No es que sea nuevo, ni en él ni en el partido que representa, pero las últimas declaraciones de José Luis Rodríguez Zapatero, presidente socialista del Gobierno de 2004 a 2011, merecen, cuando menos, una contestación. No sé si decir desde el sentido común —en todo caso, sin necesidad de subir al nivel de la reflexión ideológica marxista—, pero sí con un mínimo de reflexión. En una entrevista en el periódico La Razón, Zapatero —intermediador del gobierno actual en la Moncloa con el presidente en el exilio, Carles Puigdemont— ha declarado que no es partidario del referéndum "porque normalmente crea más problemas que resuelve y siempre divide a la sociedad". Se refiere al referéndum sobre el derecho a decidir y/o la independencia de Catalunya; no podía ser de otra manera, porque él, de referéndums, ya ha hecho. Siempre, si es catalán —en España, o para los españoles y españolas, que es lo mismo—, merece un trato aparte; una consideración diferente de la habitual.
El expresidente se ha desahogado sobre varios temas en relación con Catalunya y su autogobierno, y muchas son las réplicas que merece todo ello, pero la afirmación sobre "dividir a la sociedad" es lo que me ha dado risa, no porque la situación sea graciosa, sino porque el grado de estupidez de sus palabras pasa a ser superlativo. Por muchas razones, la primera porque la sociedad ya es diversa, ya está dividida y ya expresa su diferencia de opiniones habitualmente; no solo sobre el tema de la independencia de Catalunya, sino sobre cualquier tema. Y porque en democracia se vota sobre las cosas, para no tener que resolverlas de otras maneras, dado que ya se parte de la base de la existencia de la división y la diferencia de elección de la ciudadanía; si no, no haría falta ningún tipo de votación, tampoco la de la elección de gobiernos, como la que lo llevó a él a ser presidente del Gobierno. Pensar que plantear un referéndum es lo que divide, se tiene que hacer desde la más absoluta ignorancia supina de cómo es la sociedad, más todavía después de años del procés catalán; por lo tanto, solo queda pensar que se hace por pura consigna política absurda, pero funcional, en un mundo de populismo rampante y de cero reflexión crítica sobre todo y nada.
Fingir que el procés catalán no ha existido es una necesidad grande del PSOE
Ahora bien, quizás he descartado la primera opción con demasiada ligereza. También es cierto que fingir que el procés catalán no ha existido es una necesidad grande del PSOE; no por coherencia, eso no saben ni que es, sino para poder difuminar el máximo posible el papel antidemocrático que han jugado reiteradamente al lado de Vox, del PP y de Sociedad Civil Catalana y de cualquier otro que haya alzado la voz contra Catalunya y el catalán. Sin ir más lejos, Salvador Illa, actual president de la Generalitat de Catalunya, y Mario Vargas Llosa, juntos en un escenario, no hace mucho tiempo y no hablando, precisamente, de literatura.
Desde el primer momento, el tema de la división —del país, de la ciudadanía, de las familias...— se ha jugado muy fuerte en el partido sobre la independencia de Catalunya, poniéndolo incluso en dónde no existía y tiñéndolo, especialmente, de desgracia social. Y obviando siempre, por ejemplo, como es de sana la división y como es de peligrosa la uniformidad —por nacimiento, por desarrollo y por desenlace—; solo hay que mirar qué ha pasado en la historia de la humanidad. Eso sin ni mirar lo que nos hace estar vivos y vivas: sin división celular, nadie de nosotros estaría aquí, ni unionistas, ni independentistas. Difícilmente, tampoco sin la existencia de dos sexos, mujeres y hombres. Y podría continuar con una retahíla casi infinita de ejemplos buenos de la división; pero tampoco tiene ningún sentido porque el tema aquí es no permitir de ninguna de las maneras que España sea otra que la que es y que Catalunya decida qué quiere ser.
Ahora bien, en todo el procés catalán, hay una constatación unívoca: nada ha tenido sentido racional en la batalla unionista contra la independencia; más todavía, entre el socialismo nacionalista por no poder, o no atreverse a confesar, que son por encima de todo y de todo el mundo españoles y que no quieren que seamos, ni democráticamente, catalanes. Y hay quiénes vuelven a ello: no hay que dividir, podemos ser las dos cosas. Cuidado, sin embargo, los que piensan que sí se puede ser catalán y español al mismo tiempo, solo hace falta que miren, para decir alguna cosa, la ejecución de los presupuestos por comunidades autónomas: no hay duda, si sabes contar.