado no celebra su fiesta civil con demostraciones populares, culturales, recreativas, gastronómicas, familiares o deportivas ni con celebraciones de masas, sino con un costoso desfile militar. La España de 2021, gobernada por la coalición de las izquierdas estatales PSOE-Unidas Podemos-En Comú Podem-Galicia en Común, sólo sabe reivindicarse y mostrarse al mundo desde la demostración de la fuerza bruta militar. Lástima que este año la Patrulla Águila (que invadió los cielos de Santiago de Compostela el pasado 25-Xullo con su humareda roja y gualda, en clara provocación frente a las 25.000 personas de la habitual manifestación soberanista del BNG) haya pintado sorpresivamente Madrid con los colores de la bandera republicana. Miren ustedes, parece que hay personas infiltradas en todos los sitios.

La derecha unionista quiere ganar la batalla del relato

Pero este año hemos asistido a mensajes desde la derecha extrema del PP y desde la extrema derecha de Vox que avanzan un salto cualitativo respecto del mensaje de siempre.

Desde el soberanismo catalán, vasco, gallego o valenciano la reivindicación de la unidad europea, de los valores liberales y democráticos, de un claro espíritu de tolerancia y acogida, deben servir para demostrar que hay otro camino frente al camino supremacista, excluyente y extremista que ha elegido la derecha unionista española 

En las recientes convenciones del PP y de Vox y en otros eventos inmediatos, tanto Aznar, como Díaz Ayuso, Esperanza Aguirre o Aleix Vidal-Quadras han defendido un relato supremacista y extremista respecto tanto de la monarquía y Constitución españolas, como del proceso de conquista y colonización americanas, equiparando las reivindicaciones indigenistas americanas con los soberanismos catalán, vasco o gallego. Equiparando como realidades enemigas tanto la identidad de los pueblos de América como la de las naciones sucesivamente sometidas por la fuerza bruta (1476-80 Galicia, 1707 País Valencià, 1714 Catalunya, 1833-1840 Euskadi y Nafarroa) y progresivamente minorizadas por la monarquía castellana, después borbónica.

La izquierda española no tiene relato alternativo

Desgraciadamente, la izquierda española no tiene ―ni tuvo― relato alternativo al histórico-identitario-territorial de la derecha española. Disculpen, sí es posible que defiendan un relato alternativo (y hacen bien) en lo referente a la colonización americana, porque siempre han demostrado preocuparse más por la salud y el futuro del quechua, aymara o swahili que por el del catalán, euskera y gallego. Pero el relato que no han confrontado nunca en su vida es el de la supuesta existencia de una nación española de 500 años de duración o el que niega (como ha explicado muy adecuadamente en estas páginas de ElNacional.cat Marc Pons) que Catalunya constituyó el pal de paller de la Corona confederal catalano-aragonesa, conquistando Córcega, Cerdeña, Sicilia y parte de Grecia, mientras su comercio dominaba el Mediterráneo, con consulados abiertos en toda el área. O el que niega que el reino de Pamplona, fundado por Eneko Aritza, era un reino euskaldún que constituyó la primera potencia de la península Ibérica en la primera mitad del siglo XI. O que el reino suevo de Galicia (siglo VI) fue el primer regnum de la Europa posterior al Imperio Romano y que el reino de Galicia y León de Afonso VII, en la primera mitad del siglo XII y de Afonso VIII y Fernando II (1158-1230), tenía su núcleo central en Compostela, siendo el Pórtico da Gloria la cristalización de esta época dorada, que acaba con la unión personal del Reino de Galicia con el de Castilla bajo Fernando III, en 1230.

Fortalecer los relatos nacionales contra el supremacismo borbónico-unionista

Por ello es necesario constatar que la derecha española está ya en modo “guerra cultural” y que va a dar la batalla en la escuela, en la Universidad, en la empresa, en las redes sociales, en los medios digitales e impresos y en las TV y radios. Y frente a este río de lava tóxica es necesario fortalecer y afinar los relatos que expliquen la historia de nuestras naciones (catalana, gallega o vasca), el carácter democrático y no agresivo de nuestros soberanismos y la capacidad de los mismos para integrar, de modo transversal, a casi todas las personas, también a aquellos para quienes la religión católica, la escuela concertada o los valores familiares tradicionales constituyan una referencia de vida. O a aquellos que confíen en reformas económicas transformadoras que avancen en una convivencia mucho más igualitaria o exijan construir una convivencia en las que la igualdad entre hombres y mujeres y la integración de pleno derecho de los colectivos LGTBI sean políticas transversales rectoras de la acción, tanto de gobierno como de oposición.

Desde el soberanismo catalán, vasco, gallego o valenciano la reivindicación de la unidad europea (quizás, casi seguro, de otra unidad europea), de los valores liberales y democráticos, de un claro espíritu de tolerancia y acogida, deben servir para demostrar que hay otro camino frente al camino supremacista, excluyente y extremista que ha elegido la derecha unionista española y que no es capaz ni de frenar ―ni siquiera de criticar en el ámbito de las ideas― la izquierda española.