La temperatura se ha disparado este sábado en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona. Ada Colau ha tomado posesión de la alcaldía en medio de un ambiente de tensión, con intensas protestas que no han parado de resonar desde la plaça Sant Jaume, y con la emoción impuesta en el acto por la presencia de Joaquim Forn custodiado por la policía. Colau ha tenido que escuchar al candidato de JxCat advirtiéndole que acababa de cometer "un grave error" no respetando la lista más votada mientras el cabeza de lista de Ciutadans, Manuel Valls, le marcaba los límites desde el minuto cero. "Lo más importante era que Barcelona no tuviera un alcalde independentista", ha argumentado Valls después de votar a Colau con una advertencia: "Todo será muy diferente".
La alcaldesa ha cogido con fuerza la vara que la distingue como responsable del gobierno de la ciudad, con una sonrisa forzada mientras contemplaba la grieta inmensa que se abría delante de sus ojos en el consistorio de la ciudad. Acaba de revalidar el cargo gracias a los 10 votos de los comuns, los 8 de los PSC y los tres independientes de la candidatura de Ciutadans. "No seré la alcaldesa del independentismo ni del antiindependentismo. Me esforzaré para ser la alcaldesa de todos los barceloneses", ha asegurado.
Colau era perfectamente consciente que la de hoy resultaría una toma de posesión bien diferente de la que vivió hace cuatro años, cuando la plaza se llenó de partidarios ilusionados con una alcaldesa que acababa de dar el salto desde el activismo político y prometía una perspectiva de auténtico giro social al consistorio. Esta vez, Colau ha atravesado la entrada noble del Ayuntamiento entre gritos de "traidora" o "Colau es un fraude", mientras la tensión crecía entre detractores y defensores de la decisión de aceptar los votos de Valls y PSC para apartar al ganador de los comicios, Ernest Maragall.
El primero en llegar al consistorio había sido Forn. El exconseller de Interior, que fue trasladado el jueves de Soto del Real a Catalunya, ha llegado a un Ayuntamiento absolutamente blindado, y lo ha hecho fuertemente custodiado con un vehículo no logotipado. Ha esperado en el salón Tàpies que llegara la hora de acudir al acto de constitución. Sólo lo acompañaba la que ha sido su secretaria y los miembros de la custodia policial. El departamento de Interior había dejado claro que todos los movimientos de Forn se circunscribirían a los términos fijados por el auto del juez, que sólo permite su asistencia a la toma de posesión.
Cuando a las cinco de la tarde, Forn ha entrado al Saló de Cent con la banda roja de concejal, junto con el resto de miembros del consejo municipal, el salón ha reventado en gritos de libertad y aplausos. El mismo apoyo que ha recibido cuando ha prometido el cargo "por imperativo legal, con lealtad al mandato democrático y al pueblo de Catalunya", o cuando ha tomado la palabra.
Sin embargo, la grieta que se ha instalado en el consistorio se ha hecho también evidente a medida que iban interviniendo los diferentes grupos. Los invitados de los comuns, Ciudadanos y el PSC, cada uno de ellos ubicados en diferentes sectores del magnífico e imponente salón, han optado también por ovacionar ruidosamente a sus líderes.
El resultado ha sido un acto de toma de posesión absolutamente atípico que ha reflejado la complejidad que se extiende en todos los rincones de la política catalana. El primer parlamento, una vez escogida la alcaldesa, ha sido el del candidato del PP, Josep Bou, evocando a Rafael Casanovas como "gran catalán y españolazo" y cerrando su parlamento con uno "Viva Catalunya, viva España".
A continuación ha intervenido Forn, que ha recordado a los compañeros de prisión y a todos los represaliados por el pulso independentista, antes de reprochar a la alcaldesa que había aceptado participar en una "operación política dirigida por los que denomina poderosos".
Valls le ha felicitado por haber presentar su candidatura. "No era fácil. Enhorabuena", ha admitido antes de mostrar la mano tendida para pactar pero con la condición que "no se puede aceptar ningún compromiso con el separatismo". Mientras intervenía Valls la intensidad de las protestas se ha disparado en la plaza Sant Jaume, pero además ha provocado uno de los pocos momentos en que las quejas también han entrado en el Saló de Cent cuando ha ahogado que hubiera "presos políticos". En el momento en que Valls ha acabado la intervención un grito de "farsante" se ha levantado entre el público.
El republicano Ernest Maragall ha reprochado a Colau la extraña pareja que ha adoptado y la votación "tan curiosa como poco coherente" que la acababa de hacer alcaldesa. Maragall ha lanzado una advertencia - "tomamos nota" - y un aviso: "que nadie pretenda a partir de ahora explicarnos nada de cuál tiene que ser nuestro rol, no seremos aliados obedientes y dóciles de un supuesto progresismo".
Colau ha cerrado el acto admitiendo que la suya ha sido una investidura difícil, y poniendo en marcha nuevos esfuerzos titánicos por recuperar su posición de equidistancia gravemente abollada los últimos días. Ha asegurado que ha recibido votos que en ningún momento ha ido a buscar, en referencia a Valls, y ha garantizado que hará aquello que esté a su alcance para la libertad de los presos, empezando por proponer colgar el lazo amarillo en la fachada.
La complejidad de la intervención de la alcaldesa se ha condensado en forma de lágrimas cuando ha tenido un recuerdo agradecido al apoyo de su familia.
Pero el discurso de Colau no ha conseguido apaciguar los ánimos. Cuando el consistorio ha atravesado el camino para la tradicional visita al president de la Generalitat, la plaza Sant Jaume ha reventado en gritos y protestas. El recibimiento frío y protocolario del president, Quim Torra, no ha servido tampoco para facilitar el recorrido de la alcaldesa, que ha tenido que encajar un nuevo chorreo cuando ha atravesado la plaza de nuevo para volver al Ayuntamiento.