El enrevesado resultado de las elecciones generales del 23-J hace que en el PSOE y en el PP tengan todas sus miradas fijadas en el próximo 17 de agosto. Es un día de luto en Barcelona por ser el sexto aniversario del atentado de la Rambla, pero un día bien señalado en el calendario madrileño porque es el día en que se configurarán las Cortes. Y, por lo tanto, se escogerá la presidencia del Congreso de los Diputados. Los socialistas quieren mantenerla en sus manos y el PP quiere reconquistarla, aprovechándose de las vulnerables mayorías que habrá en la cámara baja durante esta legislatura. Será el primer examen de estas mayorías. Porque, como pasará en toda la legislatura, si esta se alarga, la dirección del voto de Junts per Catalunya y de Esquerra Republicana será determinante.
Será, al fin y al cabo, un prólogo de qué pasará en la investidura de un presidente del Gobierno. Todavía con la duda de si Felipe VI se decantará por Alberto Núñez Feijóo o Pedro Sánchez como favorito para recibir la confianza de la cámara para configurar un ejecutivo, tocará designar la composición de la Mesa. Y no es una cosa sin importancia, todo lo contrario. Este organismo es el que tiene la potestad de marcar los plazos legislativos. Es decir, tiene capacidad de bloquear propuestas y eso hace que una Mesa comandada por una formación de signo contrario a la del Gobierno le complique las cosas al ejecutivo.
¿Cómo se escoge al presidente del Congreso?
Se trata de una votación que se hace de forma secreta, cada diputado entrega un papelito con el parlamentario que quiere que se convierta en nuevo presidente del Congreso. En la primera votación hace falta mayoría absoluta. En caso de no haberse conseguido, la cámara tiene que volver a votar escogiendo solo entre los dos candidatos que en la anterior elección hayan obtenido más apoyos. Quien consiga más confianzas en esta segunda votación, se convierte en el presidente del Congreso.
Aquel mismo día también se escogen los cuatro vicepresidentes y cuatro secretarios de la Mesa. El método es el siguiente: cada diputado escribe un nombre en una papeleta y van saliendo escogidos, por orden sucesivo, los diputados que obtienen mayor número de votos. Es tan sencillo como al mismo tiempo crítico, porque es imprescindible llegar a esta votación con acuerdos hechos con otras formaciones. Y es un formato de votación, por el hecho de ser secreta, que abre la puerta a jugar con las traiciones.
En la pasada legislatura, por ejemplo, PP y Vox no se entendieron entre ellos, se descoordinaron y eso se tradujo en una Mesa descompensada en favor de las izquierdas en comparación con las mayorías que había realmente en la cámara (tres socialistas, tres de Unidas Podemos, dos del PP y uno de Vox). El método es el mismo en el caso de los vicepresidentes que en el de los secretarios. Si en algún momento se produce un empate, se celebran votaciones entre estos dos diputados que han quedado igualados y el que entonces tenga más confianzas se queda con la plaza.
¿Qué provoca este sistema si se mezcla con las actuales mayorías del Congreso? Un escenario delicadísimo en el que cada bloque tendrá que administrar sus votos y jugar sus cartas de forma muy inteligente. Como los votos utilizados para conseguir las primeras vicepresidencias y secretarías ya se descuentan para las siguientes votaciones, hay que hacer excelentes pronósticos con tus aliados para ganarle la partida al bloque contrario. Hay que destacar que la presidencia es importante, pero no el orden de las vicepresidencias. Lo más determinante son las mayorías de la Mesa.
PSOE, ERC y Junts, convergencia de intereses
Tanto Junts per Catalunya como Esquerra Republicana necesitan una cosa que los conduce a tenerse que entender con el PSOE el día 17. Los socialistas quieren mantener la presidencia de la cámara, que en la pasada legislatura ha estado en manos de Meritxell Batet, y los dos partidos independentistas quieren tener grupo parlamentario. Ninguna de las dos formaciones cumple los requisitos que fija la norma para tener este grupo, pero es aquí donde las tres partes pueden entenderse.
No hay la necesidad de que Junts per Catalunya y Esquerra Republicana coloquen, gratis, a un diputado socialista a la presidencia del Congreso. Porque los socialistas sí que les pueden ofrecer un atajo para conseguir tener el grupo parlamentario que desean las dos formaciones: cederles diputados y así llegar al número de escaños necesarios para formar grupo propio. Ahora bien, este mecanismo —y eso es lo que hace que todo cuadre— tiene que contar con el aval de la Mesa.
PP y Vox también ponen a prueba su capacidad de alianza
Paralelamente, Vox espera que el PP no solo se vote a él mismo, sino que también entregue votos a la extrema derecha para que algún diputado de la formación de Santiago Abascal también esté presente en la dirección de la cámara baja. Una buena coordinación entre PP y Vox permitiría que la Mesa tuviera una composición más representativa de la que realmente hay en el Congreso. Además, eso obligaría al PSOE y a Sumar (tienen menos escaños que PP y Vox) a buscar apoyo en otras formaciones a toda costa. Y se ha llegado incluso a especular con la entrada del PNV en posiciones destacadas de la Mesa.