Catalunya fue utilizada por la dictadura franquista y empresarios filonazis, españoles y catalanes, tanto para producir minerales estratégicos como para enviarlos de forma clandestina hasta los territorios ocupados por Alemania con la ayuda de un entramado que conectaba la Selva y el Empordà. Tanto las minas de Osor como Sant Feliu de Guíxols jugaron un papel fundamental en un esquema de exportación clandestina al Tercer Reich que ha sido descubierto gracias al hallazgo casual en la Costa Brava de un diario escrito durante la Segunda Guerra Mundial por un soldado de la Wehrmacht.
Hay una copia de un viejo pasaporte expedido por el consulado alemán en Barcelona hace 59 años donde se indica que el soldado nazi Günter Zeschke medía 170. Probablemente, se añadió algunos centímetros por coquetería porque todos los que recuerdan haberle visto en los años 60 suelen decir que era más bien bajito. Su hija, Margarita, conserva en Sant Feliu de Guíxols algunas viejas fotos sepia de su paso por el frente escandinavo con el uniforme de campaña y alguna más con el traje militar de gala, de cuya inmaculada guerrera cuelgan varias condecoraciones, y entre ellas, una cruz de hierro. Günter — nacido en Berlín el 15 de marzo de 1921— tenía 19 años cuando fue reclutado por el Ejército de Hitler y, tras recibir adiestramiento militar en Spandau, fue enviado a Larvik (Noruega) con una unidad de camilleros desde la que sería transferido, a petición propia, al pelotón número 1 del grupo 2 de un batallón de zapadores.
El antiguo soldado de la Wehtrmacht aparece en las fotos de familia que Margarita ha conservado con unas gafas ovaladas que no consiguen imprimir un aura de virilidad castrense en su rostro imberbe y aniñado. Ahora sabemos que Zeschke era un nazi convencido pero no hay nada en su rostro que le confiera un aire intimidante o de fiereza guerrera. Quienes, como Mariano Coll, trataron con él veinte años después dicen que era un tipo cordial y extrovertido, dinámico y sociable, capaz de conversar en un aceptable castellano. Coll trabajó durante más de medio siglo para Minersa, una compañía de explotaciones mineras creada, entre otros, por una familia de hispano-alemanes llamada Lipperheide a la que los Aliados trataron de extraditar tras la Gran Guerra por sus actividades criminales. Eso nunca sucedió porque los Lipperheide se apresuraron a negar que hubieran colaborado con los nazis de manera que al final se zafaron de la Justicia con la ayuda de la Iglesia católica, del régimen franquista y de algunas influyentes amistades catalanas y españolas tan afectas a la dictadura como los propios alemanes naturalizados españoles. Hay informaciones de la prensa de la época donde se describe a Friedrich Lipperheide recibiendo al caudillo durante una visita al País Vasco con el brazo alzado al estilo falangista, un saludo que estaba, por otra parte, prohibido, pero que a él le toleraron.
Suicida esquizofrénico
Mariano Coll es nonagenario pero posee una memoria extraordinaria. Coincidió con Zeschke cinco o seis veces en las minas cordobesas Gloria y otras explotaciones de Minersa debido a que, al igual que él, Günter trabajaba para los Lipperheide. A juzgar por aquella media docena de breves encuentros casuales, el alemán le pareció un tipo cabal, algo nervioso y de una gran agudeza mental. No hubo nada en sus intercambios de palabras que permitiera atisbar algún desequilibrio mental, ni siquiera una vaga forma de extravagancia. Ahora sabemos gracias a su hija Margarita que el antiguo suboficial nazi padecía esquizofrenia y se quitó la vida años después, en 1970, ingiriendo, como el Führer y parte de su siniestra corte, una pastilla de cianuro en su vivienda familiar de la ciudad suiza de Berlingen. En la mayor parte de los casos, ese veneno produce una agonía muy dolorosa que puede prolongarse durante muchos minutos. Mientras él espiraba, su esposa Waltraud Kumpmann y su hija Margarita se hallaban en la casa. No es descabellado especular con la idea de que eligió un compuesto orgánico tan “escandaloso” porque le resultaba relativamente fácil conseguirlo, dado que es usado, por ejemplo, en el procesamiento de minerales como el oro.
