El Estado español no reconoce procesos unilaterales de independencia. Esta, sin embargo, no parece una condición inamovible para acercarse a la Unión Europea (UE). Que se lo digan a Kosovo. La vicepresidenta de la Comisión, Federica Mogherini, y el comisario de Política de Vecindad, Johannes Hahn, firmaron este martes en Estrasburgo el Acuerdo de Asociación y Estabilización (SAA) con la república balcánica, que el año 2008 se separó de Serbia, a su vez exintegrante de la extinta Yugoslavia. Este trato abrirá el país a una serie de intercambios comerciales y a la retirada gradual de aranceles en un plazo de diez años, con el objetivo de satisfacer las condiciones de una futura adhesión a la UE.
Todo eso ocurre a pesar de que cinco estados de la Unión no reconocen a Kosovo: España, Eslovaquia, Rumania, Chipre y Grecia.
Tratado de Lisboa
Es justamente esquivar un eventual bloqueo de estos u otros países el motivo por el que el Consejo Europeo pactó en el 2013 una firma entre Kosovo y la UE –que aparecía por primera vez como personalidad jurídica, tal como lo recoge el Tratado de Lisboa– prescindiendo de la firma de los 28. Entonces se alegó que las competencias acordadas no lo requerían.
El SAA es el mismo tipo de acuerdo que ya se había firmado antes entre todos los estados miembros y Bosnia, Albania, Montenegro, Serbia y Macedonia. Se trata del primer estadio de una vía diferente del procedimiento ordinario para la integración en la UE y está comprendido dentro de la estrategia comunitaria de refuerzo democrático e impulso económico reservada a los Balcanes. Es cierto que la excepción kosovar no implica una adhesión expresa, pero simboliza la ingeniería política y jurídica que, en casos extraordinarios de hipotética integración (o reintegro), aplica Bruselas.
Siempre sumar y nunca restar. Podría ser el caso de una Catalunya independiente si el Estado español y otros se oponen.
Condiciones y escenarios
Después de la victoria del “no” en el referéndum escocés, la falta de precedentes y referencias en los tratados sobre procesos de integración similares abre un abanico de escenarios inciertos sobre cuál sería la “vía catalana” para la adhesión a la UE.
Hasta el momento, la actual pertenencia a España asegura el cumplimiento del conjunto de capítulos temáticos que los nuevos miembros tienen que satisfacer para ser aceptados. Ahora bien, “extremadamente difícil, si no imposible” tildó en su momento el expresidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, la aceptación de una Escocia que también los garantizaba, amparado en un posible bloqueo del Reino Unido o España –recordando que la ratificación por parte de las instituciones europeas y sus países es otra condición estricta–.
Es en el terreno de la discrecionalidad institucional de los Estados Miembros para rehusar o aceptar el hipotético Estado catalán donde Catalunya podría tener las de ganar. Un informe de la Generalitat concluyó en el 2014 que el peso como contribuyente fiscal neto, así como una situación geográfica privilegiada, y los escasos costes “de absorber” una estructura ya integrada, ayudarían a decantar la balanza a favor de una adhesión de Catalunya.
Todavía lo favorecerían más si los costes de expulsión o del retraso en el reintegro fueran demasiado elevados para el conjunto de una Unión con tendencias de integración crecientes, presionando así un cambio de decisión del posible Estado contrario –que tendría que ceder, para no hacer peligrar la estabilidad del conjunto–, pero con cierta reticencia pública para no generar incentivos negativos hacia otras regiones.
Clubs fuera de la UE
De no cumplirse el escenario anterior, quedar fuera de la UE es una opción que no impide a ciertos Estados mantener un peso relevante en sus acciones comerciales y jurídicas. Es el caso de Noruega, miembro de la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), que mantiene un acuerdo económico de asociación comunitaria.
A su vez, Catalunya podría estudiar estrategias legales como la de Kosovo, y mantener acuerdos bilaterales o de cooperación con la Unión sin caer en un bloqueo, buscando al mismo tiempo inclusión en otros clubs como el EFTA.
Aun así, tanto la adhesión a la UE, como los acuerdos de tipo económico que requieren la ratificación de los 28, no son descartables de entrada para un Consejo que se ha mostrado flexible en muchos casos: integrando a la Alemania reunificada; o aceptando que el derecho europeo se aplicara sólo a la parte chipriota no ocupada por los turcos.
La cuestión turca
Lejos de la normativa, la estrategia de ampliación podría quedar condicionada por fines ulteriores. “¿Cómo podemos organizar el proceso de adhesión de una forma más dinámica?”, son las palabras que la canciller alemana, Angela Merkel, dirigió a los dirigentes turcos en una visita al país hace dos semanas, en relación con las negociaciones de adhesión iniciadas en el 2005 con Turquía.
Es un escenario donde Merkel parece dispuesta a intervenir, a cambio de ayuda en la gestión de la crisis de refugiados sirios, evidenciando la importancia del contexto y el poder de negociación a la hora de iniciar un proceso excepcional de integración. Sobre todo, cuando informes de la Comisión declararon que Turquía incumplía, entre otros, el capítulo 23, es decir: el respeto por los derechos humanos.
A su vez, Chipre afirmó que no aceptará Turquía hasta que desocupe militarmente la isla. Sin embargo, dicta la Realpolitik, una teoría de la disciplina de las Relaciones Internacionales, que viene a decir que cuando se funda un club –véase la UE– se reproduce un equilibrio de poder. Liderarán los fuertes –Alemania, principal negociador del proyecto–; no faltarán los poseedores de capital y finanzas –de aquí los esfuerzos por evitar la marcha del Reino Unido, el Brexit–; y ni pensar de abandonar a los que deben dinero y comparten moneda –Grecia va rescatada y el Grexit, suspendido. Pero sobre cuál sería la vía que llevaría a la República catalana a una futura adhesión a la Unión Europea, ni el estratega y canciller alemán, Otto Von Bismarck, lo podría predecir hoy a ciencia cierta.