¿Qué tiene que ver Guadiana del Caudillo, un municipio de Badajoz de 2.500 habitantes, con la reciente cumbre celebrada en el palacio de Pedralbes de Barcelona entre los presidentes Pedro Sánchez y Quim Torra? En apariencia, poca cosa; bajo la superficie, mucho. Hay un hilo, negro, que conecta lo que ha sucedido los últimos años en Guadiana del Caudillo con el documento de 21 puntos que Torra le ha entregado a Sánchez para poner en marcha una negociación, un diálogo con contenido sobre el conflicto por el futuro de Catalunya, que el presidente español ha rechazado de todas todas.

Guadiana del Caudillo es uno de los pueblos de colonización agraria fundados por el franquismo en Extremadura durante los años cincuenta del siglo XX. De ahí el apellido inconstitucional que todavía exhibe. El denominado Plan Badajoz fue un fracaso completo de planificación fascista que empujó a la emigración, a Catalunya por ejemplo, a centenares de miles de personas. Desde su creación, en 1951, el pueblo perteneció al municipio de Badajoz, la capital provincial, pero en el 2009 se aprobó la segregación. No obstante, la Junta de Extremadura, en manos del PSOE, puso como condición que se suprimiera del topónimo la mención al "Caudillo", el dictador Francisco Franco, de acuerdo con la Ley de Memoria Histórica. ¿Qué sucedió? Pues que los guadianeros se autodeterminaron en referéndum... a favor de la continuidad del nombre franquista del pueblo. El 17 de febrero del 2012, después del acceso a la presidencia autonómica del PP, se declaró finalmente la independencia municipal. Y el 11 de marzo, los vecinos decidieron por el 60,6% de los votos, 495 en total, la continuidad del nombre original. La participación en el referéndum fue francamente minoritaria, de sólo el 32,3%, lo cual en absoluto invalidó el resultado. "Guadiana seguirá siendo del 'Caudillo'" tituló con sorna la edición digital del Abc.

¿Una mera anécdota? ¿Un residuo de agrofranquismo en la España profunda en pleno siglo XXI? Más bien, un insospechado preludio del tsunami ultra que se ha desatado los últimos meses y que ha culminado con la irrupción del partido neofranquista Vox en el Parlamento andaluz. El 7 de septiembre del 2018, el alcalde de Guadiana del Caudillo, Antonio Pozo, del PP, y el diputado autonómico Juan Antonio Morales, ex secretario de los populares en Badajoz, anunciaban su paso a Vox, por discrepancias ideológicas con su ya ex-partido. Santiago Abascal, el líder "nacional", bendijo la operación en una rueda de prensa conjunta en Mérida. Pozo se convirtió en el cuarto alcalde de Vox en todo el Estado. Los otros tres son los de Cardeñuela Riopico (Burgos), Barruelo del Valle (Valladolid) y Navares de las Cuevas (Segovia), donde fueron elegidos con mayoría absoluta en las municipales del 2015.

Del solitario Blas Piñar a los 12 de Vox

La última vez que la ultraderecha franquista con programa explícito había logrado asiento en una cámara legislativa española fue en las elecciones generales de 1979. El notario franquista y ultracatólico Blas Piñar, fundador de Fuerza Nueva, consiguió un solitario escaño por Madrid dentro de la coalición Unión Nacional, que sumó 378.964 votos en todo el Estado. Piñar estaba en el Congreso de los Diputados el día del golpe de estado del 23 de febrero de 1981, cuando entró el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero pistola en mano. En una entrevista en el diario Alerta Digital en el 2013, Piñar -que moriría el año siguiente- explicaba así su experiencia: "Pensé que se trataba de un grupo de etarras. Me tranquilicé, y alejé todo miedo, al darme cuenta de que se trataba de guardias civiles. Cualquiera que fuera su objetivo, nada grave podía sucedernos". El mismo Tejero aconsejó a Piñar que se marchara a su casa, pero el diputado ultra, antiguo procurador en las Cortes franquistas, prefirió asistir en directo al secuestro a mano armada de sus compañeros de hemiciclo.

