Vestida de amarillo de pies a cabeza y sin un solo papel. Si en el pasado había acusado el exceso de nerviosismo en sus intervenciones públicas, a Carme Forcadell no le ha temblado la voz durante el que seguro ha sido el discurso más complicado de su vida.
"Espero que juzguen los hechos comprobados y no las falsas especulaciones que obvian la realidad", ha pedido. La expresidenta del Parlament no ha dudado en denunciar que "estoy siendo juzgada por mi trayectoria política, por ser quien soy, no por mis actos". Es decir, que si se enfrenta a una condena de hasta 17 años de prisión es por su etapa al frente de la ANC, no por su cargo como presidenta de la cámara catalana.
"Resulta totalmente incomprensible que se me acuse de rebelión", ha señalado, más "después de 4 meses de juicio donde las pruebas han demostrado que mi conducta ha sido la misma que la de mis compañeros de la Mesa". Unos compañeros que están en libertad, que han quedado fuera de la causa del Supremo y que tienen otra abierta por desobediencia en el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya. Es decir, para ellos no se pide prisión. "Mi voto ha sido tan importante o tan poco importante como los suyos, no hay ninguna declaración, ningún hecho, que difiera de mis compañeros", ha criticado.
Forcadell lleva 447 días en prisión. Y hoy, serena durante su alegato final, ha advertido al tribunal de los "desesperados intentos" de las acusaciones "para cambiar la realidad para sostener acusaciones contra mí, como por ejemplo otorgarme funciones que no tenía porque el reglamento del Parlament no lo permite".
Como se había hartado de afirmar a lo largo de 2017, cuando le empezaron a lloverle las querellas a raíz de los debates sobre el procés en el Parlament, Forcadell ha repetido que "las iniciativas parlamentarias son de los grupos parlamentarios, de la ciudadanía, pero nunca de la Mesa", que "la Mesa no puede ser un órgano censor, sino que "en el Parlament la palabra tiene que ser libre, porque es la esencia de la democracia".