En el debate de presidenciables de TV3, Dolors Sabater i Puig (Badalona, 1960) sorprendió a una gran parte de la audiencia por la naturalidad con la que se quedó en blanco en la ronda relámpago que los candidatos hacían antes de entrar a los estudios y por los nervios que arrastró toda la noche. Más allá de debatir sobre si la falta de experiencia televisiva humaniza o no a una candidata, es cierto que en el caso de Sabater muestra la personalidad de una política que no vive nada cómoda en la mandanga del discurso empaquetado y vacío de significado con que los mandatarios nos torturan en la televisión y que es una señora genuina para quien ser servidora pública resulta algo más serio que hacer de mujer anuncio. Así es la antigua alcaldesa de Badalona, una profesora y activista por la lengua para quien la política no es el arte de hacer salmodias sino de arremangarse y defender ideales en la calle.
Sabater pudo parecer incómoda en el plató por falta de tablas, pero también mucho más auténtica que Pere Aragonès disfrazado de Artur Mas o Alejandro Fernández aprovechando la estulticia del candidato de Vox para salvar el culo, justamente porque se le nota que eso de ir a la contra no es una actitud que haya improvisado contra cuatro neofascistas de Sant Cugat sino contra los grises y el general Franco (que era una cosa mucho más bestia y también, por qué negarlo, mucho más seria). A diferencia de la mayoría de políticos en activo, Sabater ha trabajado, conoce la complejidad de dirigirse a un aula y eso le regala el aura de aquellas profesoras románticas que se te dirigían de jovencito en el colegio para recordarte una cosa tan cristiana como que te tenías que sentir un tanto culpable por tu bienestar y la comodidad de ser un crío de clase media para quien estrenar mochila cada año era normal.
A diferencia de Ada Colau, su caricatura en versión española, Sabater se crio en el asociacionismo, el voluntariado, la lucha no violenta de los objetores y el antimilitarismo cuando todas estas causas no eran financiadas por el PSC
Muchos badaloneses todavía conocen a Sabater como "la chica del camión", porque había conducido el vehículo de la empresa paterna, a menudo sisándolo como arma muy visible de acción social. También tiene tatuada en la piel y en el pelo una cierta cultura del curar que le viene de haber cuidado de sus hermanos enfermos durante toda la puñetera vida (he visto una cosa muy similar en casa y, creedme, la tarea requiere una cantidad de trabajo, paciencia y un par de cojones). A diferencia de Ada Colau, su caricatura en versión española, Sabater se crio en el asociacionismo, el voluntariado, la lucha no violenta de los objetores y el antimilitarismo cuando todas estas causas no eran financiadas por el PSC y también en un entorno cultural en el cual luchar por los hitos más nobles podía conjugarse en esta lengua catalana nuestra que la hiperalcaldesa olvida cuando tiene que hacerse la enrollada en Instagram.
Diría que la CUP ha buscado un referente en Sabater no sólo por todo eso que explico, sino por la necesidad de encontrar una figura materna que envuelva toda la retahíla de minipartidos y grupúsculos que configuran su lista electoral y que, a falta de un proyecto de país, ha centrado la campaña del 14-F en eso tan extraño de pedir un referéndum el año 2025, una marcianada tan estrambótica que ni Artur Mas tiene la cara de vendernos. De hecho, es una lástima que Sabater haya gastado tanta retórica en recordarnos lo inmorales que son las disputas y los intereses mezquinos de convergentes y republicanos en la Generalitat, una energía que podría haber dedicado a hacer una cosa mucho más sencilla como es manifestar como la oligarquía indepe vive tan habituada a traficar con las ilusiones de la gente que la independencia ya no representa para ellos más que una forma de engañarnos.
Para un independentista, este había sido el principal aliciente de votar a la CUP cuando el movimiento municipalista tuvo la decencia de destapar todas las mentiras del masismo y enviar al antiguo president a la papelera de los presidentes que no se van del todo. Hoy por hoy, los cupaires ya no representan demasiada novedad y sólo exhiben la melancolía de quienes, a pesar de la fuerza de su candidata, sólo pueden hablar del 1-O con el mismo tono nostálgico que la mayoría del procesismo y de las causas nobles que ha defendido Sabater pero con un aire impostado de adolescente sabelotodo. Desconozco si el 14-F será muy clemente con los militantes de la CUP, pero Sabater me tranquiliza por su autenticidad y, por lo menos, su presencia en el Parlament nos garantiza que escucharemos nuestra lengua sin el habitual estropicio fonético y léxico con el que sus señorías lo desfiguran.
Son tiempos de mínimos, y será necesario conformarse con muy poco.