En las generales de 1982, que ganó al PSOE de Felipe González, Fuerza Nueva quedó fuera de las Corts españolas: sólo obtuvo 108.746 votos. La Alianza Popular (AP) de Manuel Fraga se convertía en el partido refugio de casi todo el voto franquista, desde el más contemporizador al más contrario al nuevo régimen constitucional.

Durante décadas, parecía que nadie sabía exactamente dónde estaba la extrema derecha en España -aunque muchos se lo imaginaban-, por contraste con la emergencia del fenómeno en toda Europa. El lastre del franquismo pesaba demasiado, argumentaban politólogos y expertos: el pasado era una mala marca electoral. Alguna cosa se movía, pero no en el espacio de la marginalidad de grupúsculos ultras, ciertamente existentes y activos, sino a la sombra de un partido de mayorías, el PP, el heredero de AP, carcomido por la corrupción y en manos del liderazgo "maricomplejines" de Mariano Rajoy ante el "desafío" independentista catalán, como lo calificaba día sí y día también el radiopredicador ultra Federico Jiménez Losantos.

Abascal San Gil Vidal Quadras 2013 EFE

Abascal, San Gil y Vidal-Quadras en San Sebastián, el 2013, en la presentación de la Fundación para la Defensa de la Nación Española (Denaes) / Juan Herrero / EFE

El aviso a navegantes de Vidal-Quadras

En las europeas de mayo de 2014, el exlíder del PP de Catalunya y exvicepresidente del Parlamento Europeo Alejo Vidal-Quadras encabezó la flamante candidatura de Vox -nada que ver con la popular marca de diccionarios ni con la cadena de televisión alemana- para la Eurocámara, y obtuvo 246.833 votos y un exiguo 1,87%. Se quedó fuera del parlamento de Estrasburgo pero fue todo un aviso para navegantes. En aquellas mismas elecciones emergió el Podemos de Pablo Iglesias, que obtuvo 5 eurodiputados.

A pesar del primer fracaso en Europa, Vox no dejó de cuidar ese escenario. En febrero del 2017, el partido participaba en una cumbre de la "derecha euroescéptica europea" en Coblenza, Alemania, encabezada por Marine Le Pen, la líder del post-Frente Nacional francés. Si bien el declinante PP de Rajoy todavía parecía resistir el envite, se empezaba a aclarar la vieja incógnita de dónde era la ultraderecha española. O mejor dicho, de dónde estaba huyendo. Y se aclaró del todo el 2 de diciembre pasado, cuando Vox irrumpió en el Parlamento andaluz con 395.000 votos, un 10,97% y 12 diputados, con un programa ultraconservador, machista y, claro está, xenófobo: sobre todo, obtuvo su resultado en municipios con fuerte inmigración africana como El Ejido, en Almería, donde en el 2000 ya triunfó la campaña dura del Aznar de la mayoría absoluta.

Por descontado que el de Vox en las elecciones andaluzas también era un programa etnonacionalista español y antiindependentista catalán feroz. Pero no solo eso. Que el partido de Santiago Abascal, exdirigente del PP vasco, hijo de un amenazado por ETA, apadrinado durante muchos años por Esperanza Aguirre y la plana mayor del aznarismo, ejerza la acusación popular en el sumario por el referéndum del 1 de Octubre contra los líderes independentistas catalanes acabó de reforzar electoralmente la renovada oferta neofranquista de la derecha española.

Con Vox, la ultraderecha ha alcanzado hasta ahora su máximo electoral. El trumpismo hispánico también tiene ya marca propia. Si el "Sí se puede" había cuajado en una potente oferta de izquierda alternativa, Podemos y las confluencias, el "A por ellos" lo ha hecho en una derecha-derecha, la más idiosincrática del país. Que el rey de España, Felipe VI, amparara con su discurso del 3 de octubre del 2017 la brutal represión del independentismo – "Es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional" - ha contribuido a romper el tabú de votar un partido (neo)franquista a pecho descubierto. El placet de los electores andaluces y la alianza con el PP y Cs para desalojar al PSOE del poder ha facilitado a Vox moverse por el sistema, y marcar la agenda política y mediática, como si estuviera en casa del suegro.

