David Madí dice que quería ligar, pero en vez de presentarse a First dates o descargarse Tinder en el móvil, optó por escribir un libro. De todos es sabido que no hay motor más poderoso en la vida que el amor, pero desgraciadamente con el amor no basta para abarcar el infinito, ya que para los grandes retos a veces también hace falta estrategia, talento y, aunque cueste aceptarlo, autocrítica. No me acaba de quedar claro si el hombre que fue la mano derecha de Artur Mas realmente ha escrito Merecer la victoria (Columna, 2024) para merecer la consideración literaria de su pareja, Maria de la Pau Janer, tal como le confiesa a Toni Aira cuándo este le pregunta por qué ha escrito un libro ahora, en pleno 2024, más de quince años después de Democràcia a sang freda (L'arquer, 2007). Lo único que me queda clarísimo es que el título del libro está extraído de una arenga de Winston Churchill durante la II Guerra Mundial y habla de una verdad universal: con querer hacer las cosas no es suficiente, sino que hay que trabajar a fondo para merecer el premio de alcanzarlas. Eso y que hoy, más que la presentación de un libro, en este auditorio de la Casa del Libro se celebra sobre todo un encuentro de Convergents Anónimos, tal como oigo decir a unos convergentes nada anónimos de quienes no diré el nombre porque no me estropeen el titular.

Más de un centenar de personas sobreviviendo al aire condicionado de la Casa del Libro. / Foto: Carlos Baglietto

Permitidme que vaya un momento atrás, sin embargo, porque como ya me imaginaba que esto sería así, casi media hora antes del inicio del acto me he plantado aquí y he sacado mi libreta para ir anotando todo lo que veía. Lo que no me esperaba es que hiciera este frío de mil demonios, claro, que provoca que más de uno se lo piense dos veces antes de quitarse la americana. "Tienen el aire a tope, eh, tengo los pezones como perdigones", oigo que le dice un señor desconocido con una espalda ancha como un colchón en otro a quién tampoco pongo cara, pero que le responde que ahora en junio, cuando arranca el calor, es cuando más disfruta de la Cerdanya, ya que "por la noche refresca de maravilla". Quizás no conozco casi a nadie porque tengo treinta y cinco años y mucha de la gente que está hoy aquí forma parte de una Catalunya que me pilló de adolescente, por eso supongo que a duras penas hay dos o tres personas más jóvenes que yo en la sala. Mientras esperamos que empiece la presentación, otro señor que no identifico le dice a su señora que "hay gente a quien hacía años que no veía" y en medio de este revival convergent me parece reconocer a Joan Granados, que fue director general de TV3 y que recibe saludos afectuosos de todo el mundo. En un acto como el de hoy, un fundador de Convergència y que ostenta todavía el carné con el número 3 del partido es, sin duda, alguien a quien todo el mundo quiere saludar.

Mas, Giró y Rull, elegantes, en primera fila y fieles al azul corporativo. / Foto: Carlos Baglietto

Cuando faltan pocos minutos para las siete, el cubículo transparente que es esta sala se convierte más bien en una incubadora de la vida política catalana de los últimos treinta años, ya que la mayor parte del público presente tiene un pasado ligado al país, pero a la vez también desea que el embrión de la vieja Convergència no deje nunca de evolucionar en el futuro. "Ahora toca volver a los que habíamos hecho siempre, y después paciencia", le dice una señora engalanadísima, elegante como si fuera a una boda, a un señor que de cintura en arriba tiene pinta de directivo de una oficina bancaria y de cintura en abajo, en cambio, ya se ha dejado seducir por los tejanos y las zapatillas deportivas Múnich. Más que esperar que alguien presente un libro, el jaleo y los saludos son tan recurrentes que todo el mundo parece que esté en aquel momento de las bodas, antes del convite, cuando los novios todavía no han llegado y la gente aprovecha para charlar y saludarse. Poco a poco, por la estrecha puerta de la sala van apareciendo caras conocidas, desde Magda Oranich a Jaume Giró pasando por Oriol Pujol, Quim Forn, Àngel Colom, Agustí Colomines, Irene Rigau, Jordi Sánchez, Carles Vilarrubí o Santi Vila, hasta que aparece Artur Mas y el chico de detrás mío, que hace diez minutos que le mete la tabarra al del lado hablándole de su start-up, calla de golpe y dice "ya ha llegado el presidente, ya debe estar a punto de empezar".

David Madí antes de la presentación. / Foto: Carlos Baglietto

Cuando David Madí aparece, con una elegante corbata verde oliva, se sienta en el centro del escenario al lado de Toni Aira y la jefa de política de este diario, Marta Lasalas, que ríe por debajo de la nariz cuando oye que el famoso experto en comunicación política arranca su presentación diciendo que hoy los tres harán un trío. "Un tridente, quería decir", afirma después, aunque el comentario abre la puerta a la distensión, por eso el autor del libro no solo acaba diciendo que lo ha escrito para ligar, sino que confiesa que lo ha escrito "porque se lo estaba haciendo encima". Mientras habla, la señora de detrás mío, que ya hace rato que ha visto que juego a anotar todo lo que pasa, me toca el hombro con la mano y me dice "mira, Xavier Trias, el pobre ha llegado tarde" con un tono compasivo, casi como si el alcaldable se hubiera encontrado un atasco de mil demonios en la calle València. Otro que también llega tarde es Josep Ramon Bosch, el fundador de Sociedad Civil Catalana, que justamente coge sitio cuando Madí explica que él no es antiespañol ni alguien con alergia a Madrid, ya que "para ganar cualquier batalla, primero tienes que conocer de bien cerca el enemigo".

Xavier Trias, ganador de las elecciones municipales de Barcelona, tratando de encontrar lugar|sitio. / Foto: Carlos Baglietto

También afirma que "Catalunya sufre un exceso de infantilismo" o que "todavía vivimos en un rincón de mundo en el cual es peligroso decir las cosas", por eso David Madí, con la cara de Churcill detrás suyo como si fuera un Maiestas Domini, argumenta que ha escrito una novela de no ficción, pero en la cual hay nombres bien reales, "por eso es un libro donde sale la mayoría de gente que hay en esta sala". Aquel es el momento culminante de toda la presentación, ya que más allá de los preceptos de futuro sobre Catalunya, sobre si 'lo volveremos a hacer, si 'no lo haremos nunca' o si 'lo haremos de otra manera', cuando Marta Lasalas aplaude el índice onomástico del libro con los nombres y apellidos de las personas que aparecen en él, tres cuartos de la sala abandona el aparente anonimato, abre el ejemplar que hace rato que tienen en las manos y se pone a buscar su nombre, o el nombre de la persona del lado, o el nombre de quien sale pero no ha venido, ya que en este país de cainitas congénitos, esta también es su pequeña victoria merecida. "Yo no aparezco, seguro", me dice, sin embargo, el señor de mi lado, seguramente el único de la sala que lleva una camiseta de aquellas de la ANC por la Diada y que se despide de mí, al acabar el acto, diciéndome "a ver si mañana te leo". Si lo hace, será como haber ligado, pero con un amor diferente. El de la única victoria, quizás, que me merezca con esta crónica.