La Vanguardia y El Punt Avui son los únicos que abren su portada con la crisis abierta por Pedro Rubira, el fiscal de la Audiencia Nacional que ha cuestionado "la imparcialidad y la serenidad" de la Audiencia de Barcelona para juzgar al mayor Trapero y a la cúpula del Departament d'Interior. El Tribunal de Justicia de Catalunya no se lo ha tomado bien y ha dicho que "[estas] afirmaciones suponen un ataque muy grave y sin ninguna justificación al Poder Judicial en su conjunto y al mismo sistema constitucional". ¡Patapam!

Es el asunto más grueso del día porque afecta a derechos fundamentales de los ciudadanos. Es mucho más fuerte que el jaleo sobre el "relator", "coordinador", "mediador" o como se llame, entre los gobiernos español y catalán, que es apenas un asunto político.

Rubira pretendía razonar la competencia de la AN en los casos de rebelión o sedición, cuestión que escuece porque no hay casi ningún jurista que la justifique. Es que es muy difícil. De entrada, la Ley Orgánica del Poder Judicial no atribuye a ls AN, sino a la Audiencia Provincial, la competencia en estos casos. Y la cuestión es de una delicadeza extrema, pues afecta a un derecho básico: el derecho al juez ordinario predeterminado por la Ley que consagra el artículo 24.2 de la Constitución y refuerza el 117.3-4.

El fiscal Rubira viene a decir que, en Barcelona, jueces y fiscales están inquietos y no pueden hacerse cargo del caso profesionalmente. Por tanto, es lógico que de Trapero et al se ocupe la AN en Madrid, donde se respira paz y calma. La valoración del estado de ánimo de los jueces y fiscales de Barcelona es una opinión no jurídica del fiscal Rubira, claro. Invocarla en medio de un procedimiento (¡y qué procedimiento!) contra un derecho fundamental como es el del "juez natural" justifica llevar el caso al Tribunal Constitucional. Por si las defensas no tenían bastantes argumentos, ayer al fiscal les regaló otro más.

Por eso la reacción tan fuerte del Tribunal de Justicia de Catalunya, que no sólo se queja por el desprecio a los jueces y fiscales de que trabajan en Catalunya, sino porque el mismo fiscal ofrece un magnífico argumento —este sí, jurídico— para dudar de su "serenidad e imparcialidad" y, por extensión, de la AN, que ha metido la pata al publicar una nota dónde trata de explicar que el fiscal no ha dicho lo que ha dicho. Sería cómico si no fuera tan delicado.

Peor, el derecho afectado está protegido por el artículo 6 de la Carta Europea de los Derechos Humanos. A buen seguro que a la justicia europea le tocará estudiar si la actuación de Rubira en este caso ha contaminado el procedimiento. ¿No querías arroz? Dos tazas.

Indignación patriotera

El resto de diarios han preferido abrir portada con el "relator" que los gobiernos español y catalán han acordado añadir a la mesa de diálogo entre los partidos del Parlament. No es poca cosa —pero es una politiquería, que hoy es así y mañana asá. Ciertamente, ayer, cuando se extendió la noticia, todos los que saben alguna cosa de periodismo se dieron cuenta de que las portadas de la derecha mediática serían un clamor de indignación patriótica contra el "relator", y que los diarios de Barcelona lo verían, embelesados, como aparición celestial y promesa del paraíso.

Según las descripciones de la vicepresidenta Calvo, la Moncloa, la consellera Artadi o el diputado Iceta, el "relator" es alguien "que pueda tomar notas, convocar y coordinar" la mesa; "que entienda bien de todo aquello que estamos hablando", que "coordine las reuniones y ayude a su desarrollo"; "una persona neutral y elegida de común acuerdo", que evite "versiones contradictorias a la hora de comunicar los acuerdos" y "de fe" de las conversaciones. Lo han llamado "coordinador", "facilitador", "notario"… Vale todo salvo "mediador", término que evoca realidades muy incómodas para Madrid. Bien. El nombre no hace la cosa.

Calvo ha añadido además que la mesa desarrollará "un diálogo dentro de la ley" y ha justificado la importancia de acuerdo en la gravedad del momento: "Hablamos de la unidad del Estado, de una crisis territorial, y queremos dar salida a una situación muy difícil como es la de Catalunya". Artadi incluso ha dicho que la mesa serviría, eventualmente, para desbloquear los presupuestos del Estado.

Este planteamiento —apenas un esbozo del diagnóstico y del mecanismo de diálogo— es perfectamente asumible entre adultos razonables que saben que entre ellos solos no se pondrán de acuerdo ni en el orden de las sillas. Vienen a la cabeza las sobadas imágenes del matrimonio en crisis o de los procesos de paz pero, vaya, el arbitraje de un tercero es una situación muy común en conflictos de todo tipo a la que se recurre si se quieren resolver.

La reacción de la derecha mediática (El Mundo, ABC, La Razón y del kommentariat asociado, incluidas teles, radios y digitales de esa tribu) ha sido la que puedes leer en los titulares de sus portadas.

Disimular el patinazo

Estas portadas se pueden interpretar —quizás frívolamente—como una rabieta de adolescente maleducado con las hormonas en modo estampida. También se pueden ver como una actualización local de la "la puñalada por la espalda" (Dolchstoß), el relato fabricado por los partidos nacional-populistas para explicar que la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial no provenía del ciego nacionalismo germánico y la pésima gestión militar, sino de la traición de los políticos y el sabotaje de los antipatriotas. Los políticos eran los partidos democráticos y los antipatriotas, los judíos en general y la izquierda en particular. Una variante de este mito (ahora sería largo de explicar) también motorizó a los bolcheviques en Rusia y más allá entre 1918 y 1921. Hay casos actuales de relatos parecidos, quizás menos intensos —de momento—, como la amenaza de la inmigración que invocan Trump, Salvini, Le Pen, Orbán, los brexiters...

La pregunta que estas portadas dejan en el aire es si este es el contexto —enfrentamiento, agravio, traición, etcétera— en que esos medios quieren encuadrar la peor crisis institucional de España desde la transición democrática, por utilizar la descripción del momento que hacen casi todos los diplomáticos y corresponsales extranjeros. Si es eso lo que quieren, vale la pena recordar que, en España, la última vez que se optó por atizar la hoguera patriotera de la indignación, el jaleo y el desacuerdo no nos fue nada bien.

Pero meh. Quizás sólo querían disimular con su irritación nacionalista el patinazo grave, gravísimo, del fiscal Rubira, que —mira por donde— no sale en ninguna de las portadas de la prensa de Madrid —ni en la de El Periódico.