"No es un año que recordaré con demasiada satisfacción. En palabras de uno de mis corresponsales más comprensivos, ha resultado ser un annus horribilis". Estas palabras las pronunció la reina Isabel II de Inglaterra en su discurso para celebrar los 40 años desde su coronación, en 1991. Aquel año se separaron dos de sus hijos, se hizo pública la infidelidad del ahora rey Carles III a Diana de Gales, las islas Mauricio (que son parte del Commonwealth) se convirtieron en República, y se quemó el castillo de Windsor. Y estas palabras de Isabel II este año se las habría podido hacer suyas cualquier dirigente de Esquerra Republicana. También Oriol Junqueras, después de acabar en el 2024 restituido como presidente del partido pero al frente de una formación dividida y arrasada por una guerra interna. Como en la familia Windsor, también ha habido una separación sonada dentro de los republicanos, la del mismo Junqueras con Marta Rovira, y aunque la sede de la calle Calàbria no se ha incendiado, el partido se ha terminado de hundir electoralmente, siguiendo la línea del 2023, perdiendo hasta 13 diputados en el Parlament y la presidencia de la Generalitat que en los últimos 3 años había estado en manos de ERC por primera vez desde la República.
Pretendida unidad a principios de año
El año empezó con la decisión del partido de hacer oficial que Pere Aragonès sería candidato a la presidencia de la Generalitat en las próximas elecciones en Catalunya, que en aquel momento no tenían fecha. Con los partidos independentistas pactando la ley de amnistía con el PSOE para la investidura de Pedro Sánchez, los ojos cada vez estaban más puestos sobre Oriol Junqueras, indultado pero todavía inhabilitado hasta el 2031 y la posibilidad de que fuera cabeza de lista en unas elecciones en el Parlament, cosa que no pasa desde el 2012, si no se tiene en cuenta las elecciones del 155 en el 2017, cuando ya estaba encarcelado y Marta Rovira era su candidata efectiva. Ante este alboroto creciente, se decidió designar Aragonès como cabeza de lista prematuro en un Consell Nacional en que Junqueras lo bendijo. Meses después, todo cambiaría. Aquel mes de enero, además, el president de la Generalitat ascendió a Laura Vilagrà, que ya ha dejado la primera línea, como vicepresidenta, y a Sergi Sabrià como viceconseller. En la guerra interna, los dos han sido especialmente duros con Junqueras.
Adelanto electoral
Después de que Pere Aragonès no consiguiera el apoyo de los comunes para los presupuestos (algo que Marta Rovira en su explosivo despido como secretaria general del partido atribuyó al hecho de que Junqueras y Elisenda Alamany negociaran su entrada en el gobierno de Barcelona del PSC sin tener en cuenta los de Ada Colau), Pere Aragonès avanzó las elecciones catalanas que se tenían que celebrar en febrero de este 2025 que está a punto de empezar. Las elecciones se convocaron a mediados de marzo para el 12 de mayo. ERC venía de una tendencia nefasta en las dos elecciones celebradas en el 2023, todavía más si se comparan con los excelentes resultados electorales que habían conseguido en las municipales (con la victoria de Ernest Maragall en Barcelona) y las españolas (superando el millón de votos) en 2019.
Una de las cuestiones que se ha puesto sobre la mesa en estos meses de guerra sin trinchera entre compañeros de partido es que, según Junqueras, decisiones importantes como el adelanto electoral no se le consultaban, mientras que Aragonès lo ha negado en rotundo. El presidente del partido que ha vuelto al trono de los republicanos ha soltado que han sido muchos los gobiernos que han salido adelante sin presupuestos, sugiriendo que estaba en contra de la decisión de quien él mismo eligió como candidato a la presidencia de la Generalitat en el 2020. Antes de que se convocaran estas elecciones, Oriol Junqueras ya había empezado una ruta por todo Catalunya para volver a conectar con la sociedad catalana, comarca por comarca. Su objetivo no solo era estar en contacto con los militantes del partido, sino también con el conjunto de los catalanes.
Batacazo histórico con 13 diputados menos
Después de una campaña electoral marcada por la dicotomía Salvador Illa-Carles Puigdemont y también por la carta de Pedro Sánchez y su posterior decisión de mantenerse como presidente del Gobierno, llegó el gran porrazo de ERC. Las encuestas preveían una fuerte bajada del partido que había gobernado en solitario Catalunya en el último año y medio, pero no de esta magnitud: con una alta cifra de abstención como castigo a los partidos independentistas, ERC perdió a 13 diputados en la cámara catalana, quedándose solo con 20 y dejándose por el camino cualquier posibilidad de conservar la presidencia del país, con Aragonès por detrás de Illa y Puigdemont.