Después de todo, Günter era geólogo. Y no un geólogo cualquiera. Incluso a día de hoy muchos de sus trabajos y sus libros sobre prospecciones uraníferas son incluidos con frecuencia entre la bibliografía de referencia de los ensayos científicos, y parte de su metodología y sus hallazgos son mentados en estudios contemporáneos. Al menos una de sus obras fue datada en Sant Feliu de Guíxols en 1964. Trabajó como consejero de la Unesco y como geólogo en Turquía, Pakistán, Grecia, Bangladesh y otros países, además de en la Península, y a juzgar por el modo en que saludaban su llegada, se le dispensaba el trato propio de un reputadísimo experto en prospecciones uraníferas, lo que era.
Es más que probable que jamás se hubiera conocido su conexión con Catalunya y, más específicamente, con el Baix Empordà, de no haberse producido hace unos pocos meses un hallazgo casual y sorprendente del que dio cuenta hace una semana El Nacional en el primero de los tres reportajes de esta serie sobre el Tercer Reich en la Costa Brava.
En diciembre de 2021, un librero de viejo de Badalona llamado Marçal Font adquirió “por un precio razonable” un diario en alemán sobre la vida en el frente escandinavo escrito por un miembro de la Wehrmacht. El cuadernillo había sido hallado en un viejo edificio de Sant Feliu de Guíxols. Su autor no era otro que el geólogo Günter Zeschke, claro que eso no lo sabía todavía el “cazatesoros” catalán. Con la ayuda de su pareja — Miriam Noheras— , un amigo — Francisco Muñoz— y un reportero, comenzó a descifrar todos los misterios que rodeaban a su aparición y, uno tras otro, comenzó a desenredarse la madeja de enigmas que el tiempo había urdido.
Gracias a la citada Margarita Zeschke (Lahore, 1958), una empleada de limpieza de origen germano afincada en la Costa Brava que resultó ser su hija, Font — licenciado en Teoría de la Literatura y Comparística y aficionado a los misterios de la historia— pudo averiguar que el geólogo visitó por primera vez Sant Feliu de Guíxols en 1959, junto su esposa, la propia Marga, y una hija adoptiva, nacida de la relación ocasional de Waltraud Kumpmann con un oficial nazi casado que terminó por abandonarla.
Se movía entre nazis
Margarita creía que su padre había recalado en Catalunya fortuitamente mientras viajaba por la Península buscando algún lugar para aprender castellano, con vistas a irse luego a la Argentina, y al llegar en coche a Sant Feliu, en 1959, le gustó el lugar y se quedó algún tiempo. Posteriormente, regresó de cuando en cuando a pasar los inviernos. Esa versión de lo acaecido descrita por su hija no se ajustaba a la realidad, lo que no significa en ningún caso que faltara a la verdad deliberadamente. Era solo una niña cuando el soldado se quitó la vida. Casi todo lo que sabe le ha sido transmitido por su madre o su hermanastra mayor.
La primera de las inconsistencias que contenían sus recuerdos de segunda mano acerca de su presencia ocasional y casi fortuita guardaba relación con dos hechos muy obvios: alguien que, al igual que algunos jubilados alemanes, se deja caer de cuando en cuando por la costa no data un libro en Catalunya ni renueva su pasaporte en Barcelona. Pero había algo más, gracias a las pesquisas llevadas a cabo por el librero badalonés de viejo junto a sus compañeros, se sabía a ciencia cierta que, durante su estancia en la Península, Günter trabajó como geólogo durante los 60 para la empresa Minersa de la familia Lipperheide y, tal vez, otros empleadores, en las minas Gloria del Coto Carbonell de Córdoba, las minas Ana de Ribadesella, en los aledaños de las minas Monesterio (próximas al coto Carbonell de la Junta de Energia Nuclear) o en las propias minas Monesterio y, finalmente, en las minas de Osor (La Selva).