El 7 de octubre pasado, Vox protagonizó un gran mitin en el palacio de Vistalegre, en Madrid, un santuario de Podemos. Pero las encuestas previas a los comicios andaluces, incluido el desastroso sondeo del CIS, apenas predijeron que Vox podía entrar en el Parlamento andaluz. Hasta el último momento se equivocaron. Solo se acercó al resultado real la única encuesta reciente conocida la noche electoral, el sondeo de GAD-3 para Abc, que le otorgaba de 8 a 10 escaños. Posiblemente funcionó lo que Elisabeth Noelle-Newmann identificó como la espiral del silencio: una parte muy importante de electores de derechas, pero también de izquierdas, callaron hasta el último momento cuál sería su papeleta, qué votarían: Franco.

Los sondeos no supieron recoger el efecto del desalojo de Rajoy de la Moncloa a raíz de la moción de censura de Pedro Sánchez, materializada en último término gracias al voto de los independentistas catalanes de ERC y el PDeCAT. En cambio, sí que lo intuyeron tanto el nuevo líder del PP, Pablo Casado, como su gemelo de Ciutadans, Albert Rivera, que entraron en una carrera acelerada de radicalización populista de sus mensajes para evitar las fugas y atraer el flanco extremo del electorado popular, respectivamente. Finalmente, el auténtico "Podemos de derechas", Vox, venía a caballo, como mostraba el spot electoral, y con pistola -Abascal se vanagloria de ir armado- y para iniciar una nueva "reconquista", ahora, no por Covadonga, sino por las Marismas del Guadalquivir y los desiertos almerienses. Es decir, por el sur del mapa ibérico, el lado opuesto de Don Pelayo, hace 1.000 años, y el mismo que Franco, hace bastantes menos.

El 2 de diciembre, Vidal-Quadras, a pesar de haberse apartado del proyecto de Vox después de haber sido uno de sus autores intelectuales, lo celebró en Twitter y vaticinó que el fenómeno acabaría teniendo un alcance estatal. El 28 de diciembre, el flamante tripartito PP-C's-Vox imponía a su candidato a la presidencia del Parlamento de Andalucía y anunciaba un acuerdo inminente para la presidencia de la Junta después de 36 años de gobiernos del PSOE sin interrupción. El objetivo de arrebatar al PSOE y a Susana Díaz su histórico feudo electoral pasó por encima de todo "cordón sanitario". Al fin y al cabo, los votos de Vox sólo podían sumar con un bloque de los dos posibles, el mismo espacio del cual provenían en su mayoría.

Ni el PP ni C's -por más que, en teoría le pese al candidato de los naranjas para las municipales en Barcelona, Manuel Valls- no le han hecho ascos a ampliar la alianza andaluza con los neofranquistas a todo el escenario político español en vísperas de un año electoral, en el que en mayo se celebrarán elecciones municipales, autonómicas en 13 comunidades y europeas. Y sin que se descarten unas nuevas elecciones generales anticipadas. La operación de blanqueamiento en marcha incluye un recurso tan torpe como el de disculpar la alianza con Vox por la vía de equiparar la formación ultra con los socios de Sánchez: Podemos y, sobre todo, los independentistas de ERC y el PDeCAT.

El hilo negro. La extrema derecha ya no sólo ocupa posiciones institucionales en Guadiana del Caudillo y tres micropueblos más del mapa español. También está en el parlamento de la autonomía más habitada. Pero al presidente del Gobierno central, Pedro Sánchez le ha respondido a Quim Torra que sus 21 puntos para negociar, entre los cuales figura la "desfranquistización" de España y "el aislamiento del fascismo y la ultraderecha", son un "monólogo" que no va a ningún sitio.

El juicio de los líderes independentistas encarcelados en el Tribunal Supremo se celebrará en un clima de máxima hostilidad. De franquistización. Es vox populi. La España que ya vota -y votará Vox-, y una gran parte de la otra, juega el siniestro partido del juicio del 1-O con la camiseta de la acusación popular. Franco, cuyos despojos, a pesar de la decisión de Sánchez de exhumarlos, continúan donde estaban, (también) acusa. El hilo negro.

 

Foto exterior: Abascal -derecha- con Smith i Ortega en un mitin de las elecciones andaluzas