Aquella misma noche Aragonès aseguró que ERC pasaría a la oposición y que eran los ganadores los que tenían la responsabilidad de entenderse. Y también pidió que se asumieran responsabilidades individuales (lo hizo al día siguiente al dimitir) y colectivas, un mensaje que todo el mundo entendió que se dirigía hacia Oriol Junqueras, a quien también consideraba responsable de la situación en que se encontraba el partido. Junqueras, sin embargo, no se dio por aludido, sino al contrario: hizo pública una carta asegurando que veía con ánimos de continuar al frente del partido y que había entendido el mensaje.
Convocatoria del congreso y manifiestos
Después de la derrota electoral, en una larga y tensa Ejecutiva, el partido decidió convocar un congreso nacional extraordinario el 30 de noviembre para que fuera la militancia quien decidiera su futuro. Desde el exilio, aquella misma noche, Marta Rovira dejó bien fijada su posición: ella no volvería a presentarse para ser secretaria general de ERC y creía que Junqueras no tenía que optar a la presidencia del partido por dar paso a nuevos liderazgos, reclamando una "transición tranquila". Este deseo de Rovira quedó lejos de hacerse realidad. Junqueras anunció que dimitiría después de las elecciones europeas del 9 de junio, donde ERC no naufragó gracias a unos socios en alza en sus territorios, y así lo hizo. Desde el primer momento, sin embargo, no escondió su intención de recuperar la presidencia del partido al considerar que los malos resultados no eran culpa suya. En esta campaña electoral, ha ido señalando políticas del Govern Aragonès que ha considerado desacertadas.
Después de unas semanas de calma muy tensa, el manifiesto firmado inicialmente por trescientas personas que llegó a superar el millar de firmas fue un antes y un después para la lucha del poder dentro de Esquerra. El texto, sin citar directamente Junqueras, se veía como un ultimátum que se adhería a las ideas de Rovira y suponía poner nombres y apellidos a las personas que pedían al dirigente que terminara y dejara paso.
La bomba de los carteles
Con la lucha por el poder ya envenenada y cuando Junqueras había empezado su "campaña" particular con un acto en Sant Vicenç dels Horts, estalló el escándalo de los carteles de los hermanos Margall, cuando se hizo público que estos no eran sino un ataque de falsa bandera y que la dirección lo sabía desde principios de año pero no lo había revelado. Junqueras, eso si, siempre ha negado que él fuera consciente de que los carteles denigrantes salían de compañeros de partido para intentar arañar votos de lástima para el candidato a la alcaldía de Barcelona. Fue a partir de este momento en que la guerra sin cuartel empezó a ser cada vez más cruda, por ejemplo, con la rueda de prensa de Sergi Sabrià en que acusaba Junqueras de solo mirar por su bien o la de Xavier Vendrell, que dijo que este tuvo miedo la tarde del 27 de octubre del 2017 y se escondió en Montserrat. Los ataques más duros de Junqueras hacia sus compañeros tuvieron lugar en el acto de presentación de su candidatura en Olesa de Montserrat, donde ajustó las cuentas también con Marta Rovira. Esta, en su discurso de despido, no dudó a decir que los meses que ha pasado en Catalunya desde que volvió del exilio habían sido más duros que cuando se tuvo que marchar, investigada por su papel en el referéndum del 1-O.
Dos vueltas
La campaña electoral para las primarias internas fue larga y sucia. Hasta finales de verano no se conocieron los rivales de Junqueras. Dos de estos se daban por hechos, una candidatura avalada por Rovira, Aragonès y Marta Vilalta, ahora relegada de la primera línea, y la de los críticos del Col·lecitu 1 de octubre, que finalmente no logró los avales para presentarse. A ellos se les unió Foc Nou, que veían con muchos recelos el vuelco tomado en los últimos años por la dirección de la calle Calàbria. Finalmente, los escogidos en la tarea fallida de cogerle el poder al exvicepresident del Govern fueron Xavier Godàs y Helena Solà. Ninguno de los dos lo consiguió ni en primera ronda, donde Solà fue eliminada, ni en segunda, cuando Godàs se quedó a 600 votos de Junqueras.
Una ERC dividida y con heridas abiertas
Finalmente, el 15 de diciembre, Junqueras recuperó la presidencia del partido y empezó su segunda etapa al frente de una organización que, como ya hizo en el 2012, coge en horas muy bajas. En esta ocasión lo hace con Elisenda Alamany en el lugar de Marta Rovira como su mano derecha. Con todo, el apoyo interno de Junqueras es mucho más bajo que en el pasado y se tendrá que ganar la confianza de la más de la mitad de militantes que optaron por otra opción: ya sea Godàs, el voto en blanco o que decidieron no participar del congreso. La prueba de fuego será la segunda parte del congreso nacional, que tendrá lugar a mediados de marzo y donde se tendrán que aprobar las ponencias del partido. Queda por ver si entonces las heridas ya se han podido empezar a cuidar o si, por el contrario, siguen supurando como lo han hecho este 2024.