Lo que había comenzado como una indagación casi de carácter anecdótico acerca del hallazgo de un diario y de su autor estaba a punto de abrir las puertas a una investigación mucho más ambiciosa que a su vez ayudaría a revelar secretos desconocidos y sorprendentes acerca de la utilización de Catalunya para la exportación clandestina de minerales estratégicos al Tercer Reich y acerca de la implicación de varias familias vascas vinculadas al Banco de Vizcaya y el Banco de Bilbao con los negocios nazis. “Sabíamos por la propia Margarita que Günter Zeschke se había doctorado en Geología en Bonn tres años después del final de la guerra”, dice Marçal Font. “Asi que inmediatamente nos tuvimos que preguntar cómo era posible que hubiera concluido sus estudios en tan poco tiempo, considerando, sobre todo, que la última entrada del diario está datada en 1942. Entonces, descubrimos que por la misma época y en los mismos lugares donde él se hallaba destinado en Noruega, los nazis organizaron un programa de formación de geólogos de guerra. Dicha unidad prestaba soporte al mismo batallón que Zeschke apoyaba como zapador”.
Es decir, en opinión del librero, conjeturar con la posibilidad de que tomara por primera vez contacto con lo que sería su profesión a través de esa unidad militar de geólogos adscrita a las Waffen-SS (el brazo armado de las SS) no solo explicaría que tres años después de la derrota nazi estuviera ya licenciado y doctorado, sino que ayudaría a entender por qué se especializó como científico en la prospección de materiales que tuvieron una importancia militar estratégica tanto en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial como posteriormente. “Zeschke trabaja en Pakistán por las mismas fechas en que ese país trata de desarrollar su programa nuclear y viene a España a buscar fluorita y uranio coincidiendo con un momento en el que la dictadura trata de impulsar tanto un programa atómico para usos civiles como con vistas a convertirse en el segundo país continental, después de Francia, con una bomba atómica”.
Entre las hipótesis con las que trabajan, se halla la posibilidad de que Zeschke hubiera contribuido ya de alguna forma a las ambiciones nazis de crear sus propias armas nucleares. Hay indicios que sugieren que podría haber trabajado antes de que la guerra concluyese en las instalaciones nazis de la Selva Negra. En todo caso, la investigación de Marçal Font y el resto de sus compañeros se halla todavía en curso.
Un nazi convencido
Mientras tanto, hay ciertos datos relativos a Catalunya que sí han logrado acreditar y que, de alguna forma, ayudan a rescatar de la memoria la participación en los negocios nazis de ciertos personajes indultados y blanqueados por sus coetáneos y sus descendientes. Tal y como dice el librero badalonés, Zeschke ha sido solo un vehículo, el personaje que les ha tomado de la mano y les ha guiado por un viaje a través de algunos de los episodios más oscuros de la historia española y catalana. “A juzgar por lo que nos decía Margarita, el geólogo era solo un muchacho al que las circunstancias geopolíticas empujaron a luchar del lado de las tropas nazis”, recuerda Font. “Desde el primer momento, intuimos que la hija del autor de ese diario no lo sabía todo acerca de su padre y lo poco que sabía estaba con frecuencia oscurecido por el tiempo y por sus enredadas emociones”. Y, en efecto, acertaron.
Por el propio diario averiguaron que Zeschke se unió de forma voluntaria antes de la guerra a una especie de milicia informal conocida como Landwehr-Kommandeur. Del cuadernillo coligieron igualmente que era un habitual de las películas del circuito de Goebbels. En otras palabras, era un nazi convencido que, ocasionalmente, se refiere a Hitler en una de las entradas del diario como “nuestro Führer”.
Hace ahora una semana, El Nacional dio a conocer también en exclusiva otro dato sorprendente que despejaba toda duda acerca de si Günter se hallaba completamente rendido, no solo a la ideología nazi, sino a las organizaciones que prestaron soporte a los huidos tras su derrota. Concretamente, el dueño del diario de Zeschke y sus colegas han dado con un informe secreto del FBI que proporciona una prueba incontestable de que Zeschke era parte de la red clandestina que ayudó a ocultarse tras la guerra a Erhard Mossack, un miembro de las Waffenn-SS, además del padre de Jürgen Mossack, fundador del despacho de abogados que estuvo en el epicentro del escándalo de los llamados Papeles de Panamá.
Mossack era miembro de la legendaria división Totenkopf. Tras la caída de Berlín, en 1945, fue capturado por las tropas aliadas. En diciembre de 1945, Erhard logró escapar junto a siete camaradas de un campo de prisioneros de guerra situado en Le Havre (Francia). Y entre los nombres más destacados de la red que, según el FBI, le ayudaron a ocultarse y a sobrevivir en 1946 se halla el de Günter Zeschke.
