El día después de las elecciones catalanas de 2012, José María Aznar presentó un primer volumen de sus memorias y durante el coloquio dijo que "antes se romperá la unidad de Catalunya que la de España". No dijo que de romper Catalunya ya se encargaría España, pero lo hacía sospechar dada la histórica trayectoria castellana. Lo que ahora hace casi seis años no se podía prever era que después de todas las ilusiones depositadas en el proceso, el movimiento soberanista reventara en tantos grupos, grupúsculos, facciones, lobbies y partidillos tan malavenidos hasta el punto que solo falta esperar lo que los sismólogos denominan el big one, es decir, el gran chasquido que lo eche todo a perder para volver a empezar, y volver a luchar, a sufrir y a perder.
Probablemente, la ruptura a la que se refería Aznar era la de romper la sociedad catalana entre unionistas y separatistas, que es un objetivo estratégico de la derecha española desde los años 90, pero esta división, a pesar de los resultados del 21 de diciembre, no cuajará nunca, porque dos no se pelean si uno no quiere, y los soberanistas, muy mayoritariamente, dan más importancia a la convivencia que a la independencia. Es uno de los rasgos característicos del país, más comerciante que conquistador.
Obsérvese como algunos autores que pretenden dar cobertura intelectual a la idea del a por ellos denuncian el eslogan "Catalunya, un sol poble" como base ideológica del nacionalismo catalán, cuando de hecho se trata del eslogan que presentó el PSUC como alternativa a los planteamientos de la derecha catalana. La ofensiva política españolista necesita "dos pueblos" en Catalunya y por eso pone el énfasis en la lengua.
Más débil, más dominable y más incapaz
Una Catalunya dividida es más débil, más dominable y más incapaz y quizás lo está más de lo que nos habíamos imaginado precisamente donde menos nos lo esperábamos. La vertiente más sórdida del procés es esta animadversión que han acumulado las fuerzas y sobre todo los dirigentes del soberanismo, que ahora rebosa por todas partes como el pus, mientras desde Madrid no paran de bombardear.
President y vicepresident no se hablaron el día de la República y parece que guardan razones para no hablarse nunca más, según viene a decir Santi Vila en un libro que ha replicado Sergi Sol para levantar acto de la mala leche que corre. En consecuencia, Junts per Catalunya y Esquerra Republicana han necesitado casi tres meses para llegar a algo parecido a un acuerdo, que, en un abrir y cerrar de ojos, la CUP ha tumbado para poner más emoción al desastre, y lo ha hecho con bastante estrépito como para provocar daños colaterales en las relaciones de Puigdemont y sus fieles con el PDeCAT, que tampoco coinciden en quién tiene que ser el presidente autonómico. Y la división del mundo soberanista parece que aumentará en el futuro próximo porque cuando falta más de un año para las municipales ya hay media docena de partidos y plataformas que se preparan para disputarse la alcaldía de Barcelona, sin duda lo mejor que puede pasar para que Ciutadans conquiste la Casa Gran sin mucho esfuerzo. Si es que la batalla campal multilateral llega incluso a los encargados de poner paz, la Assemblea Nacional y Òmnium, que también han optado por separar sus destinos e ir cada uno a la suya, como se vio el domingo, con estrategias diferenciadas y decididos a hacerse la competencia.
En resumen, la ofensiva represiva contra el independentismo catalán combinada con esta actividad autodestructiva tan intensa del mundo soberanista hace difícil que haya pronto en Catalunya un Govern capaz de funcionar de forma estable aunque prospere una investidura. Más bien hace temer un cataclismo en forma de suicidio político colectivo, el big one.