Un dicho español muy bestia y muy rancio dice así: "Se empieza fumando y se acaba quemando iglesias". Es apto para explicar, cómicamente, el tránsito entre la descripción del pleno del Parlament del 6-7 de septiembre de 2017 como "golpe al Estado" (no "de Estado", atención al detalle), y la detención en Viladecans, medio año después —este miércoles— de una mujer acusada de "rebelión y terrorismo" con pruebas como una captura de pantalla de Google Maps y un silbato amarillo.
Entre medio de estos dos hechos se ha fabricado el retrato del procés independentista como una acción de "carácter violento", con "usos indebidos y exorbitantes de la fuerza" y "presidido por la coacción", como lo pinta el editorial de hace una semana del diario madrileño progre de referencia, indignado por la decisión del tribunal de Schleswig-Holstein de rehusar la acusación de rebelión contra el presidente Carles Puigdemont.
Lo mejor, sin embargo, llega ahora. Dos periodistas de buen currículum y reconocida carrera han avanzado las razones por las que Alemania no ama a España, y sus jueces no han validado el meollo de la instrucción inacabada sobre el 1-O del Tribunal Supremo español. Lo hacen en sendas columnas publicadas en el digital madrileño VozPópuli, una, digamos escisión, de El Confidencial.
La ministra abandonada
En una de las columnas, el autor atribuye las declaraciones de la ministra de Justicia alemana, Katarina Barley, al hecho que mientras estudiaba en París "Katerina estudió en París, donde conoció a Antonio, hijo de español y alemana, con quien tuvo dos hijos. Aquello no fue bien y se separaron. Quizás de ahí le viene el desprecio. Pensará, con Chateaubriand que los españoles no son más que 'árabes cristianos'”. Además, añade, es socialdemócrata y "los socialistas alemanes, como los de toda Europa, odian a Rajoy".
Ahí está. La ministra alemana odia a Rajoy y a España porque proyecta en uno y otra su frustración por el matrimonio o convivencia fallida con un francés hijo de españoles. Toda una ministra de la República Federal de Alemania es capaz de organizar un terremoto diplomático en la Unión Europea sólo para ajustar cuentas con su ex. Es extraño que nadie lo hubiera pensado antes. Es genial.
Varios indicios dejan saber que la columna se ha escrito sin mucho tiempo para comprobar nada. Un detalle. Llama a la ministra Katerina Barlay y es Katarina, con A, y Barley, con E. Otro. Dice que "tiene nombre de huracán tropical", pero el huracán tropical se llamaba Katrina. Todo por una letra.
Y eso no es nada al lado de los menosprecios que dedica a la carrera de esta mujer de 49 años: doctora en derecho, abogada, jueza y dos veces ministra, además de secretaria general del SPD. El autor no dice todo, quizás porque entonces se le desmonta el caso de la política amateur despechada por el abandono del pérfido Antonio, el exmarido español, etcétera.
Es una pena que el columnista, por pereza, prisa o vaya usted a saber, no haya sabido que Katarina Barley también ha participado en la comisión que nombra a los jueces de los tribunales más importantes del país, entre otros el Tribunal Federal de Justicia. Quizás alguno de los jueces que ha nombrado tiene que ocuparse del caso Puigdemont, quién sabe, y el autor tendría un dato más sólido para adornar una mistificación más creíble.
'Contubernio masónico'
La tesis de la otra columna sonará familiar a los mayores de 40 años. El autor, indignado con la incompetencia del gobierno español para explicar en el exterior la realidad de la insurrección catalana, se pregunta si saben "lo que ha pasado recientemente en Berlín, coincidiendo con la llegada de Puigdemont." ¿Qué ha pasado? "¿Sabe o no [el gobierno español] que se celebraba por un curioso azar en la capital alemana un encuentro masónico del más alto nivel entre las Grandes Logias de España, Bélgica, Finlandia, Francia, Suiza, Rumania y Alemania, países todos relacionados con el proceso, con personas afectas a él, con los autoproclamados exiliados y con la red separatista en el exterior?"
Es decir, se insinúa claramente que la decisión de la justicia de Schleswig-Holstein y la aversión alemana a España, es atribuible al tradicional "contubernio judeomasónico internacional", chivo expiatorio clásico del franquismo más rancio.
Para los menores de 40 años vale la pena explicar que el famoso contubernio (que quiere decir unión contra natura) es un tema permanente en la propaganda franquista desde el inicio de la dictadura, como explica en esta entrevista el historiador, experto en la cosa, Javier Fernández Arribas. En su último discurso, en octubre de 1975, en la madrileña plaza de Oriente, Franco explicaba así los ataques a las embajadas españolas: "Todo obedece a una conspiración masónica a la izquierda de la clase política, en contubernio con la subversión terrorista comunista".
En realidad, la causa de los "ataques" era el fusilamiento de tres militantes del FRAP y dos de ETA (pm) en septiembre de 1975.
El autor, sin embargo, está tan convencido del protagonismo de los masones en el caso Puigdemont, que remacha el clavo: "masonería, extrema derecha, izquierda radical y nacionalismos forman un frente que ataca sin piedad lo que entendíamos como democracias formales; es un hecho". Ha vuelto a 1975, a la plaza de Oriente.
Eso. Se empieza fumando [el dicho alude al tabaco eh] y se acaba quemando iglesias.