A la postre, este descubrimiento resultó fundamental para apoyar la idea de que sus futuras relaciones con otros nazis residentes en España fueron menos casuales de lo que sospechaba la hija del geólogo. Descartada su presencia fortuita, uno de los mayores enigmas iniciales que el diario planteaba era el motivo verdadero por el que aquel zapador de la Wehrmacht reaparece en Catalunya a finales de los cincuenta reconvertido en un reputado geólogo a las órdenes de una dinastía de empresarios —los citados Lipperheide— con un pasado criminal. “Y sobre todo, a la inversa, nos preguntábamos también por qué hallábamos siempre a unos empresarios hispano-alemanes tan emblemáticos como los Lipperheide rodeados de falangistas y de nazis del estilo del propio Zeschke pese a que negaron tras el final de la contienda y siguen negando aún sus descendientes que colaboraron con Berlín”, precisa el librero badalonés.
“La respuesta nos dejó perplejos”, prosigue. “Tal y como sospechábamos, los Lipperheide mintieron más que pescadores. Tanto ellos como algunos de sus amigos de Neguri se lucraron a manos llenas gracias a sus negocios con el Führer, vendiendo minerales al Tercer Reich procedentes, en parte, de las minas de Osor, y ayudando a seguir abasteciendo de productos estratégicos para la Alemania nazi tras la crisis del wolframio a través de una nueva ruta alternativa a la del Cantábrico que pasaba por Catalunya y, más específicamente, por Sant Feliu de Guíxols. No solo hemos logrado trazar ese itinerario sino que hemos hallado pruebas adicionales de que tanto los Lipperheide como algunas familias vascas como los Aznar, ancestros de Alejandro Aznar, el actual presidente de Marques de Riscal, se sirvieron de sus negocios para ayudar a huir a los nazis perseguidos por los Aliados”.
Nido de nazis
Si a alguien no le sorprendió que el diario de Günter fuera hallado en Sant Feliu de Guíxols ochenta años después de que escribiera la última de sus entradas fue al historiador catalán Francesc Bosch. El hecho es que esa población costera fue un pequeño bastión nazi antes y durante la Segunda Guerra Mundial, que una vez albergó un Hogar Social donde las Juventudes Hitlerianas acostumbraban a ir de vacaciones. Ese mismo edificio de estilo noucentitsta también sirvió como refugio después de la guerra para nazis huidos y funcionarios franceses del Gobierno colaboracionista de Vichy.
Rastreando la presencia del soldado nazi viajamos al Baix Empordà y realizamos una visita al cementerio. No muy lejos del lugar de enterramiento de un puñado de masones hay una tumba sobre el suelo parcialmente cubierta por la tierra arenosa del camposanto donde se adivina el nombre de un difunto alemán fallecido en 1988. Parte de las letras se han desprendido ya de la placa de mármol, pero gracias a Bosch, sabemos que se trata de "Richard Schwenke", más conocido como "Don Ricardo el Nazi". Que Sant Feliu fue una localidad muy próspera lo atestigua la profusión de mausoleos. A solo algunos metros del lugar donde descansa eternamente "Ricardo el Nazi" son igualmente visibles las lápidas de otros alemanes.
Bosch nos aclara a propósito de ello que la presencia de germanos en Sant Feliu no es un fenómeno nuevo. No pocas de las empresas locales vinculadas a la antaño pujante industria del corcho estuvieron dirigidas por centroeuropeos desde finales del siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX. Y entre ellos se hallaba el propio Richard Ernst Schwenke Moser (29 de abril de 1906). Ricardo “el Nazi” era la clase de alemán que se paseaba sin complejos por el pueblo con una cruz gamada prendida de la americana. Y él no estaba solo.
Tal y como explica el historiador de Sant Feliu de Guíxols, el centro de operaciones de los nazis en la localidad hasta la derrota de Hitler fue el citado Hogar Social, situado en un edificio conocido como Can Cases cuyo interior hemos logrado visitar gracias a la amabilidad de su cuidador, que nos informa de que el emblemático edificio está a la venta actualmente. Existe algunas fotografías de época donde se puede ver a un puñado de niños nazis rindiendo homenaje a una esvástica en el jardín que da acceso a la mansión.
