El 14 de mayo de un lejano 1985, un Mercedes de color azul llega al restaurante Ca l'Isidre, junto al Paral·lel, en Barcelona. Al volante va el rey de España, Juan Carlos I. A su lado, Jordi Pujol, presidente de la Generalitat de Catalunya y detrás van las esposas respectivas: la reina Sofía y Marta Ferrusola. La comida tiene lugar en el marco de la visita oficial que el jefe del Estado hace a Catalunya, la segunda, de hecho, desde la que protagonizó entre el 16 y el 22 de febrero de 1976, tan sólo tres meses después de ser proclamado, ya muerto el dictador Francisco Franco.
Al llegar, Pujol había recibido al monarca a pie de escalerilla en el aeropuerto del Prat:
—Majestad, es un gran honor para mí teneros en Catalunya; confio que os encontráis como en vuestra casa.
—Gracias, presidente, sé que estoy en mi casa.
El momento lo explica con todo detalle el libro El Virrey, de José Antich, actual editor y director de El Nacional. La comida en el Isidre, organizada por el secretario general de Presidència de la Generalitat, Lluís Prenafeta -era su restaurante de toda la vida-, señala el punto de proximidad máxima entre la Corona española y la Generalitat desde el retorno del exilio del presidente Josep Tarradellas, momento clave de la transición española. Los dos matrimonios hablaron con franqueza sobre Catalunya y España. Treinta y tres años después, una escena similar es irrepetible, pura quimera.
El estado de la relación política e institucional es hoy de deterioro máximo. La ruptura es total entre la Generalitat y la monarquía a raíz del proceso independentista, que ha llevado más de medio Govern a la prisión o el exilio, empezando por su presidente Carles Puigdemont. Y que ha tenido en el actual jefe del Estado, Felipe VI, un firme avalador de la represión. El presidente Quim Torra anunciaba este viernes, antes de coincidir con Felipe VI en la inauguración de los Juegos del Mediterráneo en Tarragona que ni la Generalitat asistirá a los actos que convoque la Casa Real ni piensa invitar a sus miembros a los que ella organice. Al menos mientras el actual jefe del Estado no pida perdón por el discurso del 3 de octubre, el discurso del "‘¡A por ellos!".
Juan Carles I, el sucesor a título de rey designado por Franco y legitimado por la Constitución del 78 después de que Adolfo Suárez descartara el referéndum monarquía-república para no perderlo -como reconoció él mismo muchos años después- hizo aquel mayo de 1985 una visita a Catalunya para reafirmar la relación mutua con las instituciones del país. Mutua y presidida por un trato bilateral, como evidenciaba la presencia forzada del ministro de jornada, Narcís Serra, exalcalde de Barcelona y entonces ministro de Defensa, que acompañó al monarca.
Juan Carlos I incluso presidió en el Palacete Albéniz una reunión con "carácter informativo" del Consejo Ejecutivo de la Generalitat, encabezado por el muy nacionalista Pujol. El primer acto de la visita real había sido una recepción en el palacio de la Generalitat, donde el Rey alternó en sus discursos el castellano y el catalán. Y al día siguiente, una visita al Parlament de Catalunya. Se despediría, después de una multitudinaria recepción, con 2.000 personalidades, en el palacio de Pedralbes. Treinta y tres años después, reinando su hijo, el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, amparado en el artículo 155 de la Constitución, cesó el Consell Executiu a raíz de la declaración de independencia del 27 de octubre, disolvió el Parlament para convocar nuevas elecciones e intervino durante siete meses la administración de la Generalitat.
Fieles a los orígenes
"Los pueblos se tienen que mantener fieles a sus orígenes para comprender mejor su presente y proyectarse con firmeza hacia su futuro". Era el 22 de abril de 1988 en el Salón Sant Jordi del Palau de la Generalitat y quien hablaba era el Rey de España, ni más ni menos que en la inauguración de los actos del Mil·lenari de Catalunya organizados por la administración catalana. El padre del actual jefe del Estado afirmaría que la Corona "quiere y puede agrupar" a todos los pueblos del Estado. El 12 de febrero anterior, Pujol, en una conferencia de prensa donde anunció la celebración de los 1.000 años de la independencia de los condes catalanes del dominio franco, había afirmado: "Queremos que él, que también es Rey de esta nación que forma parte del conjunto de España, venga aquí y lo presida".
Es cierto que aquella dulce relación entre la Corona de Juan Carlos I y la Generalitat de Pujol hizo aguas a raíz de la protesta nacionalista -en parte impulsada por el presidente y algunos de sus hijos- en la inauguración de la V Copa del Mundo de Atletismo en el estadio de Montjuïc, el 8 de septiembre de 1989, en la antesala de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Y que hubo momentos de tensión en los años posteriores. Pero nada que se parezca al momento presente. Por primera vez en los últimos 40 años, la monarquía española concita el rechazo explícito de la mayoría política del Parlament y de la sociedad. En Catalunya hay incluso más antimonárquicos que independentistas. Eso explica que, según una encuesta del CEO del mayo pasado, la monarquía de Felipe VI sea la institución que peor valoran a los catalanes.
El 1 de octubre del 2017, la ciudadanía catalana movilizada para ejercer el derecho al voto al referéndum prohibido por el Estado fue brutalmente reprimida por la policía española y la Guardia Civil. ¡Muchos de aquellos agentes habían salido hacia Catalunya al grito de "¡A por ellos!" Dos días después, con las calles de Catalunya todavía llenas a rebosar de gente que expresaba pacíficamente el rechazo a las porras, Felipe VI compareció para anunciar la "responsabilidad de los legítimos poderes del Estado de asegurar la orden constitucional" en Catalunya. Las imágenes de lka brutalidad policial dieron la vuelta al mundo. Y el Rey miró hacia otro lado. Los más de 1.000 heridos en las cargas policiales, independentistas o no, ciudadanos de Catalunya, no merecieron ni una línea en el discurso real. Entre el Isidre y el 3 de octubre del 2017 se coló el "¡A por ellos"!. El otrora príncipe de Girona, conde de Cervera y señor de Balaguer tiene que hacer frente a una seria avería en Catalunya. Muy seria.