Lejos de la fortaleza que el Partido Popular buscaba exhibir ante sus bases para impulsarse en la pugna con Ciudadanos de cara a los comicios autonómicos y municipales de 2019, la convención de este fin de semana en Sevilla pinchaba, marcada por la polémica del mastergate de Cristina Cifuentes y la tensión con Alemania por la liberación de Carles Puigdemont. En medio de las caras largas y los silencios expectantes, el momento triunfal lo protagonizaba Mariano Rajoy, quien arengaba al partido criticando a un "lenguaraz inexperto" Albert Rivera que, si embargo, los sondeos auguran como vencedor.

Y es que los barones populares hace meses están inquietos, pese a que no se atreven a levantar la mano en las reuniones en Génova para exponer ante el líder sus temores. La crítica suyacente que esconden sería el "inmovilismo" del Ejecutivo hacia la amenaza naranja; una situación que el tiempo y los 137 escaños en el Congreso consolidan como tendencia, sin que el PP cumpla las promesas de una nueva financiación autonómica antes del 2019; el pacto educativo –del que el PSOE se ha levantado de la mesa de negociación; o el acuerdo para el agua, todavía en suspenso.

Pero si las causas profundas mantenían ya la moral de la tropa a medio gas, en los últimos días se sumaba un nuevo desafío, precisamente, en uno de los bastiones clave de la Comunidad de Madrid: el mastergate de Cristina Cifuentes.

La presidenta autonómica hacía esfuerzos por resistir tanto en la Asamblea de Madrid primero, como el hotel Renacimiento de Sevilla después, ante la polémica creciente en la Universidad Rey Juan Carlos. La penitencia, sin embargo, se veía aligerada por la protección de las dos figuras dirigentes del partido: la secretaria general, Maria Dolores de Cospedal, quien llamaba a "proteger a los nuestros" en su discurso inaugural, y la de Rajoy, quien dejaba el asunto en manos de la justicia y le expresaba el "apoyo" del PP.

Por eso, durante el cónclave y ante de las cámaras, una mayoría de dirigentes autonómicos intentaba esquivar preguntas incómodas, o acusarle de algo, salvo algunos más atrevidos como el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo. "La cuestión es si tiene un máster o no. Si no lo tiene, no ha dicho toda la verdad", denunciaba quien tradicionalmente se ha perfilado como sucesor del presidente, y por tanto, rival de Cifuentes –otra habitual de las quinielas. Las contradicciones, de hecho, eran constantes y algunos que en el plenario de la convención a ovacionaban, fuera dudaban de la veracidad de su relato.

Así las cosas, los populares constataron la situación inestable que sufre la Comunidad de Madrid, con el ultimátum de Cs a medio conclave. En cuestión de días, el PP pasó de afirmar que la comisión de investigación que la formación naranja quería emprender por el mastergate era "ilegal", a aceptarla sin fisuras para evitar que se forzara la dimisión de Cifuentes. Eso, con la contrapartida de que el partido de Rivera evitaría aparecer de la mano de la izquierda española –PSOE y Podemos–, en la moción de censura que los socialistas han impulsado.

La situación, incluso, acabó por dar un vuelco con las informaciones del diario El Mundo sobre que un profesor con carné socialista habría filtrado el escándalo. Eso sirvió a los populares para ganar tiempo y acusar al PSOE de una "trama delictiva", en palabras de Ángel Garrido, el número dos de la presidenta autonómica, o "montaje", según el Twitter de la Comunidad de Madrid –algo que algunos usuarios criticaron con contundencia.

La cuestión es que ante la pujanza de un Rivera imparable en los barómetros, Rajoy arengó a los suyos con argumentos similares a los oídos los meses anteriores: la "inexperiencia" de la formación naranja, frente al carácter del PP como "partido de gobierno"; la implantación territorial de los populares, con "más concejales, senadores, diputados autonómicos y presidentes" que ninguna otra organización, o el partido "reconocible" por los españoles, a diferencia de aquellos que "cambian con el viento", como sería Cs. "Se quedarán con un palmo de narices", auguraba el presidente sobre sus rivales. 

Y es que la confianza del líder popular sigue siendo el principal aval de su propia estrategia, y está dispuesto a mantener la esperanza hasta el final. Al menos así lo demostró con la alegoría de plantar un árbol el primer día de la convención. "Es un árbol muy duro y muy español", afirmaba Rajoy, tras el golpe de la justicia alemana con el caso Puigdemont. Un nicho, el del patriotismo, donde Rivera también despunta, aunque en el PP insisten en recordar que ellos aplicaron el 155 y que el proceso acabará "más pronto que tarde".