Tras el final de la contienda mundial, ese mismo inmueble se convirtió en la sede de un centro de excursionistas presidido por el hijo de un empresario corchero alemán, Heinrich Heller, cuya empresa fue incluida en la lista de negocios bloqueados por los Aliados. Esta circunstancia no era insólita porque una parte importante de esa industria del corcho ubicada en la Costa Brava había estado en manos de camaradas nazis y monitorizada por sus enemigos durante y después de la contienda.
"Concluida la Primera Guerra Mundial, aquella Alemania malherida por el Tratado de Versalles deriva capital hacia el País Vasco y Catalunya, donde había una comunidad germana asentada desde el siglo anterior”, nos explica Marçal Font. “Esta colonia de la Costa Brava vinculada ya a la industria del corcho se fortalece e invierte directamente en minería junto a empresarios como los Lipperheide o, sobre todo, se lucra transportando de forma clandestina la fluorita de Osor y otros productos. Cuando estalla la Guerra Civil y Catalunya queda bajo el control de la República y de los anarquistas, estos alemanes dejan Catalunya y se nazifican en el exilio. Durante ese mismo periodo, algunos empresarios catalanes afectos a los golpistas como Lluis Sibils, de Sant Feliu, se van a toda prisa. Tras el triunfo de Franco, la mayoría regresa y tendrán un papel fundamental en la creación de un entramado de empresas que van a servir de pantalla para exportar de forma encubierta a Alemania algunas materias primas como la propia fluorita de Osor. De alguna forma, se cobraron sus lealtades al caudillo y al Führer".
Existen varios de estos triángulos perfectamente identificados en los que una empresa de la Costa Brava propiedad de un filonazi, con un testaferro de la burguesía catalana y un práctico de puerto como el de Palamós crean una tapadera para comerciar con un país en guerra, pese a la supuesta neutralidad de la España de Franco. Había compañías implicadas en el comercio con los nazis también en Palafrugell, Figueres, Girona y, por supuesto, en Sant Feliu de Guíxols. Concluida la contienda, todo este entramado y todos los que tomaron parte en él, incluidos algunos catalanes, quedarán perfectamente blanqueados por la pátina del olvido y una alevosa ocultación facilitada por el franquismo.
Está asimismo bien documentado que la presencia nazi en Barcelona y algunas zonas costeras fue ya muy importante antes de la guerra. En 1936 había 63 grupos nacionalsocialistas locales en la Península Ibérica, y 21 de ellos estaban en Catalunya. Sant Feliu fue posiblemente uno de los más activos y numerosos. En opinión de Bosch, lo que ocurrió tras la contienda es que el franquismo creó un espacio de impunidad en cuyas aguas procelosas algunos aprendieron a navegar de forma notablemente lucrativa. Gente como Clarita Stauffer dirigía en España una red que ayudaba a muchos miembros del Partido Nazi a esconderse y huir. El propio Franco brindó protección a grandes empresarios o militares como Skozerny mientras, en palabras de Bosch, entregaba “por un plato de lentejas” a los Aliados a ciertos cargos del partido como Hans Thomsen, cabeza en España del Partido Nazi.
Línea de ratas
Otras investigaciones realizadas por historiadores catalanes como Xavier Deulonder corroboran la importancia que tuvo Girona en las rutas de escape de los huidos del Tercer Reich. Deulonder, autor del libro Nazis a Catalunya, descubrió que un número considerable pero no determinado de alemanes comenzó a entrar en la Península a través de los puestos fronterizos de Girona “a partir de 1944 y hasta al menos 1948”.
A finales del pasado siglo, se especuló incluso con que el carnicero Aribert Heim, conocido por los terribles experimentos que practicaba con los internos de los campos de concentración, podría haber encontrado de algún modo un escondite temporal en Roses, otra ciudad costera situada 34 kilómetros al sur de Portbou, uno de los jalones principales en una de las Ratlines o vías de huida más frecuentadas por los nazis en su camino hacia América Latina.
El propio Friedrich Lipperheide — propietario de las minas de Osor— logró escapar de los Aliados tras ser brevemente retenido por la policía en Girona gracias, entre otras cosas, a la intercesión del alcalde de Osor y del empresario de Sant Feliu de Guíxols, Lluis Sibils, que era a su vez el dueño de parte de las infraestructuras de transporte por las que viajaba la fluorita, además del yerno del dueño de La Gavina, el legendario hotel de la Costa Brava.
Curiosamente, dos de los pocos nombres que reverberaban en la cabeza de Margarita Zeschke cuando le preguntamos por la clase de personas que su padre frecuentaba fueron los de Heller —un residente de origen alemán de Sant Feliu cuya empresa fue bloqueada por los Aliados después de la guerra— y el de Friedrich o Federico Lipperheide, uno de los 104 nazis reclamados por los vencedores que el franquismo se negó a extraditar y protegió con especial cuidado. En efecto, el hombre que contrató a su padre y que explotaba las minas de fluorita de Osor era uno de los colaboradores del Tercer Reich más perseguidos en la Península tras la derrota de Hitler. También sus tres hermanos formaron parte de una primera lista de 1.600 nazis reclamados por Francia, el Reino Unido y los Estados Unidos.
Federico Lipperheide negó siempre sus relaciones con los nazis. Incluso su propio hijo desmintió que su familia hubiera comerciado con el Tercer Reich cuando el periodista de investigación José María Irujo le entrevistó tras dar a conocer en 1997 los 104 de la lista negra. "Mi padre les tenía hasta odio. Es cierto que tuvo amigos del Ejército alemán y recuerdo haberlos visto alguna vez en mi casa. Pero nada más", le dijo al reportero Federico Lipperheide Wicke, hijo del anterior fallecido en 2010. Al igual que su padre, Lipperheide mentía cínicamente. La fortuna de toda esa familia está manchada con la sangre de las víctimas de los nazis con quienes colaboraron. Font y sus colaboradores no solo han encontrado pruebas consistentes sobre su complicidad en aquellos crímenes sino que han logrado trazar parcialmente el esquema del negocio y cómo lograban vender la fluorita hasta Alemania, vulnerando los acuerdos de neutralidad suscritos por Franco y la vigilancia de los Aliados.
La fluorita que exportaron y en la que se funda en parte la fortuna de ese linaje hispano-alemán afincado en el País Vasco era un mineral de importancia estratégica para la industria bélica, que se utilizaba, entre otras cosas, para endurecer el acero y los blindajes de los vehículos militares, además de en ciertos procesos relacionados, por ejemplo, con la fabricación del aluminio. Posteriormente y hasta la década de los sesenta, el fluorospato tuvo también un papel protagonista en el desarrollo de las bombas atómicas, y entre ellas, la del proyecto Manhattan. “Es un hecho incuestionable que, una vez se cortaron otras vías de suministro, la Alemania del Führer no hubiera conseguido resistir hasta el 7 de mayo de 1945 sin el tungsteno y la fluorita hispano-portuguesa, lo que da una idea de la magnitud del crimen que implicó abastecer al Tercer Reich de esos minerales”, dice Marçal Font. “Y ahora sabemos que Berlín no solo se proveía de esos minerales a través de Sofindus, sino de los propios Lipperheide y sus amigos vascos, que hacían negocios en los resquicios que dejaba el conglomerado que dirigía Johannes Bernhardt. Sospechamos que incluso después de abril de 1944, tras la firma de un tratado con los Aliados por el que Franco se comprometió a suspender la colaboración con las potencias del Eje, los Lipperheide y el endogámico clan filonazi del que formaba parte siguieron exportando a Alemania fluorita producida en Osor utilizando una ruta que se servía del tren de Girona a Sant Feliu y de la flota de cabotaje del Mediterráneo. Algunos empresarios catalanes colaboraron en la ocultación de ese comercio y en su transporte clandestino. Tampoco tenemos ninguna duda a la vista de los documentos y los testimonios que hemos recabado de que varios altos directivos y accionistas de los Bancos de Bilbao y de Vizcaya cercanos a los Lipperheide se lucraron comerciando con los nazis o, llegado el caso, protegiendo la huida de esos criminales gracias a navieras como la de los Aznar, que, dicho sea de paso, tuvieron un papel fundamental en el rescate de Federico Lipperheide, tras su arresto en Girona. Tal y como lo vemos, sería una forma muy básica de reparación que el BBV pidiera perdón por los negocios que los accionistas del Vizcaya y el Bilbao realizaron con los nazis, tal y como han hecho otras empresas en Suecia o Alemania”.